Se trata de una novela corta y negra, muy corta y muy negra. Y se convierte desde sus primeras líneas en un homenaje maravilloso a aquellas obras maestras del policiaco puro que siguen vivas para la literatura y para el cine. Está impecablemente bien escrita, y protagonizada por personajes que quedan descritos con cuatro frases que los delatan y ante los que lo irresistible es rendirse a sus encantos, que resultan tan atrayentes como sus irreverencias. El objetivo es el de cazar a un asesino en serie, pues de momento ya se han contabilizado tres víctimas, para las que la crueldad no ha tenido parangón, y cuya relación entre sí no logra ser establecida a pesar de los muchos datos que cada uno de los cadáveres aporta.
Esclavo de sus pensamientos, y de la botella que vacía sin descanso ni sed, está el detective, un tipo duro que bien podría tener la cara y las maneras de Bogart o de Mitchum, y que ninguna intención tiene de detenerse hasta cerrar el caso, cosa que los intérpretes citados jamás harían igualmente. Le acompaña su ayudante, que ni fuma ni bebe ni suelta tacos ni grita y que maneja a la perfección el arte de deducir con sutileza y el de formular preguntas que encuentran obviedades por respuesta. De modo que ambos se contrarrestan en esta cuenta atrás en la que se ha convertido saber que en esta noche en concreto, la noche en la que se desarrolla la acción, y en esta ciudad en concreto, la ciudad en la que se desarrolla la acción, está a punto de cometerse un nuevo crimen a tenor de los días que median entre los anteriores.
Los diálogos dibujan a la perfección la personalidad de ambos, que arrastran secretos y situaciones que han dificultado el presente, como debe ser en toda obra de género que se precie porque es condición que en ellos mismos, en su esencia, también asome lo turbio. Se desahogan al compartirlos, en un afán por escapar de la sensación de soledad e incomprensión mientras se suceden la ironía y el humor, elementos claves que conviven con un ritmo vertiginoso. No menos importante, más bien al contrario, es el diseño de una estructura muy inteligente que va dando pistas en desorden a la vez que compone un puzle que todo lo recoloca al instante. De principio a fin es una novela incorrecta, lo que me seduce más todavía.
Y esa incorrección comienza ya en el título, que no es sino una frase salida de la boca de Clint Eastwood. Había que ver la cara que han puesto aquellos que al preguntarme por la lectura que en este momento me tenía enganchado, yo respondía: Dios no está con nosotros porque odia a los idiotas. Y cada vez que lo he dicho, de tirón, me he quedado más ancho que largo, pues esta frase lapidaria da el pistoletazo de salida a unas páginas que insisto en recomendar vivamente. Quien me conoce, sabe que lo hago con vehemencia, con pasión, con la sonrisa imborrable que permanece tras haber tropezado con una joya, literatura de verdad, de esa que envuelve, acapara la atención y transporta a sus seguidores a un mundo donde la ficción y la realidad se funden entre luces y sombras, como si de nuevo el blanco y el negro fueran los únicos colores existentes, ignorantes incluso de la gama de grises que ambos fabrican.
Esta novela está publicada por Menoscuarto Ediciones, y es una delicia por lo bien que el formato se maneja, por su presentación y por el mimo que desprende. El autor, el madrileño Miguel A. González, al que no se le resisten los premios a tenor de los que ya acumula, consigue con habilidad darle a los lugares entidad, como si se tratara de un universo propio y fortificado del que es imposible salir y en el que de una manera u otra conviene claudicar. Se advierte de inmediato que sabe mucho de dramaturgia, que sus cualidades como narrador traspasan las puertas del teatro y que las palabras fluyen convirtiendo en esclavo a todo aquel que las pronuncia. Me ha encantado descubrir este libro, cuyo desenlace le da más grandeza si cabe. Es un disfrute de esos que escasean, pues de un tiempo a esta parte parece que hay más interés en escribir cantidad y no calidad, como si fuera el peso lo que hay que valorar. Solo me resta añadir que no es esta una historia en la que quepa escapatoria.
‘DIOS NO ESTÁ CON NOSOTROS PORQUE ODIA A LOS IDIOTAS’
Miguel Á. González
Menoscuarto