Como todas las músicas populares, la música judía ha estado inmersa a lo largo del tiempo un proceso de transculturación, similar al que ha modelado la música gitana. La diáspora ha redefinido cada comunidad judía, y, lógicamente, su música. Por lo que respecta a una de sus variedades, la klezmer, nombre formado por las palabras hebreas de la Biblia klej (instrumento) y zemer (cantar, interpretar música), su nacimiento está indefectiblemente unido a los rituales ceremoniales judíos, y en su estructura influyeron la música de las sinagogas y las canciones hasidic ningunim, además de los ritmos orientales, danzas y folclores de Europa Central y del Este (Rusia, Alemania, Polonia, Los Balcanes…)

Con la emigración a Estados Unidos (entre 1880 y 1924 un tercio de los judíos residentes en Europa salió hacia el continente americano) la música klezmer incorpora entonces influencias como el dixieland, pero los cambios profundos en la estructura social de los judíos en USA después de la Segunda Guerra Mundial relegan el klezmer a las comunidades en las que encontraron sosiego quienes sobrevivieron al holocausto. Hasta los años 70. Fue entonces cuando se produce, con las nuevas generaciones, el gran despertar del klezmer en Estados Unidos y, por extensión, en el resto del mundo.

Viene a cuento tan prolijo prólogo por el trabajo de Trivium Klezmer, una de las pocas formaciones (si no la única) de Klezmer instrumental en España, que el domingo actuó en la sala Luis Galve del Auditorio de Zaragoza, presentando las composiciones de Delirium Klezmer, su nuevo y reciente disco. Juan Luis Royo (clarinete soprano), Jorge Ramón (clarinete bajo) y Manuel Franco (acordeón) conforman el trío, singular por la calidad de sus intérpretes, su tímbrica y el concepto abierto y multirreferencial de las piezas que interpretan (tanto las propias como las tradicionales), repletas de arreglos imaginativos.

Con piezas de Delirum Klezmer (la que da título al álbum, Klezmer Parade, Hommáge a Portal, Araber, Fun, Yorba, Street) y de discos anteriores, el grupo facturó una actuación tan vibrante como detallista, en la que no faltaron ni el humor, ni los guiños al público (una cita a Queen, por ejemplo). La conjunción instrumental, el diálogo entre los dos clarinetes, y el inteligente reparto de los pasajes solistas dieron al concierto un sinuoso y atractivo desarrollo. Cada miembro de Trivium Klezmer es un maestro en su instrumento, pero es imposible no resaltar la versatilidad, la técnica y el soplo creativo de Juan Luis Royo. Y del compacto programa, un par de ejemplos (podría poner más) de precisión emocional: las soberbias interpretaciones de Adio querida, canción sefardí que han cantado desde Plácido Domingo a Ofra Haza, pasando por Yasmina Levy, y de la fulgurante y cosmopolita Street.

Al camino histórico recorrido por el klezmer, Trivium va sumando sus propias pasiones musicales (tango, jazz, retazos de músicas mediterráneas…) en una sugerente reformulación de todos los significados del origen: la solemnidad del rito, la alegría de la fiesta, el dolor de la diáspora, la nostalgia de la pérdida…  Vivencias universales que el trío inscribe con pasión en el agitado paisaje sonoro del siglo XXI.