Convertido ya en entrañable abuelo de pelo y sienes plateadas (aunque tiene la misma edad que Joe Biden, como remarcó) el presidente socialista que alcanzó un día lejano de 1982 ni más ni menos que 202 diputados, sigue teniendo una capacidad discursiva apabullante que le sigue valiendo tanto para disertarnos sobre la función de los estados-nación y su problemática en el contexto del siglo XXI, como para aparecer en el El hormiguero en horario de máxima audiencia y contarnos los piropos que le soltaba a Margaret Thatcher para conseguir desarbolarla mínimamente, antes de cualquier negociación. Alabado desde hace tiempo tanto por el centro derecha como por el centro izquierda (los extremos de ambos son otra cosa) Felipe sigue hablando de lo que le da la gana y como le da la gana.

Es verdad que a veces se mete en circunloquios en los que se le nota a gusto oyendo sus propios  (y algunas veces) enrevesados razonamientos. Pero en línea generales, mientras que cualquier aparición mediática de Aznar destila tensión, obviedades sin fin y risas forzadas y a destiempo, a Felipe (el socialista que se borró del marxismo, dicen unos; el dirigente que permitió la corrupción, dicen otros; el hombre que modernizó España, piensa la mayoría;) se le reconoce el trabajo hecho y está más allá del bien y del mal, con un prestigio fuera que tiene poca gente en Europa, y que en España es alabado ahora por los mismos que en su momento le acusaron de corrupto, cesarista y peligroso socialista.

Así que, aludiendo a su concepto de “autonomía personal significativa” (a la que alude siempre que le interesa dar su opinión sobre cualquier tema que considera relevante) micrófonos no le faltan, y discurso menos. Y si encima hay temas candentes encima de la mesa para poder dejar clara su falta de ataduras ideológicas y su discrepancia rotunda sobre Pedro Sánchez (a quien él mismo echó en su momento de la dirección del partido socialista, con unas declaraciones radiofónicas a raíz del cambio de criterio sobre el apoyo a Rajoy) miel sobre hojuelas. El ambiente era tan agradable y sonriente que  algunos momentos pensé que Pablo Motos sacaría unas cervezas y unas aceitunitas, para hacer tiempo mientras aparecían las hormigas. Pero Trancas y Barrancas hicieron mutis por el foro, sin saber porqué.  Así que una de dos: o votan a Sánchez, o no quieren oir hablar sobre la función de los estados-nación (y su problemática en el siglo XXI)…