No existe la familia perfecta. O, en realidad, debería decirse que no existe la humanidad perfecta por muy grandilocuente que suene la frase. Una familia argentina inicia una road movie para desperdigar las cenizas del primogénito que ha fallecido en una guerra absurda, si es que hay alguna que no lo es por unas razones u otra, la de las Malvinas entre Argentina y Gran Bretaña. Es el año 1982 y lo que empieza como un viaje de despedida de un familiar acaba convirtiéndose en un camino de sanación en el que los cuatro miembros de la familia acaban enfrentándose consigo mismos de manera individual pero, sobre todo, colectiva para entender que la vida (solo) sigue si uno es capaz de mantenerse humano.

Esta es la apuesta (no pequeña, desde luego) de El salto de Darwin, obra protagonizada por Juan Blanco, Cecilia Freire, Olalla Hernández, Teo Lucadamo, Goizalde Núñez y el aragonés Jorge Usón y dirigida por Natalia Menéndez, que se representa en el Teatro Principal de Zaragoza hasta el domingo (todas las sesiones comienzan a las 19.00 horas). Una producción de Entrecajas Producciones y el Teatro Español que sucede durante un fin de semana y que sin dejar de lado a Darwin (ya sabes, la transformación del ser humano para ser capaz de, básicamente, ser empático) va caminando en esa fina línea entre la comedia y el drama con escenas cotidianas (si es que se puede utilizar este adjetivo) brillantes combinadas con alguna extravagancia que solo sucede cuando estar un poco perdido en el mundo es un estado en el que uno trata de agarrarse a lo que tiene para volver a tomar vuelo en esta sociedad imbuida de otro tipo de espíritu.

La escena, dominada por un Ford Falcon y una caravana con capacidad para cuatro personas, no varía en los algo más de 90 minutos que se prolonga la obra, pero funciona de manera muy eficaz a la hora de ser capaz de conseguir varios ambientes en uno solo en el que sobrevuela la presencia del hijo muerto (que sirve como hilo introductorio para ponerle la nota musical al espectáculo) y sobre la que se produce un trabajo actoral más que correcto sobre todo a la hora de reconducir el peligro del desmadre en algunos momentos cómicos (especialmente los que llegan de la mano de Kassandra) que llegan a sorprender al espectador en determinados instantes.

El salto de Darwin es una historia, como apuntaba, de reencontrarse con el camino y con uno mismo, de vivir del recuerdo para tomar impulso, de las penas y las miserias de una familia en un mundo dominado por élites con otros intereses como las guerras, en la que funciona con muy buen resultado la narrativa y en la que se acaba cerrando el círculo con un homenaje a Darwin y su teoría de la evolución. Algo que circula de manera paralela a la obra y contribuye a que el espectador le dé un último giro de guion a la acción que ha ido transcurriendo sobre las tablas del Principal.