Madrid está nublado cuando hablamos con Joana Bonet, escritora y periodista, sobre el libro más difícil de su vida, el que dedica a su amiga Carme Chacón, socialista que fue la primera mujer en ejercer en España el cargo de ministra de Defensa. Pudo haber sido la política más poderosa de este país. Pero vicisitudes que a veces hacen saltar las lágrimas en los ojos de su biógrafa truncaron aquella carrera. La vida, que la había amenazado desde muy joven con el peligro de un fallo cardiaco, terminó siéndole terriblemente esquiva. Carme Chacón murió en abril de 2017, a los 46 años, de un ataque al corazón. Su hijo Miquel, que ahora tiene trece, conocía el tremendo secreto que aguardaba a su madre en un porvenir devastador también para la multitud de amigos que tuvo aquella mujer tímida y sólida como una roca. En medio de la niebla de Madrid, Joana Bonet habla de este 'Chacón. La mujer que pudo gobernar (Península)' y cuenta cómo supo ella tantas cosas sobre su amiga del alma.

¿Qué supo de ella gracias al libro?

Supe que llevaba la humanidad en la punta de los dedos, en su expresión más sensible. Empecé a descubrir cosas como que en Navidad llamaba a madres y a viudas de militares fallecidos, justo cuando se siente más la ausencia. Gracias a este libro supe que un día obligó al militar capellán a hacer el refugio para niños desamparados en Perú que él tanto quería hacer. Le dio una excedencia y él pudo construir el Hogar Nazaret, que ha salvado a muchos niños.

¿Por qué cree que ella se empeñó en eso?

Porque ella vivía contra la adversidad y tenía un don para hacerse con el dolor de los otros. Ella vio que el capellán tenía vocación, herramientas, sabiduría para hacer algo como eso, que sabía que era muy importante. Le dijo: "hazlo ya, porque no sabes si mañana te mueres". Es algo curioso, porque ella no solía hablar con nosotros de la muerte. Pero se iba a la India con José María Cano para acompañar a morir a personas. Y preparó a su hijo para irse en paz y que él se quedara tranquilo.

¿Ahora entiende la energía con la que asumió la vocación política?

Carme es hija de la clase obrera, pero no de la clase obrera oprimida. De todo lo que sufrían ella y los suyos sacaba pecho. Su abuelo anarquista no paraba de escribir, ella escribía poemas desde niña, porque siempre abrazó la cultura como máximo ascensor vital. Era lo que más satisfacción le daba. Su ídolo no fue ningún músico, sino Gabo. Para ella la cultura fue manto, refugio, libertad y diversión. Y ella abraza la política por sus orígenes, eso la determina. Conoce la represión del franquismo y sus coletazos, su abuelo le cuenta todo. Se forma para ser jurista, constitucionalista concretamente, y se esfuerza por ver cómo puede ayudar a la ciudadanía, cómo puede devolverles plenamente las conquistas que durante 40 años les fueron negadas o arrebatadas.

Subraya el hecho de que ella, en algunos Consejos de Ministros, se dedicaba a dibujar. ¿Qué significa esa distracción?

Bueno, tú lo ves como distracción, pero para ella era concentración. Escuchaba y dibujaba casas o cajas, dibujos infantiles, una chimenea de la que no salía humo sino que salían rayos. Una psicóloga me dijo que eso significaba mucho enfado.

Ella solía lucir media sonrisa. ¿Dónde estaba la otra mitad?

Puede que estuviera alojada en la melancolía del futuro, en pensar que había muchas cosas que tal vez no podría llegar a vivir.

¿Ella explicitaba esa carencia de futuro?

En absoluto. Tengo aquí su agenda y ella tenía citas, reuniones, viajes… para junio, por ejemplo. Y murió en abril. Pero, curiosamente, es la primera agenda en la que leo su cardiopatía. Porque ahí está el teléfono de su cardiólogo y el teléfono de un primo suyo para avisar de algo urgente.

Ella seguía con su rutina diaria. Tenía dos revisiones cardiológicas al año, pero le desagradaba el papel de víctima. Nunca se quejaba"

Al ver esa especie de premonición, ¿qué sintió como amiga suya?

Es que yo lo he digerido y lo he analizado más a posteriori. Mientras ella estaba aquí, no le notaba nada, ningún temor. Cuando le dije que Toni, mi compañero, había tenido un infarto, dijo: "uy, tan joven". Y luego dijo: “con las cartas que yo tengo”. Le di una abrazo y dijo "quita, que estoy de puta madre". Y sí, ella seguía con su rutina diaria. Tenía dos revisiones al año. Pero le desagradaba el papel de víctima. Nunca se quejaba.

