Alentado por Emilia Pardo Bazán, Benito Pérez Galdós escribió hacia 1915 el drama Santa Juana de Castilla que estrenó con 1918 con Margarita Xirgu. De aquel año es la Elegía a Doña Juana la Loca, de Federico García Lorca. Quizás sea el enigma indescifrable de la reina Juana el motivo de que se haya convertido en uno de los personajes que mayor atención ha suscitado en el tiempo. Lo supo Galdós, quien durante el proceso de escritura de su drama, investigado por Rodolfo Cardona, consultó numerosos artículos y libros, entre ellos el del hispanista alemán Gustav Adolf Bergenroth defensor, a partir del estudio de documentos de los archivos de Simancas y de la Corona de Aragón, de la no locura de reina. Y lo supo Emilia Pardo Bazán, autora del artículo Un drama psicológico en la historia: Juana la Loca, según los últimos documentos, convencida de que Juana la Loca sería la más conmovedora y sublime de las heroínas de Shakespeare: «Pradilla en un lienzo. Tamayo en un drama, supieron expresar la aterradora poesía de la lúgubre odisea de una demente de amor, en compañía de un muerto... grandes artistas son de seguro Tamayo y Pradilla, pero el asunto sobrepasa su inspiración. Lo repito: solo Shakespeare podría dar forma en las regiones del arte a doña Juana la Loca».

No tenía claro Francisco Pradilla el asunto del cuadro de composición que debía pintar durante el tercer año de su estancia en Roma, como pensionado por la Academia Española de Bellas Artes. De entre varios bocetos, y por consejo de Casado del Alisal, director de la Academia, se decidió por el tema de doña Juana la Loca conduciendo el cadáver del rey, su marido, a Granada. En seis meses, Pradilla terminó el cuadro que suscitaría el entusiasmo general y la obtención de las Medallas de Oro de la Exposición General de Bellas Artes y de la Exposición Universal de París, ambas en 1878. Pero aquella obra que le consagró internacionalmente como pintor de historia no le satisfizo por completo. «Enamorado de Rembrandt, aunque no conozco de él sino fragmentos y aguas fuertes, soñaba con pintar mi Doña Juana con una ejecución muy fundida y de pasta consistente, de modo que a la conveniente distancia no se viese trazo alguno, sino las figuras sólidas, sí, pero envueltas en atmósfera; pero es el caso que para ello necesitaba hacer muchos estudios previos y no me quedaban más de seis meses, de modo que empecé a pintar como buenamente pude, acabando mi cuadro en la época prescrita sin haber borrado ni repetido apenas nada, cuando por las dificultades del ambiente, hacía falta precisamente lo contrario», escribió a un amigo por carta, que Wifredo Rincón transcribió en el catálogo de la exposición Francisco Pradilla Ortiz 1848-1921, celebrada en la Lonja de Zaragoza con motivo del I Centenario de la muerte del artista.

La reina Juana la Loca en Tordesillas, 1906. Museo del Prado

De 1876 es el pequeño cuadro Doña Juana la Loca en los adarves del Castillo de la Mota, primer planteamiento argumental de Pradilla para Doña Juana la Loca (1877). La pintura se corresponde con el segundo de los cuatro momentos cruciales en la vida de doña Juana que apunta Cristina Segura Graiño. El primero fue la salida de la infanta Juana de Castilla hacia Flandes para casarse con Felipe el Hermoso, cumpliendo el papel encomendado; su imagen era la de una mujer culta y cuerda, educada con el manual de instrucción femenina del franciscano Francesc Eiximenis, a la que su preceptora, la poeta Beatriz Galindo, había enseñado latín. El segundo momento se corresponde cuando su madre Isabel la Católica la encierra en el castillo de la Mota (1503) impidiéndole viajar a Flandes con su marido e hijos, y Juana expresa su desgarro emocional, comportándose como una «histérica», una loca, en vez de hacerse cargo de los asuntos de gobierno para los que no había sido educada, pero a los que está obligada por la muerte de sus hermanos y primo. Así la pinta por vez primera Pradilla, aunque para el cuadro definitivo eligió el episodio que se corresponde con el tercer momento crucial en la vida de doña Juana, el viaje de la Cartuja de Miraflores a Granada acompañando al féretro de Felipe el Hermoso. La figura de la reina de Castilla es la de una mujer trastornada, incapaz de gobernar, las emociones la dominan hasta enajenarla. Loca. Cabe la posibilidad de recuperar la teoría de Bergenroth y atender a las investigaciones de Peggy Liss, Bethany Aram o Cristina Segura que presentan a la reina como víctima del ansia de poder insaciable de su padre Fernando el Católico, de su marido Felipe el Hermoso y de su hijo Carlos. La historia es mucho más compleja de como la pintó Pradilla o, al menos, dista de la mayoría de interpretaciones que se han hecho de sus obras. Siguen interesando más los desvaríos de una mujer loca que su razonable determinación de convertir aquel viaje en la excusa para no casarse con Enrique VII de Inglaterra, de consecuencias tan negativas para la herencia de su hijo Carlos.

La reina Juana fue para Pradilla una auténtica obsesión pictórica. En 1906 retomó su figura en el cuadro La reina doña Juana la Loca, recluida en Tordesillas con su hija, la infanta Catalina, del que hizo varios bocetos y versiones. El episodio corresponde al cuarto y último momento de la vida de la reina. Pradilla la pinta mirando fijamente al espectador. En sus ojos encontramos tristeza y miedo, sabemos que está recluida por el título del cuadro, y por la jaula encima de su cabeza. Si permanecemos atentos ante la pintura, nuestra mirada queda atrapada en la decidida diagonal que desde la figura de la reina atraviesa la estancia para detenerse en una escena que, considero, descubre aquello que a la reina cautiva se le prohíbe comunicar: una muñeca tirada en el suelo, boca arriba, cuya corona le ha sido arrebatada por la lanza del caballero, también de juguete. Cabría la posibilidad, muy lejana, de que ambos muñecos formaran parte del conjunto de juguetes de Catalina, su última hija, encerrada con ella. Pero no. Pradilla lo deja claro para quienes desean mirar y ver. Algo común en toda su pintura. No encuentro mención a este detalle fundamental en la composición, tan significativo y revelador. El comentario del Prado es tan trasnochado, con la visión romántica que Pradilla supo esquivar. Quizás conocía la teoría de Bergenroth a favor de la no locura de la reina, argumentada en los documentos que demuestran la confabulación de la que fue víctima por parte de su padre y de su hijo, responsables de su encierro en Tordesillas, donde permaneció desde 1509 hasta su muerte en 1555. La investigación continúa pero se conocen los nombres de quienes maltrataron psicológica y físicamente a la reina: el aragonés mosén Luis Ferrer, por orden del rey Católico; y los marqueses de Denia, por encargo de Carlos I. Quizás la dama de compañía que aparece en el cuadro de Pradilla sea la marquesa de Denia, bajo cuya estricta y desalmada vigilancia la reina Juana sufrió el horror que se agudizó cuando en 1525 su hija salió del encierro para casarse con el rey de Portugal. Siguieron años de soledad, de quebranto y dolor emocional, al que se unió el declive físico. Se llegó a decir que la reina estaba endemoniada; Francisco de Borja, que la visitó por orden de Felipe II, certificó el poco fundamento de las acusaciones y las graves consecuencias del maltrato recibido. La reina murió sola en el olvido. Pasó a la historia como la loca.