La escritura de María José Sáenz está recorrida por varias voces. La primera, obviamente, es la de la poesía, que sirve como base y cimiento para configurar este libro que supone su primer poemario publicado. Pero esta voz poética, a su vez, se alimenta de otra que proviene de la faceta profesional de la autora, la medicina, y en muchos de sus poemas se trasluce la visión de una persona que sigue con fidelidad aquel ancestral juramento que hacía levantarse a quien lo pronunciaba frente al daño y la injusticia.

De esta combinación entre Hipócrates y Apolo surge Afuera hay sol, que ha publicado Olifante, que se abre con esa luz que viene del cielo para iluminar las sombras turbias del que huye. Contemplar ese sol es sin duda una manera de paliar las aflicciones y eso lo sabe María José Sáenz. Pero esa mirada que busca el sol no se deja embriagar por su esplendor, y trae a los versos el dolor y la incertidumbre de los que ha sido testigo, ya sea detrás de una mesa de consulta, con un simple paseo para comunicarse con la naturaleza, o al saber de noticias que no siempre se quieren escuchar.

Ante lo bueno y ante lo malo, María José Sáenz ofrece una serenidad reconfortante, como si con sus palabras quisiera curar lo dañado y celebrar lo gozoso. Y en su generosidad para compartir esos momentos dulces o amargos pero que siempre merece la pena vivir convoca a otras voces, que habitualmente no se dejan oír, para hacer patente su existencia sin necesidad siquiera de nombrarlas.

La segunda parte del poemario está dedicada a estas voces sin volumen pero también sin rostro, porque sus historias son las que más vívidamente las definen, sin el menor atisbo de que hayan sido inventadas. Junto a ellas camina María José Sáenz y sus versos ofrecen alivio, cuando es posible, y comprensión cuando no. Y al final del día, cuando llega el tiempo del descanso, da gracias por esa vida donde hay desasosiego, pero también el aroma calmo del azahar.