Adam Phillips, psicoterapeuta y ensayista británico, en su libro La bestia en la guardería. Sobre la curiosidad y otros apetitos no explica la fenomenología del hecho de que los conciertos de Lola Índigo sean lo más parecido al patio de recreo de una guardería. Por la corta edad de gran parte del público, aclaro. Una guardería que tiene, entre otras, esta banda sonora: "Si quieres este culo (ah), si quieres este culo (ajá) / Tú tienes que trabajar, tienes que darle duro (baby) / Si quieres este culo, si quieres este culo (wuh) / Tú tienes que madurar, baby, yo te lo juro (no, no)".

No me negarán que como canción infantil es perfecta para dirigirse a cuidadores /as de un jardín de infancia cuando la chiquillería tiene ciertas necesidades que solventar, pero creo que no van por ahí los tiros de la letra. Mas no me malinterpreten, no seré yo quien ponga vetos (odio esa vaina llamada cultura de la cancelación) familiares a lo que escuchan los pequeños fans de la lenguaraz Índigo. De hecho, Lola piensa también en los padres que acompañan a sus hijos a los conciertos, y para ellos tiene la pieza apropiada, todo un aviso para navegantes: "La niña sale de noche / La niña no va a volver / La niña te roba el coche / Ay, niño, pero, ¿por qué esa… mala cara, mala cara?" (Mala cara).

Lola actuó el sábado en el pabellón Príncipe Felipe (aunque sí asistió el viernes al multitudinario concierto de Aitana, el alcalde Azcón, siempre a punto para la foto de rigor, no asomó ayer por la guardería Índigo) ante un público menos numeroso que el convocado por su colega, con un programa de 22 canciones, seis bailarinas acompañantes, un guitarrista-florero y la música programada. Un podio y una pantalla de vídeo ejercieron de escenografía para un espectáculo de luz y de color, como la tómbola de Marisol. Popular representante de esa falsa taxonomía que se ha convenido en llamar música urbana (un conglomerado de ritmos de aquí y de allá, desde el trap al flamenquito, pasando por el R&B, el reguetón, los aires de soplo árabe y otras especias), Lola índigo es carne de videoclip más que de directo, aunque sus seguidores aplaudan hasta cuando se aclara la garganta.

No canta mal, pero tanto meneo (ha estudiado baile desde niña) la deja sin aliento y, francamente, no es Beyoncé. Así que si atendemos al baile nos perdemos la canción; si a la canción (su entrecortada pronunciación impide entender las letras en ocasiones), no apreciamos el baile. Las dos cosas juntas no las resuelve con destreza. Pero ahí tenemos a unos miles de infantes agitando globos y celebrando cada movimiento, gesto o palabra que Lola pronuncia.

El hecho de llevar toda la música grabada y muy cargada de percusiones electrónicas, todas ellas de corte similar (la labor del guitarrista es poco menos que testimonial), hace que el concierto carezca de ritmo interno, de pulso, de dinámica. Incluso el cambio entre piezas lentas y rápidas aporta muy poco al desarrollo. Todo es lineal, nada sube o baja. Así, el espectáculo es como un larguísimo videoclip en el que solo cuentan las canciones individualmente. Y así lo aprecian sus seguidores, acostumbrados a verla a través de la pantalla del móvil, de la tableta o de la tele. Canciones de sus dos álbumes y algunas que se editaron como disco sencillo, incluidas las registradas con otros artistas, cuyas voces se han mantenido en la grabación para el directo, dieron forma a un repertorio que comenzó con Niña de la escuela y concluyó con Spinelli. Agradeció repetidamente al público su apoyo incondicional y tuvo un dulce lapsus geográfico cuando afirmó: “La segunda cosa que más me gusta de Zaragoza es la trenza de Almudévar”. ¡Dale!