Llegó Cuti Vericad al Jardín de invierno (de nuestro descontento, diría el tío William) y lo transformó en veraniego jardín de las delicias. Así es él, enciclopedia viva de la música popular cuya sabiduría, con sello personal, transita por sus canciones como la sangre por las venas. Es ya un mantra, un tópico y una triste redundancia, pero conviene recordarlo: la altura musical de Cuti Vericad excede fronteras y territorios, pero, aunque amado (más o menos) en su tierra, es ignorado en el resto del solar patrio que conforma las Españas. Escribe historias con sentido y compone músicas que son todo un viaje vigoroso por el rock, el blues, el gospel, el country… Y más: atento a las transformaciones de la raíz que se cuecen en cocinas diversas, incorpora a su trabajo acentos de rock latino, por ejemplo. Así son las cosas, aunque durante su actuación en el Jardín de invierno del Parque Labordeta viésemos el jueves más asientos vacíos de los que nos habría gustado.

Pero ya digo: llegó Cuti Vericad al Jardín de invierno, como un Bosco con sombrero y guitarra eléctrica, pintando en la tela de los sueños retazos de vida, fragmentos de la memoria y esquirlas de la emoción. No hace mucho escuchamos a Cuti en solitario en Alcañiz, la víspera de la entrega de los Premios de la Música Aragonesa, y sus canciones se clavaron en el espectador como esa espá con la que Lole Montoya nombraba la mirada profunda; el jueves, acompañado por una banda que rompía la pana, lejos del recogimiento casi monacal mostrado en Alcañiz, asistimos a la celebración del Cuti que, sin abdicar del sentimiento, pudo mostrar la potencia incendiaria de un Jerry Lee Lewis o la sinuosa y carnosa cadencia de un Van Morrison. Pepe Vázquez y Álex Comín (guitarras), Willy García (bajo), Gonzalo Fernández (teclados), José Luis Seguer Fletes (batería) y Chema Salvador (saxo) dieron toda una clase magistral de lo que es un grupo bien engrasado al servicio del cantante, pero sin que sus individualidades dejen de brillar. Cuti ha confesado en las redes sociales que debido a los ensayos sin tregua (la pandemia no permite girar con fluidez) y el cansancio consiguiente no le gustó el jueves su voz. Bien, sabemos de su tendencia al perfeccionismo, pero permítaseme en defensa de su interpretación que cite (une fois de plus) a Honoré de Balzac: “Entienda señora que hay perfecciones irritantes”. No lo son las de Cuti, pero aunque su voz no tuviera la claridad y el esplendor de otras ocasiones, sí transmitió, sin escatimar notas altas cuando la ocasión lo demandó, esa atracción, ese golpe en la nuca del que habla Kafka. Y no hay que darle más vueltas.

Balada triste de Roy Batty, Exterminador del futuro (Parte 2); Je suis la résistence; El luchador; Nadar entre tiburones; La búsqueda; Las aventuras del astronauta Theo; We Are The World, We Are The Loosers; Fuera de Control; Máquina de Humo; Pequeño Jerry Lee; Caminos separados y El oso, una pieza del argentino Moris, conformaron el programa y nuestra satisfacción.

La velada la abrió Nelson, banda zaragozana de rock de pulso notable, a la que no acabo de pillarle el punto. Será cosa mía. Con todo, anoté en el haber un par de piezas de robustos tiempos medios: Entre noches y Podrías ser tú.