El Periódico de Aragón

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NOVELA

Crítica de Javier Lahoz de 'Si te digo lo que hice', de Jaime de los Santos: Esencia de mujer

El escritor demuestra su prosa repleta de matices en esta obra

Jaime de los Santos ha escrito 'Si te digo que lo hice'.

Me he sentido engullido por las palabras de su protagonista, que conforme iban siendo pronunciadas, en lo que parecía estar hablándome al oído, se quedaban en mi cabeza, resonando durante largo rato. Mi retentiva se encuentra bien entrenada, por lo que no creo que olvide fácilmente los momentos en los que me he dejado vencer por el ensimismamiento cuando una determinada emoción me obligaba a interrumpir el proceso de lectura. Frases cortas y demoledoras, de esas que hay que subrayar y coleccionar. Frases que rompen el silencio para acto seguido hacer callar. Frases que saben poner el punto y aparte, que conocen la función del punto y coma, que advierten que tras el punto y seguido hay mucho más. A veces no puedo evitar asumir que una puntuación perfecta es la cosa más difícil del mundo y, sin embargo, no hay quien rompa la belleza cuando hasta en la propia entonación se distingue el dolor.

Elvira cuenta la historia. La suya, la de sus antepasados, la de sus descendientes, la de tantas mujeres como ella, la de quienes no tuvieron voz, la de quienes se refugiaron en el silencio, la de quienes no se atrevieron a opinar. El escenario se le queda pequeño pero no necesita más. Sola se basta para llenar el espacio, como si de Carmen Sotillo se tratara. Intentando expulsar los recuerdos que pesan demasiado. Otras épocas. Otros acontecimientos. Otras huidas. Otras miradas. Otros anhelos. Vivencias que la han convertido en una mujer fuerte y de las que jamás se ha desprendido. Retrata a los suyos con sabiduría, enumerando citas y personajes, ficciones por las que ha sabido escapar cuando la realidad le era negada. Es maravilloso cómo se suceden las numerosas referencias literarias y cinematográficas, tan reconocibles como apasionantes, tan ansiadas. Es maravilloso cómo encuentran el sitio idóneo en medio de la crudeza. Parece que siempre han estado ahí, en su memoria, en la nuestra.

Una prosa llena de matices

Su prosa está repleta de matices. Y es esa personal forma de narrar lo que me inquieta y me atrapa sin concederme respiro. Es puro desgarro. Se entrelazan las personas y los personajes, como si se hubieran decidido a participar en un baile que les obliga a abrazarse y a separarse a un ritmo determinado y del que por fin sobran las máscaras. Conforme avanzaba en la lectura me invadía la sensación de que las distancias que separan los pasados de los presentes se acortan hasta pasar a ser una fina línea por la que los acontecimientos viajan a velocidad de vértigo. Y la devoción por la madre se perpetúa en la devoción por las hijas, en especial por aquella a la que más le costó conocer. Porque no me cabe duda de que las personas más inconformistas o incomprendidas y, por ende, las más libres son en definitiva las más queridas.

No tendría ningún problema en repetirme hasta la saciedad a la hora de encomiar la construcción del lenguaje, seducido por la multitud de aforismos y de frases mágicas que componen esta novela titulada Si te digo que lo hice, escrita por Jaime de los Santos y editada por Espasa. Puede ser que sea cierta la afirmación de que no hay tiempo para releer, tal y como escucho a menudo, pero recrearse en muchas de estas líneas una y otra vez es un ejercicio que recomiendo. Incluso en voz alta, sobre todo en voz alta, para gritarlo y para escucharlo. Incluyo en mi lista de grandes placeres el de implicarse en la literatura que va más allá, aquella que supone una búsqueda para el lector y para el autor, a la par, celebrando el posible milagro de que ambos lleguen a encontrarse y a reconocerse. Sin preámbulos. Sin miedos. Sin distancias.

Cada capítulo cuenta con una frase introductoria que pertenece a grandes nombres, inmortales que supieron crear belleza y convertirla en un mundo al que muchos nos aferramos con frecuencia y del que siempre salimos reconfortados. Hay igualmente una galería de personajes decisivos en la vida de Elvira, sin los que le sería imposible entenderse a sí misma y a ese Madrid de la década de los cuarenta en el que se zambulle sin pudor. Y en medio de todo ello, irrumpe el teatro que nunca se ha marchado, de repente en forma de pieza dramática, dispuesto a azotar conciencias y a condenar carencias. El silencio reina. Me estremezco con un diálogo que indaga en la necesidad de amor y en la necesidad de amar. Sobra añadir más.

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