Tenía tres años cuando el asesinato de Salvador Allende ensangrentó las alamedas y la memoria de Chile. Ese resplandor oscuro que no se cura habita este libro que parece un destello de belleza en el que perviven los jardines que él mismo ha buscado en la vida y también la constancia de la pérdida. Ni una ni otra circunstancia tiñen el libro, 'El tercer jardín'con el que ganó el último Premio Alfaguara de Novela, pero lo traspasan como la naturaleza de una herida que va con él. Cristian Alarcón, nacido en Chile en 1970, residente en Argentina, periodista, novelista, de paso como trotamundos por España para contar su libro al público y a los periodistas, atendió esta entrevista desde un hotel de Barcelona. Con su hijo acababa de vivir también el despertar primaveral de los jardines que vino a ver en España.

¿Qué tiene que pasar en una persona para que de ella surja un libro como este?

Hace mucho tiempo que yo hago una reivindicación de la sensibilidad en distintos espacios. Lo he hecho en mi relación con la academia, en la enseñanza del periodismo, con una mirada crítica. La sensibilidad ha sido una de mis banderas. No sólo tiene que ver con mi identidad 'queer', sino con otras condiciones atravesadas por una experiencia de inmersión en un ser múltiple que se somete al escrutinio propio a partir de las afectividades y de las emociones.

El libro empieza con la belleza de un jardín. Un jardín que, incluso si lo abandonan, sigue siendo bello.

Sí. La paradoja es que ese abandono te lleva a la existencia de un tercer paisaje. ¿Cómo descubrir en un paisaje abandonado un jardín bellísimo? ¿Cómo hacerlo en lo desordenado? Yo creo que estamos en un orden de bellezas distintas, en donde entra no sólo lo monstruoso de la literatura de terror contemporáneo, como lo que hace mi queridísima Mariana Enríquez, sino también porque los procesos culturales han hecho una reivindicación de la belleza. Y, justamente por eso, los cánones de lo bello o lo feo han entrado en una crisis maravillosa, en una explosión de sentidos. En ese sentido 'El tercer paraíso' es una apuesta tramposamente amorosa. Es para perderse en una búsqueda, no en un laberinto, no tienes que llegar a ningún lado.

Eso no sólo remite a la vida sino a la literatura misma. Porque un jardín es como la escritura.

Claro, porque en definitiva lo que a uno le pasa al escribir una novela es avanzar y retroceder, pasar por momentos de río y de sequía. Es la metáfora del sembrar, cuidar, evitar plagas… Es la creación misma, sí. En el jardín intervienen muchos factores, desde lo vegetal a por lo animal, o que el mundo entero se la juega en ese microcosmos… En la aventura literaria hay algo de eso, sí: todo lo que uno ha hecho, empieza a materializarse en escenas, personajes… y uno va viendo sus limitaciones. A mí lo que más me gustó de dar el salto a la novela ha sido eso. Yo trabajo con un gran equipo haciendo experimentación periodística, y los empujo para que den una especie de salto al vacío, porque si hacen las cosas bien no caerán al vacío.

Hay una frase en el libro que puede llevarnos a esa sabiduría que tienen los jardineros: “Aprendo que sembrar en otoño rinde en primavera”. Esto está referido al jardín, pero también a la vida.

Claro. Bueno, me podría haber detenido en mil cosas. Pero es una novela que tiene una estructura de pequeños capítulos que abren puertas. Por eso digo que uno puede tener la sensación de entrar al laberinto pero luego, al ir a otro capítulo, se va perdiendo el miedo a perderse. Esa era mi intención: que se perdiera el miedo a perderse. Y que surja una especie de disfrute cuando estás dentro de la trama. La muerte de un personaje que cae de un caballo herido en el corazón, asesinado a traición, es la de un campesino. Yo me sumergí, hasta donde pude, en el cuerpo del campesino y fue un viaje atávico, ancestral, sagrado hacía lo que yo también fui. Por eso recurro a la memoria para hacer una reconstrucción, una memoria vinculada a la experiencia sensible, como te decía al principio. Pero si uno no recuerda lo que le aconteció a uno mismo, pues… imagina la maravilla de poder someterse a la búsqueda del recuerdo de quienes no hemos sido, de quienes no conocimos.

Durante los últimos 20 o 30 años me he puesto como misión la experimentación entre el periodismo y la literatura. Y ha sido sanador: hablar del destierro, del exilio como mar de fondo de casi todo lo que he producido"

En el libro se repite mucho la palabra aquí, como una especie de reivindicación del lugar al que se acoge. 'Aquí'. ¿Por qué necesitaba aferrarse al aquí?

