“Voy a confiaros unas arias capaces de resucitar a los muertos”, le dice el maestro de viola de gamba Monsieur de Sainte-Colombe a su antiguo discípulo Marin Marais, músico y compositor en la corte de Luis XIV, casi al final de Tous les matins du monde, la película de Alain Corneau, de cuyo estreno se cumplen 30 años. Jordi Savall, violagambista, investigador y creador de fecunda carrera, que ha convertido la música antigua en todas las músicas del mundo, armó e interpretó la banda sonora de esa cinta, trabajo que le reportó un César, el mayor galardón del cine francés.

El viernes, al hilo del aniversario, Savall, Philippe Pierlot (viola de gamba baja de siete cuerdas), Xavier Díaz-Latorre (tiorba y guitarra barroca) y Marco Vitale (clavicémbalo) recrearon en el festival En el Camino de Santiago la citada banda sonora, en un concierto hermoso, y brillantemente arrebatador. Fue en el patio de lo que fue el polvorín de la Ciudadela de Jaca, y no fue difícil imaginar, rodeados por esas construcciones, que estábamos en el caserón en el que Alain Corneau situó en la película la vida cotidiana (que no su tarea como músico alejado de la pompa y el boato) del intransigente Monsieur de Sainte-Colombe, su prontamente fallecida esposa y sus dos hijas.

Algunas piezas de la suite Le Bourgeois Gentilhomme, como Marche pour la cérémonie des Turcs (tal vez algo lastrada por su primigenio arreglo para orquesta) y Deuxième Air des Espagnols: Gigue, del florentino e iniciador de la ópera en Francia Jean-Baptiste Lully abrieron, con una solemnidad no exenta brío, la singular velada. Después llegó la carga emocional y la profunda expresividad de Le retour, de Monsieur de Sainte-Colombe, para dos violas (Savall y el muy ducho Philippe Pierlot), sentimiento repetido más tarde en Tombeau Les regrets, del mismo autor. Mas no dejemos atrás al grandérrimo (a ver s la RAE incluye este superlativo en su diccionario) Marin Marais, con una selección de Pièce de viole, de los libros tercero y cuarto, gozosamente interpretadas. Del organista y clavecinista François Couperin suena en Tous les matins du monde el motete a dos voces Troisième leçon de tènébres, pero el viernes, en acertada adaptación instrumental, escuchamos al Couperin de Les Concerts Royaux. Y ya en el cierre se hizo doblemente realidad el aserto de Monsieur de Sainte-Colombe sobre la música que resucita a los muertos: ocurrió el otra vez con el grandérrimo Marin Marais y sus vibrantes  Couplets de Folies (d’Espagne), en las que Savall (80 años recién cumplidos y en una forma increíble) casi hizo estallar, en una demostración de experiencia, ingenio y disfrute interpretativo, el vacío polvorín de la Ciudadela.

Y fue tal la respuesta del público a tamaña demostración artística, que los músicos no pudieron escaquearse del bis: una improvisación muy juguetona sobre Canaries, de Jean-Baptiste Lully. Abandonamos el edificio, no tan rápidamente como Elvis Presley escapaba de las salas de Las Vegas, con la sensación de haber vivido los sentimientos de todas las noches del mundo. En la película que nos ocupa, Marin Marais dice que “todas las mañanas del mundo son caminos sin retorno”; por eso uno prefiere todas las noches: siempre permiten volver a los lugares donde la música cautiva.