RADIOGRAFÍA DE UN SECTOR MUY VINCULADO AL ARTE

Los nuevos hábitos de compra ponen en alerta a los anticuarios

La conexión con las generaciones más jóvenes se adivina clave para que el sector siga con la misma vitalidad

Imagen del interior de Antonio Gajón Antigüedades, en la plaza de los Sitios de Zaragoza.

Imagen del interior de Antonio Gajón Antigüedades, en la plaza de los Sitios de Zaragoza. / ÁNGEL DE CASTRO

Sergio H. Valgañón

Zaragoza

Una tienda de antigüedades es un museo a escala, un paseo por los recuerdos y un recorrido por la historia. Aunque cada vez hay menos anticuarios, el sector ha sabido sobrevivir a la pandemia pero afronta un futuro lleno de incertidumbres. Aunque no más que con las que siempre ha convivido.

En la actualidad, Aragón cuenta con una quincena de anticuarios, explica José Ramón Arrizabalaga, presidente de la Asociación de Anticuarios de Aragón. «Cuatro o cinco tienen mucha relevancia nacional e internacional», apunta Miguel Cebrián, vicepresidente de la misma organización. Los representantes del sector de las antigüedades diferencian entre anticuarios y 'brocanteurs', personas dedicadas a la compra y venta de objetos de segunda mano. «Los anticuarios lo somos porque comerciamos con piezas de más de 100 años de antigüedad, aunque también lo podemos hacer con objetos más modernos», cuenta Arrizabalaga.

El futuro de los anticuarios se enfrenta a unas dudas marcadas, sobre todo, por la falta de conexión con las nuevas generaciones, habituadas a otro tipo de consumo. «Tenemos que hacer mucha pedagogía y convencerles de que las antigüedades son muy atractivas», reflexiona Cebrián. Arrizabalaga, sin embargo, no ve un problema el bajo impacto del sector entre los jóvenes, porque siempre ha sido «un comercio de minorías hecho para minorías». La conclusión a la que llegan ambos profesionales es clara: «Si nos esforzamos y mantenemos la pasión, hay futuro para los anticuarios».

Esta conexión con los jóvenes puede llegar a través de la venta por internet, completamente asentada en el negocio, aunque los dos anticuarios son reacios a que el comercio 'online' se convierta en la vía principal de intercambio. «Necesitamos el contacto directo con el cliente», explica Arrizabalaga, mientras que Cebrián añade que «las redes sociales e internet nos han permitido seguir con el comercio de antigüedades durante el confinamiento, pero es un modelo de negocio muy frío».

Pese a que cada comerciante entra en el mundillo de una forma diferente, todos coinciden en un mismo sentimiento: la pasión. «Es un virus que entra y que nunca te puedes quitar», explica el presidente de la Asociación de Anticuarios de Aragón. Cebrián opina que el mundo de las antigüedades es «una forma de vida, algo mucho más grande que los negocios».

El entusiasmo y la pasión que rodean a los anticuarios se corresponde con las oportunidades que este trabajo ofrece. «Yo puedo coger mi furgoneta, cargar unos muebles e ir a Francia a vender, algo que en otro negocio es imposible», cuenta Arrizabalaga. «Conocemos lugares, hacemos amistades y establecemos nuevos vínculos», enumera Cebrián, que recuerda sus viajes por Europa en busca de las mejores ferias.

La situación en el continente es, desde el punto de vista de los anticuarios, «mucho mejor» que en España, donde las exigencias son mayores. «Hay más cultura de antigüedades en países como Francia o Bélgica», señala el presidente de los anticuarios. Una paradoja rodea a Aragón en el mercado europeo, como lamenta Cebrián: «El mueble aragonés del siglo XVII encanta fuera de Aragón, pero aquí no lo apreciamos». En la misma línea, el vicepresidente explica por qué su sector merece estar mejor valorado en la sociedad: «Mantenemos el patrimonio, somos museos de la vida cotidiana de la gente».

La pandemia ha modificado también la forma de trabajar de los anticuarios. Las ferias, tradicionales puntos de reunión y compra de las piezas más cotizadas, desaparecieron con las restricciones sanitarias. «En Zaragoza no se celebran ferias de este tipo desde mucho antes de la pandemia», recuerda Arrizabalaga, que no cree que los efectos del coronavirus hayan terminado con estos eventos en la comunidad. Cebrián, sin embargo, sí que ha podido participar en una de las primeras ferias tras la pandemia, celebrada en IFEMA (Madrid) hace poco más de un mes. El anticuario zaragozano destaca «el buen control del aforo y el mantenimiento de la distancia sanitaria» y asegura que en un futuro próximo, con la vuelta de la normalidad, se celebrarán más encuentros: «Fue un reencuentro muy agradable, sentí que la familia de las antigüedades se conocía de nuevo». 

Los mercadillos que se celebran en Zaragoza

La esencia del coleccionismo y las antigüedades se encierra en los mercadillos. Estos lugares reúnen, en las mañanas de los domingos, a los más expertos anticuarios con los principiantes que comienzan su andadura entre muebles, primeras ediciones y cromos antiguos. En la capital aragonesa, la plaza de San Bruno, la estación y la plaza San Francisco son los lugares donde, cada semana, se establecen estos puntuales viajes al pasado. Los tres mercados de Zaragoza se parecen pero tienen algunas diferencias entre sí, como cuenta Miguel Cebrián: «El de San Francisco se centra más en el coleccionismo de cosas pequeñas; el de la estación es explosivo porque hay de todo y el de San Bruno está más organizado». «Todos hemos empezado por los mercadillos», recuerda Cebrián, que considera este espacio el método de aprendizaje ideal para los aficionados al coleccionismo y para los anticuarios. El paso del tiempo, el conocimiento de las piezas y la pasión por las antigüedades pueden convertir a cualquier aficionado primerizo en un auténtico cazador de tesoros. Aunque, como defiende Cebrián, «las piezas son las que llaman al comprador, nunca al revés». Todo puede ocurrir entre los puestos de un mercadillo. 

Tracking Pixel Contents