El padre y la hija se encuentran frente a frente y mirarse les repugna. Ambos saben que se están consumiendo, él víctima de la enfermedad, ella víctima del odio. El desenlace parece rápido, pero acaso no lo sea tanto y el lector se vea obligado a iniciar un viaje lleno de matices y de sorpresas. Ocurre sin salir de un escenario claustrofóbico cuya limpieza constante logra una mejora en su aspecto pero no en su esencia, pues a quien allí reside le resulta imposible alcanzar una higiene capaz de evitar que se respire rencor, inquina y miseria. Son personajes heridos, atrapados en una jaula en la que los barrotes se han fabricado con el material del dolor.

Yo había leído de Ana Muela sus novelas anteriores, dos policiacas estupendas con sabor a clásico que tienen al inspector Gajanejos como hilo conductor y de las que ansío más entregas. En absoluto imaginaba que me iba a encontrar ahora con una historia tan sórdida y despiadada que tanto dice en tan pocas páginas. Supone un cambio de registro total, de argumento, de tono y de estilo, con la intención puesta en cada línea. Se trata de La lluvia inglesa, obra merecedora del XL Premio de novela Felipe Trigo y editada por la Fundación José Manuel Lara.

No importa que esté escrita en presente y pasado, que la narración y el diálogo se mezclen, que la imaginación se tropiece con lo real, que el terror y el humor se esfuercen por convivir. Es una escritura impecable, de esas que crean ambiente desde que comienzan y hasta que terminan. Es imposible no sentirse dentro, aunque a priori ganas de largarse a toda velocidad no falten. Sin introducciones ni prólogos, la autora exige aceleración en los acontecimientos porque en el futuro se encuentra la clave. Al final de la larga espera se encuentra el premio.

Los secundarios están perfectamente logrados. No se escapa ni el gato, que también entiende lo que pasa y actúa en consecuencia. Ni despista ni juega al despiste. Y esa vecina, que me encanta, porque sabe y calla, pues lo que ella vivió suyo es. Dotada de aparente inocencia y visible ancianidad, es fiel a sus intuiciones, construidas a partir de la observación y de la deducción; quizás el sexto sentido nazca de la veteranía y no de la sensibilidad. Excelente composición de los dos hombres que, dirigidos por intereses de los que se sirven para mantener el tipo, deciden atravesar la línea de lo emocional y, por ende, obligan a la narradora a comerse la cabeza. Ocupan la cara y la cruz de una misma moneda que no merece ser lanzada al aire.

La protagonista se llama Leona, lo que le añade una fuerza especial. Como si quedara definida por su nombre para acto seguido devorar la presa que tiene delante. Mi mente ha evocado una y otra vez a mi querida Barbara Stanwyck, que fue su tocaya cuando luchaba con desesperación desde la cama, en la que se encontraba postrada. No he podido evitar que la crudeza me haya espantado al principio, pero el avance de la lectura me ha invitado a comprender, porque en las palabras se halla la verdad e incluso quien no puede hablar dice más de lo que parece. Leona es una mujer de frases cortas pero determinantes, de acciones desesperadas, de miradas aviesas y de improvisaciones necesarias. La angustia apremia.

Los malvados suelen ser más atractivos porque se alejan de la linealidad y muestran mil matices dignos de estudio y, en todo caso, de atención. Sus rasgos físicos afloran a la superficie y no es extraño reconocerlos al dirigir una mirada furtiva o al sufrir el desasosiego del sueño. Entender sus razones es un reto, más aún cuando no hay nadie dispuesto a rebatírselas. Como conflicto añadido en forma de herida abierta, el hermano de Leona está ahí, presente y ausente, buscando el sitio que no le dieron en su día y por el que ella sigue batallando. Demasiadas batallas perdidas quedan atrás mientras que delante el enemigo agoniza y resiste la tortura.

He disfrutado mucho con esta novela que transcurre entre sustos pero que no asusta. Aquellos que sentían repugnancia al mirarse tienen por delante un largo camino aunque la muerte y el odio estén al acecho. Todo puede cambiar de repente. O no. Para comprobarlo, nada como situarse bajo esta lluvia persistente que forma parte del paisaje, y esperar