No me resulta fácil enumerar títulos con los que no haya podido contener la risa, y por fin he disfrutado de carcajadas auténticas. Es este en verdad un texto maravilloso que además permite descubrir un lugar en el que hay cierta reticencia a entrar en un principio, pero del que después nadie querrá salir. De esos lugares que envuelven por la calma que encierran y por la locura que permiten a quienes han decidido quedarse. Es una historia de trenes y de ausencia de trenes, contradicción que no es tal al estar dirigidos los raíles a una especie de tierra de nadie.

No conocía yo la existencia de las estaciones de castigo, menos aún la ubicación de esta en concreto, en el mismísimo corazón de Aragón. Hasta allí es destinado el protagonista, Javier, con su mujer y sus hijos tras haber sido señalado como responsable de un accidente de terribles consecuencias. Ya desde el mismo momento de la llegada el paisaje se convierte en un personaje más, que evoluciona desde el desamparo para proporcionar calor y color.

Se trata de Turuñana, estación que toma su nombre de una finca próxima, una venta de hospedaje de viajeros. Ubicada cerca de Ayerbe, no me extrañaría que tras la publicación de esta novela se generalice una peregrinación que cuente con caminantes, curiosos y lectores para los que el descubrimiento de esta historia suponga también, como me ha ocurrido a mí, una emoción particular consecuencia de miradas tiernas y anécdotas exquisitas. No tengo ni idea de cuánto hay de realidad o de ficción entre tantos despropósitos, pero en absoluto me importa. Están repletas de riqueza, de humor, de desenfado, de ingenio y de inagotables ocurrencias.

Los habitantes del sitio en cuestión son realmente pintorescos. Tienen un pasado un pelín turbio, por decirlo de manera sutil, y están dirigidos por doña Marcela, una señora de armas tomar que los mantiene vivos y que consigue a diario que no se duerman en los laureles. Utilizando más gritos que susurros, pone orden donde no lo hay y se ocupa de que nadie se encuentre desocupado. Y por supuesto, cuando hay que cantar las cuarenta, las canta sin importarle qué límites debe respetar. Su presencia es el oasis que todo desierto necesita.

En efecto, Nadie se apeará en Turuñana, camino de Canfranc, obra del autor jacetano Ricardo Galtier-Martí y publicada por Mira Editores, supone un ejercicio de literatura que atrapa y seduce, que divierte a lo grande regalando momentos hilarantes que parecen fabricados para un más difícil todavía pero que se integran perfectamente en el conjunto. La ausencia de pasajeros es la tónica habitual y cuando alguien se asoma o se aproxima a sus confines por el motivo que fuere, se arma. Se les recibe con más reservas que expectación, y se les muestra las carencias y el abandono existentes. Encontrarse en medio de la nada merece exigirlo todo.

Las horas parecen no pasar en Turuñana, pero la eternidad de los días no es problema para quienes llevan media vida entre sus paredes o alrededores. Quizás el signo de los tiempos no se perciba ante tanto aislamiento, del que no tardan en aparecer nuevas víctimas, ajenas al mundo que les ha tocado vivir. Y de repente los años transcurren, vaya que sí, y hasta los rincones se impregnan de nostalgia. Don Ignacio, principal aliado a la hora de diseñar estrategias, es el mejor testigo de cómo pasado, presente y futuro permiten que la belleza perdure y la esencia permanezca, si bien deben asumir que no hay ni habrá iniciativa alguna para su conservación.

Esta es una novela que irradia haber sido escrita en un disfrute continuo, que se acompaña de documentación gráfica en sus últimas páginas, que presenta a seres entrañables cuya inocencia es reflejo de su distanciamiento de la civilización, que se estructura en jornadas muy concretas transcurridas en cada una de las cuatro estaciones, que recorre lugares mágicos que piden a gritos una visita. Esta es una novela que invita a una sonrisa continua, pues no falta frescura en ninguna de sus líneas, por las que los ojos del lector viajan a velocidad de vértigo. Los diálogos están muy cuidados, son ágiles y rápidos, preparados para provocar desconcierto y acto seguido proponer sensatez. No hay duda: ha llegado el momento de apearse en Turuñana.