Se empeñó Jorge Blass durante el confinamiento en que la magia no debía morir. El mago madrileño se puso ante la cámara y consiguió que muchos de sus trucos acumulasen miles de reproducciones y viviesen en la viralidad. Y hoy, en dos funciones, demostró a un Auditorio de Zaragoza lleno de público de todas las edades que los trucos vistos en las redes sociales son mejores si se viven en persona.

Luis Piedrahita, videollamada mediante, ayudó a Blass a entrar en calor y a convencer al público de que un móvil es un elemento tan mágico como una varita. El teléfono fue un aliado constante de Blass, que aprovechó la calculadora y el cronómetro para explicarle a los asistentes que todos los trucos iban muy en serio.

Entre las tecnologías más modernas, Blass intercalaba los juegos más clásicos de cartas, monedas y cuerda. Este último, en una oscuridad total solo iluminada por el hilo fluorescente, que recordó a sus primeras actuaciones, cuando un Jorge Blass adolescente sorprendió al maestro René Lavand. «Resumo en tres minutos toda mi juventud», explicaba el ilusionista, que no dejó de viajar a su pasado para defender el futuro de la magia.

Conexiones

Los más de 500 zaragozanos que asistieron a la Sala Mozart debieron parecerle pocos al mago, porque buscó nuevas compañías a través de una videollamada. Hasta en dos ocasiones recurrió Blass a las nuevas comunicaciones. La primera, para enviar un billete de diez euros hasta Cuarte, para alegría de un niño que no terminó de comprender cómo aquel dinero estaba dentro de su naranja. La segunda ocasión, para adivinar la carta de una mujer que, tras superar los problemas de conexión, rompió a aplaudir durante un minuto.

Las bocas abiertas –o eso se intuían bajo las mascarillas– ya eran la tónica habitual y el espectáculo no había alcanzado su ecuador. Blass añadió piezas a un puzle que ya estaba completo, recordando que ese truco fue uno de los que le convencieron para convertir Efímero en un show presencial.

El matrimonio entre magia y tecnología parece que va a ser duradero, al menos si es Jorge Blass el que se sube al escenario. El madrileño sustituyó a sus ayudantes por un dron, que le ayudó a descubrir la carta de un hombre que, sin haber revelado su nombre, se fue a casa con una multa personalizada por no saber pilotar el aparato. Gajes de los voluntarios.

Mucha música

Lucas Vidal, pianista y compositor de la banda sonora de Élite o Palmeras en la nieve, puso el ritmo de un clásico juego de monedas que el mago le hizo, a la vez, a su amigo, a la cámara y a los asistentes. Tantos años frente a los medios de comunicación, de los que ya es un habitual, le dan a Blass una soltura total para ilusionar a todos los que se atreven a mirarle.

Cansado de utilizar Skype para ampliar su audiencia, el ilusionista se cambió a Facebook. Una asistente le cedió su perfil y Blass le prometió un regalo en una gran caja de cartón: iba a aparecer un miembro de su lista de amigos. El elegido fue Augusto González, miembro de b vocal. El artista zaragozano se quedó hasta el final del show e invitó a los presentes a su siguiente espectáculo, «aunque no tenga tanta magia como lo que hace Jorge».

Se acercaba el final y Blass quiso hacer partícipe a todo el público. Recordó las tarjetas que se pudieron recoger en la entrada, con las palabras magia, tiempo, placer y vida, y comenzó a dirigir una liturgia. Entre barajar, chasquidos de dedos, roturas y lanzamientos, todos pudieron disfrutar en sus propias manos de lo que significa completar un truco. O casi todos, porque más de uno se quedó con las ganas de recuperar las cartas partidas.

Tras un alegato por la magia –«Nunca se revelan los trucos, porque se pierde la ilusión»–, Blass contó que Efímero es especial por muchas razones y, también, por su significado: «El presente también es efímero, porque cuando lo nombras ya es pasado». Convirtió un pañuelo en nieve, explotó el confeti y las palmas rompieron a aplaudir. Blass sacó una sábana, se escondió tras ella y la tela despegó hasta alcanzar el techo de la sala. Jorge Blass había desaparecido. Una hora y media, quizá algo efímera, pero, sin duda, mágica.