En apenas un mes han fallecido tres de los poetas más longevos de las letras españolas. José Manuel Caballero Bonald, Francisco Brines y Fernando Ferreró. Los dos primeros murieron con el reconocimiento de las instituciones estatales. En Aragón, a Ferreró tendrán que dárselo después de muerto, como a otros tantos. Era el decano de las letras aragonesas, un poeta excepcional que se prodigó menos que sus compañeros de generación. Sus versos fueron siempre de una extraordinaria calidad literaria, pero su discreción y modestia, solo comparable a su fino sentido del humor, impidieron que su obra (muy bien estudiada por Julio del Pino en la edición de Larumbe de 2016) fuera más conocida. Ferreró fue además uno de los confidentes más próximos a Miguel Labordeta, poeta mayúsculo del siglo XX de quien dentro de un mes se cumplirá el centenario de su nacimiento. Poetas distintos aglutinados en ese milagro agitador que fue la Peña Niké. Hace solo tres meses, Rolde promovió la candidatura de Fernando Ferreró al Premio de las Letras Aragonesas. Habría sido justo hacerlo en vida del patriarca de los poetas aragoneses, muy reconocido por la joven y brillante generación actual. Como es frecuente, la lentitud de reflejos y cierta desidia institucional hizo que la propuesta no fraguara. Otra ocasión perdida.