A veces he escuchado que siempre nos quedamos con aquella época en la que la juventud nos invitaba a ser atrevidos, desinhibidos y alocados. Los ochenta me pueden, y cada vez que me tropiezo con una ficción que retrata dicha década, cierro los ojos y respiro hondo. Y veo a los míos, Ana, María José, Jesús, Yoli, Inma, Sandra, Juan Carlos, Arantxa, Julio, Encarna, Fito…, los veo porque les quiero y porque de alguna manera siguen siendo los míos aunque hayamos emprendido caminos distintos. Con las hombreras, el pelo cardado, la chupa de cuero, los vaqueros ajustados, el vaso de litro y un pico en la boca en cada encuentro empezaba el recorrido por calles en las que no cabía un alfiler y sin embargo a nadie le faltaba su espacio.

La música existía en los pasos y en las miradas, como les ocurre a las dos protagonistas de la novela que ahora me traslada a esta inesperada nostalgia. Un correo electrónico recibido de repente por la joven que ha sobrevivido hasta el día de hoy, y que reniega de haberse convertido en una cantante de orquesta de música popular con la que se repite día tras día, le exige mirar atrás y recordar detalles de aquella noche en la que su amiga Carla se fue para siempre, arrollada por un tren. Las dudas han permanecido, y la hipótesis del accidente ha alternado con la del suicidio en una especie de especulación que contiene demasiadas preguntas sin respuesta. La vida era loca por aquel entonces para ellas, primaba el descontrol y no había nada que se quedara sin probar, sin saborear, sin experimentar. Quizás ahí radique la cuestión. O no. Imposible de saber qué es lo que se sabe en una edad en la que se cree saberlo todo.

Ambientación y diálogos perfectos

En este viaje los detalles son perfectamente reconocibles. La ambientación es perfecta pues así lo son los diálogos, los desapegos familiares y la necesidad de huir de uno mismo para reconocerte en el otro. Como guía, las letras de las canciones elegidas marcan la senda que hay que pisar para saber que ayudaban a vivir. Porque ese es un recurso que utiliza la autora, Bárbara Blasco, dejando constancia de que cada una tiene su significado, muy diferente del que encierran las que en la actualidad interpreta de pueblo en pueblo y, con las que, de mala gana, consigue, de igual manera, que afloren las sonrisas. La narradora es muy directa, frases demoledoras que anuncian que la movida no ha terminado y cuando salta en el tiempo no da la opción al lector de confundirse. Es evidente que hay que hurgar en el desván para destapar los secretos que no sabemos que todavía guardamos, y que es justo la pieza que completa el puzle.

Con un título sugerente

El título de esta sugerente novela le añade atractivo: La memoria del alambre, y ha sido publicada por Tusquets Editores, donde con anterioridad la autora nos contó lo que dicen los síntomas. Estructurada en capítulos cortos, y ubicada en Valencia, los personajes irrumpen por las páginas como si buscaran ser acogidos y comprendidos. Y conforme avanza la historia, vemos que la presencia de todos ellos se encadena a hechos que dan giros inesperados. La escritura es fresca, divertida, ocurrente, con muchos guiños, con complicidad dentro y fuera, con elementos que juegan al simbolismo y alusiones a gentes del cine y de la farándula.

Esta novela resulta envolvente no solo por el misterio que encierra la misteriosa muerte de Carla sino por la forma de narrarlo y por la época en la que ocurrió la tragedia. La noche se palpa en cada línea, y destaca sobremanera ese momento en el que se encuentran con dos guapos que les acaban haciendo un feo. Es una novela que guarda silencios y en los que incluso se ha optado por olvidar. Aquella Carla parecía transparente para su amiga porque tenían pactado el ser auténticas, únicas y tomar a la vez las mismas decisiones. No es extraño que alguien con quien se intercambiaban cuatro frases en los aseos de un pub fuera considerado en cuestión de minutos el mejor colega del mundo del que jamás cabría separarse. Aquella Carla sucumbía a terribles miedos, y su amiga ha tardado en descubrir que los compartía. El futuro se ha ocupado de enterrar esa máscara de divertimento frívolo que no tenía fin.

Cualquier ocasión es buena para regresar a los ochenta. Mejor aún si la propuesta contiene literatura.