¿Ese carácter fue cambiando en función de la salud que se observara?

Es que su último año fue de plenitud. Se reconcilió con todo el mundo. Recuperó todo el tiempo que la política le había robado para dedicárselo al hijo. Volvió al despacho, todos la admiraban. Viajaba a Miami y se encontraba con el Círculo Español, que la apoyaba, le pedían que diera conferencias. Es decir: tenía una vida cosmopolita, como a ella le gustaba. Tenía muchos proyectos. Seguía en contacto con gente que formaba parte de los equipos de Clinton y de Obama quienes, por cierto, la veían como el relevo de la izquierda en España.

La autora, flanqueada por el expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero y el periodista Iñaki Gabilondo, durante la presentación del libro en el Ateneo madrileño. JOSÉ LUIS ROCA

¿Cómo se relacionaba ella con la palabra ambición?

La palabra ambición chirría cuando se coloca al lado de una mujer. ¿Por qué? Pues porque se piensa que esa mujer quiere algo que no debería querer. Y para nada. En su caso, tenía toda la legitimidad, tenía toda la experiencia y la trayectoria para llegar lejos. Ella se proponía metas y se esforzaba un montón para poder llevarlas a cabo.

¿Cuál fue su principal derrota?

Sin duda, fue en el congreso del partido en Sevilla, pero con el prólogo del no a las primarias en el partido, porque allí ella se descompuso. Contaba con el favor de la militancia, en sus encuestas le salían los números y… al final nada.

Se esforzó por acabar con cosas que el ejército arrastraba desde el franquismo. Laicismo, conciliación... pero sobre todo, devolvió el honor a los militares demócratas de la Transición"

¿Cómo asumió ella el protagonismo?

A ella le encantaba. Lo militar la colmó. Se sabía muy observada, pero lo llevaba muy bien. Se esforzó por quitar algunas cosas que los militares venían arrastrando desde el franquismo. Introdujo el laicismo, la conciliación, incluso el rediseño de los uniformes y, sobre todo, devolvió el honor a los militares demócratas, la gente que contribuyó a nuestra Transición pacífica.

Entonces… ¿le fue más fácil lidiar con el ejército que con el partido?

¡Sin duda! [risas]. De entrada porque un militar, ante una ministra, se cuadra. Pero ella estudió mucho, se esforzó en conocer todo ese mundo castrense, se inmiscuyó en todo. Viajaba para repatriar algún cuerpo caído en el cumplimento de su deber, aunque no lo pidiera el protocolo. Y la relación con el partido, pues… tuvo miel y tuvo hiel. Cuando vieron que estaba muy a punto de llegar al mando de la secretaría general, la frenaron. Hubo algunos de sus propios compañeros catalanes que votaron en contra y… eso le pesó. También le pesó ser “mujer de”. Decían que si ella llegaba a dirigir el partido, quien realmente iba a mandar sería su marido, Miguel Barroso. Así de machistas fueron con ella.

¿Eso le afectó mucho?

Ella sabía perder y supo gestionar el fracaso. Pero yo creo que algo así… siempre deja alguna cicatriz.

¿Ahí se dio un punto y aparte del PSOE consigo mismo?

Sin duda alguna. Muchos me han reconocido que aún les duele esa herida, que fue un choque brutal, que se perdió la oportunidad de llevar a cabo la renovación. Ella estaba muy abierta al cambio, quería quitarle testosterona, caspa y polvo a la política. Modernizarla en el fondo y también en las formas.

¿Dónde ve usted hoy esos defectos?

En el tutelaje que se les atribuye a la mayoría de las mujeres que están en política, empezando por Isabel Díaz Ayuso. En ridiculizar a las líderes que han sido elegidas democráticamente.

Si Carme estuviese aquí, no vería con buenos ojos la violencia mediática que han tenido ministras como Irene Montero"

Pero ella no tenía nada que ver con Díaz Ayuso, en su ideología y carácter.

Así es. Pero me refiero a que cuando una mujer está a punto de tener un papel muy importante en el partido, la callan o la frenan. Yo creo que si Carme estuviese aquí, no vería con buenos ojos la violencia mediática que han tenido ministras como Irene Montero, por ejemplo.

¿Qué parte del libro le costó más escribir?

La de la muerte. La pospuse. Quizá porque, de alguna manera, significaba dejar de seguir conversando con ella. Y también la parte de la confesión de los abusos sexuales. Fue difícil, me ha dolido mucho [se le quiebra la voz y se emociona].