El coronavirus ha dejado al descubierto la realidad de un sector como el cultural en el que las bases aunque se habían ido conformando con el paso de los años no habían terminado de sedimentarse. No hay que olvidar que todavía se estaba remontando después de la crisis del 2008 y aunque las perspectivas eran halagüeñas, todavía no había conseguido la velocidad de crucero que se llegó a tener en otras épocas de bonanza económica. La realidad del sector es conocida por (casi) todos, al menos, por los que se han tomado la molestia de querer conocerla. Estamos ante una realidad de subsistencia en la que muy pocos consiguen rentabilizar su actividad para construirse un presente de opulencia y en el que la mayoría de protagonistas del mismo se conforma con tener unos ingresos que le permitan cubrir las necesidades básicas a final de mes. Es por eso que cuando viene un tsunami de estas características, en este caso provocado por el coronavirus, simplemente la reducción de la programación es un drama para mucho de los trabajadores culturales. Y no, no hablamos solo de los artistas (que también) sino de todo lo que les rodea y que permite que las actuaciones lleguen a buen puerto.

Una realidad que es la que han tratado de sacar a la luz para darle visibilidad plataformas como Alerta Roja que se ha manifestado en diferentes ciudades incluida Zaragoza. Por eso, el que se hayan caído los grandes festivales de la comunidad como son Pirineos Sur, Vive latino y el renacido (aunque todavía no lo ha hecho) Monegros Desert Festival, no por esperado deja de ser una prolongación de un duro golpe. Los tres festivales nombrados se encuentran con la problemática de que tienen gastos de producción muy elevados (no hace falta explicar los motivos, en dos de ellos hablamos de un desierto y del pleno Pirineo) y cualquier reducción en sus aforos hace totalmente inviable la propuesta. Por lo tanto, su cancelación, desgraciadamente, no era más que una noticia esperada por casi todos. Sin embargo, la supervivencia de los festivales de formato medio es lo que va a permitir un poco de respiro al sector. El que se hayan salvado citas como el Festival de Aínsa (conviene recordar que este no cayó ni en el verano del 2020 cuando las vacunas ni se atisbaban), el Benás Festival, el SonNa Huesca (una apuesta de la Diputación Provincial de Huesca bien recibida en su debut y de una vigencia absoluta), el Festival de Panticosa, el Aragón Sonoro de Alcañiz y El Bosque sonoro, solo por citar algunos, va a permitir a muchos trabajadores culturales que algunos nubarrones se despejen. Y más allá de la música, también es buena noticia que pervivan otras citas como el Imaginaria de Binéfar o, por nombrar también algo más artesanal, la Muestra de cine de Ascaso.

Todo esto viene a refrendar lo que siempre se ha vislumbrado en esta comunidad, que el gen cultural existe, que el emprendimiento cultural es más que reseñable y que para que tomen el vuelo justo y necesario es urgente revitalizar algunas de las estructuras obsoletas que atenazan al sector, algo que debe venir de la colaboración público privada bien entendida, es decir, de un trabajo justificado y medido como se viene haciendo por parte de algunos actores de la cultura en los últimos años.

A mí no me queda duda de que la cultura en Aragón pasa por uno de sus mejores momentos creativos de la historia y tampoco tengo ninguna impresión de que no se vaya a seguir enderezando el rumbo para ser capaces de crear unas estructuras sólidas en las que, tampoco hay que olvidarlo, hay que conseguir involucrar al público