Sábado por la noche. 22.00 horas. Hora de prime time. Comienza la gala de los Goya. La gran fiesta del cine español. O al menos así se vende. Este año es en Valencia pero no parece que eso vaya a suponer un cambio sustancial. Empieza con un número musical que, para hablar claros, no engancharía ni al espectador de los años 80. Y, a continuación, empiezan a entregarse los premios, el primero el de sonido para continuar por galardones que al gran espectador le cuesta valorar (diseño de vestuario, dirección artística, dirección de producción y maquillaje y peluquería). Este año, la gala no cuenta con presentadores en un intento, imagino, de darle un dinamismo que pasan los minutos y no aparece por ningún lado. No, el problema no es la (larga) duración de la ceremonia de los Goya (ayer se fue por encima de las tres horas) sino la ausencia de ritmo y lo que es peor, que da la sensación de que tampoco se ha buscado.

No, como decía, el problema no es la duración, más bien es que son algo más de tres horas aburridas en las que apenas pasan cosas y algunas de las que pasan huelen a improvisación (aunque no la haya, o eso espero). Tampoco es comprensible que se desaproveche la primera hora de la gala para entregar los premios de esas categorías que le son más ajenas al espectador. ¿De verdad hay que esperar a los últimos 45 minutos para acumular los Goyas que más interés despiertan? No parece, a priori, una gran decisión estratégica.

Ni siquiera creo que el problema sean algunos de los discursos que dan los ganadores. Hablemos claro. La cuestión es que la industria del cine hace una gala para entregar sus premios en la que no se aprecia nada con lo que se intenta dotar a las películas en las que ellos mismos participan. Es tan plano todo que incluso la declaración de amor de Javier Bardem a Penélope Cruz pasa a ser el momento de la ceremonia.

Sábado por la noche. 22.00 horas. En un domicilio deciden pasar la noche viendo Sonrisas y lágrimas en una de las plataformas de pago. Una película que dura casi tres horas. Cuando acaba, los Goya todavía estaban ahí. La diferencia es que una familia se fue a la cama habiendo disfrutado de una película (larga, sí) y la mayoría de los que optaron por los Goya no hablaban de otra cosa más que de aburrimiento en las redes sociales. No, el problema no es la duración.