Es que yo he dejado atrás el allá. Durante mucho tiempo, mi deseo estaba vinculado a la existencia de un allá que he terminado convirtiendo en el aquí. Porque durante los últimos 20 o 30 años yo me he puesto como misión la experimentación entre el periodismo y la literatura. Y eso ha sido sanador: hablar del destierro, del exilio como mar de fondo de casi todo lo que he producido. Porque la tragedia de una dictadura ha sido de tal magnitud que, a veces, se ha vuelto un cliché, un modo más fácil de existir que el de la búsqueda de una alternativa. Por eso me siento muy orgulloso de haber abandonado el allá para reafirmarme en el aquí.

El libro no abandona el tono de descripción de la belleza, pero de pronto irrumpen golpes de Estado, en Chile y en Argentina. Y eso, en la memoria de un niño, es como un rasguño que nunca se quita.

Esa bisagra histórica es una bisagra profundamente melodramática. Porque vamos de la extraordinaria alegría de "el pueblo unido jamás será vencido", a la desazón y la soledad del exilio. En este caso, hablo de unos exiliados que no se van por un motivo únicamente político, porque no todos los exilios son políticos. En general, el desplazamiento funde lo político con lo económico, en lo social y lo cultural. Entonces no se escapan sólo de Pinochet. Huyen de su propio lodazal, de su propia monstruosidad en búsqueda de un horizonte distinto. También los impulsa una ambición, pero no están preparados para enfrentar la soledad del exilio. Incluso el que ha sido desterrado por una causa política, vive después con la fantasía de un regreso en el que va a recuperar la tierra perdida, la familia, la identidad y el sentido de la vida. Porque él o ella se fue porque iba a transformar al mundo. Cuando el desclasado se destierra, debe reconstruir después su relación con lo perdido. Y esa reconstrucción no siempre es añoranza de la tierra perdida. Estos sujetos dan un salto al vacío y se quedan debatiéndose entre el deseo y la aversión al lugar natal. Por eso el regreso es una fantasía a medio camino.

Aquí está la violencia política y la violencia dentro de casa. Pero eso nunca deja huérfana a la belleza.

Es difícil eso, eh. Hay que intentarlo siempre, por encima de todo. Pero tampoco es una misión moral, no todo el mundo tiene por qué hacerlo. Pero los sensibles no tenemos alternativa. Porque si no lo único que hacemos es construir el resentimiento. Justamente yo opongo el sentimiento al resentimiento. Prefiero que mi sensibilidad sea extrema, prefiero emocionarme con poco a crear una coraza que me lo impida. Reivindico mi vulnerabilidad, mi debilidad, aunque me someta a la exposición.

Casi al final del libro dice que algo falta en el paraíso. ¿A qué se refiere? 

Es que eso que falta opera en el sentido de activar al lector, para que se dé cuenta de lo que le falta. Quiero que vea a un narrador anti neurótico que cuenta cosas que no se refieren a él.

También se pregunta cuándo está finalizado un jardín. Le pregunto: ¿cuándo está finalizado un libro?

En esta ocasión entendí que el libro se terminaba cuando cruzaba una frontera. Yo tuve un Covid muy furioso y al final de la recuperación, solo en el campo, una amiga me visitó y me trajo un hongo alucinógeno mexicano que está muy de moda entre los 'milennials' de Buenos Aires. Es una experiencia mística, de autoconocimiento, y me animé a probarlo. Cuando uno prueba ese hongo, puede hacer una pregunta trascendental, y yo me pregunté cómo terminar esta novela. La respuesta fue: sólo si te animas a cruzar la frontera y te radicas en el pueblo en el que esta historia se inspiró. Y eso hice. Y lo terminé el día que tenía previsto terminarlo: el 31 de agosto de 2021 a las 21:33. Ese día y a esa hora puse el punto final. Luego ya vinieron las correcciones y la edición, claro. Pero un jardín no se termina jamás, se extiende más allá de nuestra propia muerte. Bueno, quizá se acaba cuando te llevan flores de tu propio jardín a tu tumba.

¿Y es posible que haya novelas que sepan a primavera?

No lo sé. No sé a qué sabe mi novela, ni sé exactamente a qué huele. No tengo una percepción exacta. Pero eso me parece hermoso.