El Periódico de Aragón

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El Visor de Chus Tudelilla: Tórtola Valencia, la bailarina de los pies desnudos, en Zaragoza

En 1915, Emilia Pardo Bazán encontró en la artista a la nueva Salomé, "que es uno de los ideales estéticos de nuestro tiempo".

Homenaje de la revista 'Paraninfo' a Tórtola Valencia, Zaragoza, 1915

Los escritores y artistas de finales del siglo XIX encontraron en el personaje de Salomé el símbolo de la mujer perversa, amenazante y castradora que encarnaba todos los vicios y arrastraba a la perdición. La imagen, a la que se puso el nombre de femme fatale, permaneció inalterable en los años siguientes, y en 1915 Emilia Pardo Bazán encontró en la bailarina Tórtola Valencia a la nueva Salomé, "que es uno de los ideales estéticos de nuestro tiempo".

Fue aquel un tiempo en el que confluyeron numerosos movimientos partícipes en sus diferencias de las sensibilidades del Esteticismo y el Decadentismo. En esta posición fronteriza se situó Tórtola Valencia que supo mezclar con singular y exitosa combinación las corrientes en boga: aristocrática, anarquista, decadente, sofisticada, mística, esteticista... Isadora Duncan, la Bella Otero, Anna Pavlova, Nijinsky y Maud Allan fueron sus principales referentes; el duque Francisco José de Baviera contribuyó a su refinamiento; Antonio de Hoyos y Vinent, militante de la Federación Anarquista Ibérica, le presentó a la intelectualidad de Madrid y cogida de su brazo, y del de Pepito Zamora, conoció los bajos fondos de la ciudad; fue asidua de las tertulias de Pardo Bazán, y modelo de artistas como Zuloaga, Penagos, Anselmo Miguel Nieto, Valentín Zubiaurre... Recibió la admiración de la elite y el rechazo del público conservador. 

Nueva favorita junto a la Bella Otero y Raquel Meller

Carmen Tórtola Valencia nació en Sevilla en 1882 y murió en Barcelona en 1955. Hija del catalán Florenç Tórtola Ferrer y de la andaluza Georgina Valencia Valenzuela. En 1885 la familia se trasladó a Londres. Tras la muerte de sus padres quedó al cuidado de una familia de la alta burguesía londinense. Cuando en 1906 murió su tutor, empezó la ficción. Hija bastarda de algún miembro de la familia real española; hija bastarda de un noble inglés; sobrina de Goya. Le encantaba inventar y quienes la escuchaban permanecían absortos ante una mujer tan bella y poderosa; e inteligente pues, como insistían quienes habían compartido con ella conversación, daba continuas muestras de su cultura artística. Tras su debut en Londres y París, en 1908, se convirtió en la nueva favorita junto a la Bella Otero y Raquel Meller. Siguió un breve periodo alejada de los escenarios que aprovechó para documentarse sobre culturas exóticas y aprender a diseñar figurines y escenografías, y preparar la danza Salomé. Su regreso a los escenarios europeos y americanos fue triunfal; el fracaso llegó con su presentación en el teatro Romea de Madrid, en diciembre de 1911. Nadie comprendió lo que, en opinión de Benavente, significó el espectáculo: la dignificación durante unas horas del género de las variedades. Tórtola Valencia volvió a Madrid, al Ateneo, en enero de 1913 y, pese a no gustar, la crónica de La Tribuna de Madrid hizo cambiar de opinión a los intelectuales, que la convirtieron en su musa. Había logrado su propósito: bailar para un público culto.

Tórtola Valencia, en una imagen de archivo.

