Bien merecido tiene Constantino Molina el Premio de Poesía Hermanos Argensola 2020 por este libro, Cingla, que ha publicado Visor. En él resuena un constante menosprecio de corte y alabanza de aldea en el que se decanta por un ámbito rural al que sabe sacarle toda la inspiración poética. Y lo hace con unos versos en los que el oído musical del autor aporta una cadencia medida de regusto clásico que da robustez a unos poemas que quieren ser reflexiones esenciales a través de imágenes cercanas.

Es significativa la cantidad de veces en las que aparece el vacío o la nada en los poemas, sin que supongan una presencia negativa sino todo lo contrario. Constantino Molina rehúye de lo poblado, de lo artificioso, de lo muy pensado. Por eso, una y otra vez plantea su desconfianza hacia lo racional, pero no al modo que lo hacían por ejemplo los surrealistas y sus elevadas elucubraciones, sino todo lo contrario: el poeta se queda siempre con los pies en el suelo, con las manos en la tierra, con los ojos frente al campo. Y ahí no necesita de la retórica aprendida en un aula; la inteligencia no es la que le da el nombre exacto de las cosas al poeta, a pesar de que sabe muy bien cuál es.

El discurso horaciano da tono a muchos poemas, con un disfrute sosegado de las cosas que ha pasado a través de los siglos y los poetas y del que Molina es afortunado heredero. Pero entre esa delectación agradable asoma también un filo satírico, sobre todo cuando se trata de atizarles a los filólogos, uno de sus blancos preferidos y de los que dice que «aprendimos con ellos el arte del bostezo».

Ese enfrentarse al pensamiento académico en conserva le hace casi pedir perdón por dejarse llevar por la teoría y le impulsa a decir que «si teorizo es por sentir». Y ese pudor por mostrarse demasiado sublime también en la forma es el que le lleva a componer un poema como Eran tiempos, formidable conjugación de buena parte de los talentos que atesora Constantino Molina.