CRÍTICA LITERARIA
Corredor sin retorno
Muchos nos vamos a mirar y reconocer en la última novela de Rosa Montero

La escritora y periodista Rosa Montero.
Javier Lahoz
Creo que empecé a conectar con la realidad existente más allá de mis narices, arrancando los fecundos años ochenta, a través de los libros de Rosa Montero. En el instituto imperaban los consabidos clásicos, a los que sin embargo la edad adulta invita a volver, y descubrir aquella manera de narrar, tan personal, tan directa, tan espontánea, tan actual, era lo más. Sus historias de mujeres me cautivaron porque me ayudaron a descubrir a algunas de ellas, se despertó la curiosidad por conocerlas más y mejor, y en su mayoría nunca han dejado de acompañarme. Y de ahí en adelante, sin detenerse, palabras que une con oficio y frescura, con la persistencia de quien sabe que lo que cuenta merece ser contado. De un instante vivido, quizás algo tan sencillo como una observación desde la ventanilla de un tren, logra que nazca una ficción; por otra parte, de una entrevista realizada a una celebridad merecedora de un premio Nobel, de mirada lúcida o cansada, consigue que se acumulen reflexiones que obligan a crecer.
En este último libro, El peligro de estar cuerda, editado por Seix Barral, de mágico título y mágica portada, no vamos a ser pocas personas las que nos miremos y nos reconozcamos. Las vivencias nos construyen e incluso nos destruyen, ejemplos no faltan en estas páginas que muestran que del dolor llega a emanar belleza. Una tormenta perfecta delante de nuestros ojos y dentro de nuestras mentes hiere sin contemplaciones, y no resulta fácil entender cómo se originó y creció y creció hasta agigantarse y encontrarse a punto de estallar y de reventar con el único fin de que estallemos y reventemos. Qué importantes son entonces, indudablemente siempre lo son, las pasiones y los refugios, a menudo disciplinas artísticas que ayudan a sacar fuera esa presión que destroza por dentro y que parece haberse quedado alojada en cada víscera, como si se tratara del hígado de Ticio, devorado a diario por los buitres. La palabra, siempre la palabra, escrita o verbalizada, no importa. Un gran salvavidas. Siempre la palabra.
Creación y locura. El afán de superarse y de encontrar la verdad no es fácil de saciar. Seguir buscando es síntoma de insatisfacción, de sentirse fuera de sitio y de no encajar en lo que los demás esperan de uno. Como aquella letra que cantaba Ana Belén, algo así como Gente que cuenta las horas, gente que siente que sobra... Es emocionante desafiar las convenciones y expresarse de otra forma, por otras vías, recurriendo a códigos que solo quienes se reconocen los reconocen. Y así, página tras página, línea tras línea, este maravilloso libro que no es sino un retrato certero de quienes batallaron contra las circunstancias e hicieron de la escritura, también de la música, de la pintura, de cualquier expresión que les despertara de un letargo agotador, la razón de esa felicidad que, a pesar de los pesares, la sentían muy viva. Como si todo lo demás no importara; como si todo lo demás de repente hubiera dejado de existir.
Una bendita locura
Me encanta que la autora se zambulla en las teorías de las casualidades o coincidencias que suponen, como poco, una inquietud extraña cuando aparecen de la nada para provocar a quienes ejercen de testigos. Siempre recordaré que a mediados de agosto de 2000 pasé unos días en Barcelona, estaba en una cafetería con una amiga queridísima y me preguntó algo sobre cine clásico, una de mis pasiones y de mis refugios. Nombré, no sé muy bien por qué, a la actriz Loretta Young, pero ella no le ponía cara. Yo enumeraba sin éxito películas suyas, incluso aquella que le había dado el Oscar. Nada, no había más reacción por su parte que la de una permanente negativa. Huelga decir que internet no estaba al alcance de cualquiera de nuestros dedos, como ocurre ahora. Lo dejé estar, y nos pusimos juntos a leer un periódico. Lo abrimos por las páginas de sociedad y espectáculos, y una de las noticias allí destacadas era la muerte de Loretta Young. No faltaban fotografías suyas que completaban el reportaje, quizás más extenso de lo esperado debido a la escasez de acontecimientos estivales. Jamás me he quitado aquello de la cabeza, y esta peligrosa cordura lo ha convertido en este fin de semana en un martilleo.
Referencias literarias, citas inolvidables, imposturas desasosegantes o anécdotas jugosas se suceden, y no faltan las miradas de Janet Frame, Doris Lessing o Sylvia Plath. Bendita locura.
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