El Periódico de Aragón

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Crítica de 'Luna llena', de Aki Shimazaki: Recuerdo de una noche

Se trata de una novela de largo recorrido, hábil en el difícil arte de expresar mucho con poco

La escritora japonesa Aki Shimazaki.

En una rápida escapada, me he paseado esta semana por la editorial Tusquets, y así como el que no quiere la cosa me he visto en su espacio físico, en sus pasillos y alrededores, y después de disfrutar de una excelente atención y de una conversación grata y enriquecedora, de entre los títulos de su sello que están ahora en plena ebullición me he tropezado con una hermosa novela corta titulada Luna llena, cuya autora es la japonesa Aki Shimazaki. Podría calificarla de cuento porque ese es el sabor de boca que deja su lectura, rápida, emotiva, generosa y tan fluida que se puede leer en un apacible trayecto en tren de regreso a casa. Doy fe de ello. La he disfrutado con la sonrisa dibujada en el rostro y la sensación de un permanente brillo en los ojos, y creo que tiene todas las cartas para convertirse en un imprescindible que durante largo tiempo merecerá ser recomendado por lo que sugiere, por lo que transmite, por lo que ofrece.

La historia arranca con un planteamiento aparentemente sencillo que conforme avanza se enreda: Un matrimonio vive en una residencia a causa de la enfermedad de alzhéimer que padece ella. Tuvieron dos hijas y un hijo, y ya son abuelos. Una de sus hijas falleció pronto. A pesar de las reticencias iniciales, se han adaptado bien a esta nueva vida que implica una nueva convivencia. Hasta que de repente un hecho les desestabiliza. Una mañana la esposa no le reconoce, lo que le lleva a renegar de ese desconocido que se encuentra en su habitación y a exigir al personal del centro que le ayuden a recuperar la intimidad deseada. Con cariño y firmeza le hacen creer que se trata de su novio, con el que ha de establecer planes de futuro. Acepta esa convivencia cuando ha sido colocado un biombo que separa las camas. Y a partir de ahí, se suceden muchas cosas, ingredientes inesperados que giran en torno al pasado, presente y futuro de esta pareja que guarda secretos y silencios.

Son 165 páginas por las que la atención se desliza y adquiere velocidad con una letra impresa que, a tenor de su agradecido tamaño, incluso permite ser leída a media luz. Son diálogos cortos y sencillos, pronunciados por personajes que necesitan comprensión. Cada uno de ellos sufre por lo que calló en su día y que ahora, dada la situación, es imposible de debatir y de afrontar con las explicaciones pertinentes. Pero algunos problemas han emergido a la superficie de una manera inesperada y conllevan acciones y reacciones. La sensibilidad se palpa porque todos los afectados de esta trama irradian fragilidad, a la que se añade la de ellos en concreto con su idilio, verdaderos protagonistas, ese enamoramiento que ha de llevarse a cabo página tras página, momento a momento, aun a pesar de que los últimos descubrimientos contribuyen a un creciente desconcierto. Solo las cigarras, cuya vida en el exterior es efímera sin renunciar a la belleza y al persistente sonido que las delata, son los verdaderos testigos.

Novela de largo recorrido

Hay otros residentes que juegan un papel destacado para alcanzar, dentro de lo posible, la solución a la inquietud que ha nacido de una idea persistente que en absoluto se ha borrado de sus recuerdos. Ese martilleo es el quid, que solo conocerán quienes se zambullan en el libro. Porque mientras la luna llena resplandece en la oscuridad y en la memoria, en la suya, las palabras van y vienen y se acompañan de coherencia, de modo que conviene investigar su mensaje. Y me freno puesto que no quiero contar más. Parece que me disparo pero mi deber es contenerme. Jamás tiene sentido sobrepasar la línea y arriesgarse a desvelar lo que cada uno debe descubrir con su mirada porque es justamente eso lo que le hará sentir de manera diferente. Hay que dejarse llevar. Añado, eso sí, que importante en esta obra es también su música, que ayuda a recorrer viejos lugares e instantes perdidos. Melodías imborrables, clásicas e inmortales, están presentes, impregnando de emoción el interior y el exterior.

No se trata de escribir cantidad sino calidad. Esta es una novela de largo recorrido, hábil en el difícil arte de expresar mucho con poco, una economía de medios que no suele abundar a nuestro alrededor. Mientras el satélite nos obsequia con su plenitud, la noche decide.

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