La fría noche zaragozana necesitaba de algo de calor y Pablo Milanés lo entendió a las mil maravillas. El cantautor cubano ha vuelto a la sala Mozart, «un teatro precioso», en la que ha deleitado a sus fieles con un directo acústico en formato trío.

Un pianista y una violonchelista han sido los dos únicos acompañantes de un Milanés que ha ocupado una simple silla central como puesta en escena. Tranquilo, marcado por la edad, el cantante ha ofrecido hora y media de un popurrí de canciones. Propias, de otros autores, de sus orígenes y algunas modernas han compuesto un repertorio que parecía, en ocasiones, fruto del azar y el gusto. Milanés pasaba las hojas del libreto y, cuando quería, las paraba para marcar los primeros acordes.

Fue Comienzo y final de una verde mañana el tema elegido por el cantautor para arrancar una velada que siempre fue próxima a los asistentes. La oscuridad casi total, a excepción de los focos que iluminaban solamente a los músicos, convirtió la Mozart en el rincón de un bar, de esos en los que todos los cantautores comenzaron sus carreras. Todas, casi seguro, menos prolíficas que la de un Milanés que siempre sufre, como dijo a este diario en una reciente entrevista, para elegir el repertorio final.

También fue didáctico: a cada canción le precedía un breve discurso en el que el artista explicaba los secretos de las letras y las claves de los acordes para conseguir esa musicalidad característica.

A veces a la guitarra –Si ella me faltara alguna vez fue la primera canción que le hizo ponerse a las cuerdas– y a veces solo con la voz, Milanés ha mostrado que a los 79 años uno ya no es el joven con el pelo afro que cambió la canción de autor y puso los ritmos cubanos en la música popular.

El tiempo pasa, el mensaje permanece y las emociones y el sentimiento siguen intactas. Una noche más, Pablo Milanés ha enamorado con sus canciones de siempre, que serán para siempre.