Hasta Zaragoza llegaron los elogios que los diarios de Madrid dedicaron a Tórtola Valencia y el teatro Parisiana anunció el 22 de febrero de 1913 su actuación en la ciudad el 7 de marzo. Aquel día el periodista de La Crónica acudió al teatro para entrevistar a la artista. "Entra una dama envuelta en piel de tigre. Penacho de airosas plumas se alza arrogante sobre su gorra de terciopelo. Ojos negros fulgen fatídicos como dos puñales amenazantes. Abandona las pieles sobre una mesa y languidece mirándonos con ojos sonrientes y perezosos". La femme fatale ha salido a escena; ningún aderezo más apropiado para presentarse como una mujer independiente y ocultar lo que no se desea dar a conocer. "Su vestido hecho de fastuosas telas orientales, los paños caen en pliegues clásicos y armoniosos, entonando la gracilidad de la figura. En sus brazos amuletos índicos se enroscan pesados y solemnes. Cuando mueve sus manos suenan los metales en sus muñecas, recios y sagrados. En sus dedos, sortijas macizas aprisionan topacios opulentos. Gruesos ámbares se enroscan en el cuello de esta sacerdotisa de extinguidos cultos primitivos (...) Mejillas nacaradas, nunca maculadas por los afeites de tocador, tienen austeridad de maga". Con marcado acento extranjero y dificultad para encontrar las palabras adecuadas Tórtola Valencia contó al periodista su interés por las danzas primitivas y sagradas, que todos sus vestidos de escenas, movimientos y adornos se ajustaban con rigor al pensamiento que interpretaba en sus danzas. En España la querían. Y en Zaragoza, ¿cómo la recibirán en Zaragoza? El periodista se dirige a los lectores: "¿verdad que en este ambiente provinciano donde discurren nuestros días tediosos, es como una liberación romántica hablar con una mujer que siente estas cosas excelsas?". 

"¿Verdad que en este ambiente provinciano donde discurren nuestros días tediosos, es como una liberación romántica hablar con una mujer que siente estas cosas excelsas?"

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"Para hacer una reseña fiel de las danzas que realiza esta mujer admirable, necesitaríamos lanzarnos a una excursión erudita", escribió sobre la primera actuación de Tórtola Valencia el crítico de La Crónica. La sala rebosante, enorme expectación, el público más que entusiasta, lleno de estupor, a excepción de un grupo que protestó airado. "El arte de Tórtola Valencia no es para toda clase de públicos. Esto es verdad". Al periodista del Diario de Avisos no le sorprendió. "Ocurrió en el debut lo que tenía que ocurrir", que la inmensa mayoría "al encontrarse con un arte novísimo y raro, con sublimidades estéticas que no esperaba, con un espectáculo todo estudio e intuición de lo supremamente bello, se queda frío. Y los que no están capacitados para saborear tales refinamientos se aburren y se impacientan. Contra los que anoche decían pestes del público de las alturas, creemos nosotros, que estuvo anoche mucho más correcto de lo que cabía esperar. Claro que las voces aisladas de impaciencia o de desencanto que se dejaban oír eran verdaderas profanaciones del arte superexquisito de Tórtola Valencia. El programa del primer día incluyó Danzas de Anitra, Muerte de Aase, Danza del incienso y Danza árabe. El de la función del sábado: El cisne, Danza de los gnomos, La serpiente y Danza árabe. El domingo presentó La Tirana, inspirada en la pintura de Goya con vestuario de Zuloaga. Y en las dos funciones del lunes una selección de sus danzas más conocidas. Las ovaciones llenaron el teatro. 

En mayo de 1915 Tórtola Valencia regresó al teatro Parisiana de Zaragoza. Desde la revista Juventud la recibieron con emoción: "Es un arte de cultura y de verdadera emoción artística". Y los chicos de Paraninfo le dedicaron un número extraordinario de su revista, con portada de Penagos. Sucedió que la respuesta del público indignó tanto a la artista que decidió abandonar el teatro sin concluir el programa del último día. Con el propósito de resarcirla y hacerle olvidar el disgusto, la redacción de Paraninfo organizó la "Fiesta de la Danza" que tuvo lugar el 30 de mayo en el Teatro Principal. La lectura de trabajos a cargo de escritores de Madrid y Aragón arropó las danzas de Tórtola Valencia. El homenaje siguió el lunes con el banquete en el hotel de Robustiano, y la capea de vaquillas en la Quinta Julieta hasta bien entrada la noche. La fiesta no calmó los ánimos económicos de Tórtola Valencia que la celebró por "amor al arte". 

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