Aprovechamos que la serie se despide –temporalmente– y que coinciden, hoy, la celebración del Día internacional de la hamburguesa, y, ayer, del chardonnay, para echar la vista atrás. Cuando a la hamburguesa se le denominaba filete ruso, una opción económica para comer carne, y el vino se dividía entre blanco, clarete y tinto.

No hace falta remontarse hasta los orígenes de la serie, ambientada en los sesenta, para constatar el enorme cambio que la alimentación ha experimentado en nuestro país. Que supone, por supuesto, una mayor calidad y variedad de alimentos, pero no necesariamente para bien. El constante crecimiento de la obesidad, incluida la infantil, el mayor número de alergias e intolerancias alimentarias indican que algo no está funcionando correctamente.

Probablemente que hemos escondido en las memorias de nuestros dispositivos móviles los recuerdos de lo que fuimos, lo bueno y lo malo. La tan poco respetada dieta mediterránea –que va más allá de lo que se come– se analizó en condiciones de cierta pobreza, cuando la carne semanal era un lujo al alcance de muy pocos. Hoy la tenemos barata y abundante, pero a cambio de una industrialización, que supone altos costes para la sociedad.

No se trata de volver al pasado, es imposible. Pero la administración, como sucede en países del norte de Europa, incluida Francia, debería implicarse más ante los excesos de una industria alimentaria que seduce al consumidor con precios bajos, sabores adictivos y poderosas campañas publicitarias. Y que no paga las facturas sanitarias ni medioambientales.

En las caricaturas del siglo pasado, los poderosos siempre aparecían gordos y lustrosos. En Occidente son precisamente los más desvalidos quienes luchan contra la obesidad.

Cuando los niños no saben de dónde vienen los huevos; ni si las zanahorias crecen en los árboles; e ignoran que ese ternero será un día un filete, algo estamos haciendo mal. Lo que no obsta para que podamos seguir disfrutando de filetes rusos muy bien vestido, degustando un vino blanco… chardonnay