Después de otro duro día de trabajo que finiquité saltándome todas las restricciones (me bebí dos cervezas con alcohol, me comí yo solo una bolsa tamaño XL de patatas fritas y me zampé una docena de gominolas con azúcar extrafuerte. Que me vine arriba, vamos) me puse a elegir serie y tardé 45 minutos en elegir alguna entre todas las que me ofrecía mi algoritmo (ese gnomo abstracto que está escondido en tu ordenador y te ofrece cosas en función de tus gustos, compras y elecciones digitales). Empecé a ver tres de las alternativas que me ofreció 'ipso facto' pero no me gustó ninguna: o sea, que no estoy de acuerdo con lo que me dice mi puñetero algoritmo; o sea, que no estoy de acuerdo con mis propios gustos ni elecciones anteriores; o sea, que soy idiota, vamos.

Y es que no hace tanto desde que alguien (¿quién, dónde está, cómo lo hace?) empezó a decirnos a cualquier hora del día qué comer, dónde comprar, qué noticia leer, qué seguro contratar. Entro en Spotify para tratar de reducir la ansiedad de tanta recomendación, pero a la hora de elegir me quedo en blanco: no me acuerdo de ningún grupo, ni de ninguna canción, ni siquiera sé qué me apetece oír. Soy como un niño pequeño en medio de un almacén enorme de Amazon abarrotado de regalos, paralizado ante tal sobredosis de oferta. Decido ver lo que me recomienda mi algoritmo (un músico negro, John no-sé-qué, con un ukelele. Pero, ¿cuándo he elegido yo eso? ¡Si a mí nunca me ha gustado el ukelele!

Harto de lo que hace el gnomo con mi rastro digital y las tonterías que me ofrece sin ton ni son y cuando a él le da la gana, decido rebelarme de una vez por todas. Basta ya de previsibilidad, de rutinas, de patrones, de perfiles. Hay que dar pie a una revolución, paciente y disruptiva contra las malditas 'cokkies' y la tiranía de los datos. Así que hay que desorientarle, defraudarle, contradecirle: sí, hay que engañar al algoritmo, hasta que se vuelva loco y pierda el norte sin saber a dónde ir ni qué compilar. Tenemos que comer en sitios que no nos gusten, votar a políticos que detestemos, dormir en hoteles con pésimas puntuaciones. Seguir en Facebook a Eduardo Inda, clickar a Charlize Theron como la modelo de Dior más gordita, mandar vídeos de 50 minutos a Tik-Tok. Será tal la confusión que crearemos en las redes y sus aledaños, que las compilaciones de los metadatos sufrirán, estallarán, desaparecerán, saltarán por los aires. Eso, o nos van a decir qué hacer, qué decir y cómo y cuándo hacerlo, de aquí hasta el fin de nuestra existencia, y si ha sido una experiencia satisfactoria. O ellos (¿quiénes son, dónde están, cómo lo hacen?) o nosotros...