"No es la guitarra lo que alegra o ahuyenta el miedo en la medianoche (…) No es la mano que roza o se aferra a las cuerdas buscando los sonidos / sino la voz humana cuando canta y propaga los ensueños del hombre”. Al poeta cubano Heberto Padilla pertenecen esos versos clarificadores. Y a Beñat Achiary, cantor vasco-francés, debemos que de lo más profundo de su privilegiada garganta surjan vigorosas y emocionantes narraciones sobre la fuerza vital de las mujeres, el dolor del exilio, los gritos de lucha y esperanza, la rebelión contra el racismo y las sólidas raíces que sostienen el árbol frondoso de la tradición y lo popular. Achiary actuó el sábado (a capella y acompañándose ocasionalmente con txalaparta y tambor) en el zaragozano Centro Cívico Delicias, dentro del ciclo De la raíz, que acogió también el concierto de Gustavo Giménez & Marwan Nasser con Laura Bailón.

Achiary es la voz de todas las voces, de todas las culturas y de todas las lenguas, aunque cante principalmente en euskera. Sus cantos tienen texto, sí, pero daría lo mismo que careciesen de él: su voz no es solo un instrumento (el medio), es también el mensaje que transmite los sentimientos. De hecho, sonidos guturales y onomatopeyas forman igualmente parte su narrativa. Achiary es el fulgor que ilumina, con todos los recursos de los que es capaz la voz humana, lo nuevo y lo viejo, lo triste y lo alegre, lo complejo y lo sencillo, lo bronco y lo amable. Su actuación fue tan espléndida como inspiradora.

Comenzó con tres canciones de historias de mujeres. Después ofreció el sonido del exilio a través de un poema de Roberto Juarroz (Yo solo puedo usar zapatos viejos). Los tres cantos de lucha y esperanza que siguieron recalaron en Strange fruit, la pieza con la Billie Holyday mostró la cara más oscura del odio; en Sunrise Prayer Song, una oración de los indios Lakota (una tribu de los sioux), y en un texto del poeta vizcaíno Gabriel Aresti, con música del cantautor navarro Fermín Balentzia. Tres cantares más (entre ellos, el balear Cançó de Picat, que grabó Maria del Mar Bonet) nos llevaron al final, coronado por una arrebatadora interpretación del Cántico espiritual, de San Juan de la Cruz.

El poeta y músico Gustavo Giménez tiene en la experimentación su campo de trabajo y en la voz su instrumento principal. Su propuesta es diferente a la Achiari, pero no por ello menos atractiva. Utiliza programaciones y voces alteradas, además de las precisas y  estimulantes percusiones de Marwan Nasser, de ascendencia libanesa. El resultado de esa búsqueda, registrada parcialmente en el disco El camino del lobo y de la rata, es un envolvente viaje sonoro trufado de ecos de folclores (existente unos, de nuevo cuño otros). El baile de Laura Bailón, reformulando tanto los movimientos de la danza del vientre como los movimientos de los derviches giróvagos, acompañaron la propuesta. Entre la mística y la fiesta, la oferta de Gustavo Giménez y Marwan Nasser conforma un espacio simbólico en el que se dan la mano el pasado y el futuro.