La magia del teatro también se encuentra detrás de una verja o en el local de un antiguo videoclub. Lejos de los focos, las estrellas y las producciones más caras, el teatro alternativo lucha por sobrevivir mientras las posibilidades de entretenimiento no dejan de crecer.

 En la pasada década, las salas de teatro alternativo proliferaron en la capital aragonesa, que llegó a acoger a casi una decena de escenarios de este tipo. «Hemos tenido momentos muy buenos, con programación conjunta entre las salas», recuerda Fran Martínez, gerente de Teatro Bicho. Óscar Castro, que dirige la sala El Extintor, valora negativamente el camino recorrido en los últimos años por el teatro underground: «Ahora estamos mucho peor, porque casi todas las salas han desaparecido». Ambos se encuentran inmersos en la organización de las funciones que acogerán sus teatros en las próximas semanas. Castro regresa a la programación tras cinco años de ausencia: «Lo considero un compromiso social».

El cambio de modelo ha llevado a Martínez y Castro a orientar a sus teatros a la educación. «La formación va dirigida a gente que le guste pasarlo bien y trabajar en grupo», cuenta Martínez, mientras que Castro añade que la educación teatral de El Extintor busca «que la gente se enamore del teatro durante las clases». Unas clases que recuperan cierta normalidad este septiembre, gracias a las relajaciones de las medidas sanitarias: «Intentamos practicar a través de videollamada, pero el teatro se vive en persona».

Fran Martínez gestiona la sala Teatro Bicho, en la que también da clases de iniciación a las artes escénicas. JAIME GALINDO

El segundo fenómeno que ha aparecido en los últimos años en la escena zaragozana es la improvisación. La capital aragonesa se ha convertido en una de las referencias nacionales en esta disciplina artística que, cada vez, cuenta con más seguidores. «Hay ocho compañías en Zaragoza que se dedican solo a la improvisación», enumera Martínez. Castro explica que, aunque el público general crea lo contrario, «la improvisación también necesita de estructuras para salir adelante». El dueño de El Extintor, que también practica esta faceta, se queda con las obras guionizadas: «El texto te da cosas que nunca conseguirá la improvisación».

Pese a la calidad artística de la ciudad, el éxodo de actores es una de las principales causas del descenso de la escena teatral. «Irse a Madrid no asegura nada; hay más oportunidades pero con mucha más competencia», reflexiona Castro. «Creo que se puede desarrollar una carrera artística en Zaragoza sin ningún problema», sentencia Martínez. Los dos gestores de los teatros recuerdan una reflexión Goya: «Los zaragozanos somos nuestros peores padrinos».

La mejora de la situación pasa por la buena convivencia entre los teatros y el respeto por la escena más convencional: «Todos nos encargamos de que la gente siga viniendo a ver obras». Martínez, incluso, desea que la competencia se convierta, casi, en feroz: «Me encantaría que se abriesen junto al Bicho cinco salas más. Sueño con un Broadway a la zaragozana».

Entre clases, improvisación y obras cercanas al público, el Teatro Bicho y El Extintor mantienen viva la esencia de un teatro «más cercano y más humanos». Con la esperanza intacta y la vista fija en el futuro, Martínez y Castro están acostumbrados a la situación de crisis eterna del teatro y la constante evolución del género: «Resistiremos, como siempre».