Las últimas páginas me han desconcertado, no lo voy a negar. Tampoco sé muy bien lo que me esperaba porque yo soy muy malo en eso de intuir, y peor aún en lo de acertar. A mí lo que me gusta es que me sorprendan. En la vida y en la literatura, con las palabras y con los hechos, donde sea y como sea. Esta novela lo hace, puesto que ya arranca avisando de que algo gordo va a ocurrir en una fecha concreta que no tardará en llegar. Es decir, no se sabe qué, pero sí que se sabe cuándo. Y a partir de ese momento al lector se le permiten todo tipo de cábalas y presentimientos, a ser posible descabellados.

La protagonista se las trae. Ella y sus circunstancias, seguramente. Y quienes la rodean, no son para menos. Incluso cuando se encuentra aislada del mundo, en lo más recóndito de la naturaleza, los atrae como un imán. Son retratos inquietantes que aparecen en cada página como si se trataran de sombras que asustan y desestabilizan, que se metamorfosean. Resulta difícil saber si lo que buscan y lo que pretenden es lo mismo. Así lo siente Mei, ese es su nombre, y así lo sentimos los que la seguimos desde el otro lado, aturullados ante su confusión y sus torpezas. A esta chica hay que protegerla de alguna manera. Lo pide a gritos.

Le pesa un pasado complicado, vivido junto a una madre con ínfulas de estrella que, a cierta parte del público, ese grupo de humanos, los otros, que componen el infierno, les haría mucha gracia pero que en realidad, mirándose a sí misma, en su categoría de hija no logra encontrar ninguna. Y el presente no fluye como debería, en absoluto. De ahí que se largue a un rincón de su memoria, allí donde vivió tiempo atrás, allí donde los recuerdos perduran y no caben mayores aventuras que la de escribir en silencio mientras la civilización sigue haciendo ruido. No tardan en asomarse personajes que se ocupan de añadir quebraderos de cabeza y preguntas sin respuesta. Que entran y salen de su casa. Y lo hacen sin llamar. Y sin avisar.

La editorial Libros del Asteroide sabe elegir. Son títulos y autores que tienen un fondo de verdad. Son historias que van más allá de lo que cuentan y que cuentan con el mérito de haber ido más allá. Seguro que no dudó en publicar a Carlota Gurt, escritora y traductora cuyos estudios y formación invitan a pensar en mundos apasionantes e inagotables. Sola es su primera novela, aunque no voy a dejar de buscar trabajos anteriores para recrearme. Ahora que la he conocido, ahora que la he leído, no hay marcha atrás. Su escritura exige involucrarse, pues abundan las emociones que disparan balas de cañón y las sensaciones que requieren lucidez.

La estructura es ordenada. Se van sucediendo los días y con ellos los hechos que están ideados para complicarle la existencia. Como debe ser. A los personajes hay que darles caña, es la única forma de que cobren vida para que, una vez en el mundo real, ya no haya quien les pare los pies. Y de repente se intercalan anticipos que sobresaltan. No es extraño pensar que Mei, no Carlota, puede protagonizar un arrebato de imprevisibles consecuencias y que esos avisos nunca sobran. Se refieren al día hacia el que se dirige la narración. O, en todo caso, a su víspera. Son frases que cobrarán sentido al final, cuando se restablezcan el orden y la cordura.

Verde la naturaleza, verde la portada, verdes las letras en las que está impreso su nombre, verde la tinta del bolígrafo que utiliza, verde la belleza que imprime la abstracción de aquellos que construyen un mundo propio, verde es la unión imbatible del cielo y el sol. Una mujer busca esperanza verde al refugiarse, sola, en un lugar alejado de todo lo demás. Y en ese viaje exterior e interior participamos todos, absortos por lo que no sabemos y queremos saber. Es un libro que se lee rápido, frases cortas y directas que se alejan de las estridencias y de los eufemismos. Carlota, al igual que Mei, llama a las cosas por su nombre y les da a los diálogos una fuerza demoledora. Solo aparecen cuando son estrictamente necesarios, pues es frecuente que las mentes vayan más rápidas que las lenguas. Lo que los demás quieran decir, ya lo ha dicho ella primero. De esa manera parece imposible que nadie la contradiga y sea la suya la última palabra. Esta es la mía: seguir descubriendo libros que merecen un gran recorrido.