Cuando en 1965 se publicó la primera edición de Solo de trompeta, ya hubo lectores y lecturas que subrayaron la singularidad de esta novela de Antonio Fernández Molina. Quizá el ambiente literario del momento no estaba preparado para un libro como este, subversivo sin parecerlo. Esa reverberación extraña de la novela no se ha extinguido con el paso del tiempo, como bien demuestra la nueva y magnífica edición ofrecida por Libros del Innombrable, en la que a la novela la acompañan otros textos sobre ella que complementan bien la insólita aventura en que se convierte su lectura.

La novela se construye con una engañosa ausencia de dinamismo, ya que da la impresión de que mientras su protagonista se dedica a mirar inmóvil a su alrededor, todo y todos cambian, pero sin una finalidad clara, en un imparable avanzar que no garantiza la llegada a un buen puerto final. Con un ritmo elástico y onírico Fernández Molina va hilando los pensamientos y hechos de Miguel, un niño que renuncia a crecer –en más de un aspecto–, enfrentado a un mundo que le es obstinadamente ajeno.

Se ha señalado el parentesco de la novela con otras obras europeas de vanguardia, pero Fernández Molina consigue ubicarla en una dimensión reconocible por la cercanía de los paisajes, personajes y objetos que la animan, logrando el autor un vanguardismo del terruño que sorprende y satisface, aunque deje también una impresión inquietante.

Al hablar de Solo de trompeta es habitual que aparezcan mencionados el absurdo y el surrealismo, y nombres como Beckett, Ionesco, Arrabal o incluso Günter Grass. Todos ellos están justificados ante el relato que propone Fernández Molina, cautivante y extraño, a la vez ingenuo y terrible. También podría nombrarse a Camilo José Cela, ya que como su Pascual Duarte, esta novela es el viaje al centro de una mente enajenada, no tan feroz pero igual de intenso para quien se deje perder por los laberintos del pensamiento de su protagonista. 

‘SOLO DE TROMPETA’     

Antonio Fernández Molina

Libros del Innombrable

285 páginas