Ya no hay, desde la madrugada del sábado, restricciones de aforo en los equipamientos culturales (por alguna extraña razón que aún no se ha explicado con claridad ni creo que se haga ya, han sido los últimos en recuperarlo incluso por detrás de estadios con más de 50.000 espectadores) ni siquiera la obligación de estar sentado en los conciertos y se ha derogado la prohibición de consumir durante el transcurso de los mismos. Las medidas, como no podía ser de otra manera, han sido acogidas con gran alivio desde el sector, con mucha esperanza... y también con expectativa e inseguridad. ¿Qué pasará ahora con el público? Es cierto que la mayoría de las salas ya estaban programando a pesar de las restricciones buscando sobre todo posicionarse para cuando llegara este momento pero, hasta ahora, la falta de público se podía explicar de muchas maneras. A partir de ahora, ya no habrá excusas. El sector se la juega aunque creo que sería más correcto decir que los aragoneses nos la jugamos. Si queremos una oferta cultural variada, potente, de calidad y, sobre todo, continuada, hay que responder a la llamada de la cultura.

Desde que se parara todo en marzo de 2020, la cultura ha prestado su apoyo anímico a sus espectadores habituales (y a los no tanto) dando mucho más de lo que ha recibido incluso cuando ya se pudo empezar a programar. El sector se ha reinventado, los teatros han conseguido mantenerse en pie programando contra viento y marea y apostando, a pesar de todo, por la calidad, mientras que la música ha conseguido aprovechar la situación para mostrar una unidad hasta ahora nunca vista que dio frutos, entre otras cosas, en el ciclo Música al raso del Jardín de Invierno (¡bendita pandemia que nos ha permitido recuperar este escenario al aire libre para la ciudad!).

Ahora, en octubre de 2021, se avecina una programación intensa en las salas (a la que hay que sumar la ya anunciada en equipamientos municipales) buscando algo que no debe quedar en el olvido, recuperar el hábito de la gente de disfrutar de sus momentos de ocio en un concierto, en un teatro o visitando museos. Es por eso que es evidente que como sociedad nos jugamos que esa programación sea sostenible y se mantenga para volver a recuperar el nivel prepandemia. A pesar de que no ha sido esta nunca una ciudad sencilla en cuanto a público, Zaragoza se había colocado como una ciudad en la que cada fin de semana había una proliferación de conciertos en salas para todos los gustos. Ya se ha acabado el tiempo de alabar por las redes sociales el papel de la cultura e incluso de las manifestaciones para reclamar nada. Actualmente, la única manera de sostener una programación cultural de altura y durante todo el año pasa por la respuesta del público.

Por el camino, no hay que olvidarlo, se han quedado algunas salas que ya no reabrirán sus puertas y que son víctimas de esta pandemia de covid que, nos guste o no, ha cambiado los hábitos de la sociedad para siempre. Nadie sabe qué pasará a partir de ahora porque ya se sabe que cuando llegan cambios se impone la incertidumbre pero la cultura es una expresión que nos hace humanos y que no ha muerto, a pesar de los pesares, a lo largo de toda la humanidad. Que pueda desaparecer la cultura es algo imposible pero sí puede suceder (y la amenaza puede llegar a ser real) que la oferta cada vez sea menor y solo cuando ya no haya marcha atrás seamos conscientes de que necesitamos mucho más. Zaragoza es la quinta ciudad de España... Sobran las palabras. Vamos a los hechos.