"La ha conocido antes el emperador de Japón que la Princesa de Asturias". La frase proviene de una anécdota jocosa sobre María Pagés, y hace referencia a un encuentro real que se produjo cuando la bailaora actuó en aquel país para homenajear a las víctimas del desastre nuclear de Fukushima. Pero también encierra un poso de amargura. La noticia del reconocimiento que el Princesa de Asturias de las Artes supone para el flamenco, al premiar a dos referentes de este arte como son Carmen Linares y María Pagés, ha generado una gran alegría entre artistas y aficionados. Pero también subraya la circunstancia de que tan sólo en dos ocasiones (una, hace 18 años y esta, en 2022), estos galardones hayan colocado a sus artistas al nivel de los grandes creadores internacionales de otras disciplinas. Un reflejo de la consideración, no siempre a la altura merecida, que el flamenco sigue arrastrando en España.

"Es un asunto interesante, porque las galardonadas lo han tomado como un premio colectivo", comenta el artista, curador, comisario, investigador y asesor de artistas flamencos Pedro G. Romero. "Esto significa que no hay cierta normalización, que todavía es un premio antropológico y no artístico. ¿Acaso Carmen Linares, por su trayectoria, no se lo merecía igual que Marina Abramovic? Claro que sí", reflexiona. Antonio Zoido, ex director de la Bienal de Flamenco de Sevilla, además de filósofo e historiador del flamenco, coincide en el análisis, pero lo ve como algo positivo. "Al ser al alimón, han metido al flamenco en los premios Princesa de Asturias. Claro que es importante para el flamenco, tiene un reconocimiento implícito a este arte".

Compromiso con el arte y la libertad de expresión

Carmen Linares (nacida Carmen Pacheco en Linares, Jaén, en 1951) en el cante y María Pagés (Sevilla, 1963) en el baile flamenco tienen trayectorias reconocidas por el público y por la crítica. Cuando se le pregunta a otros artistas, todos suelen señalar el compromiso de ambas con su propio discurso artístico y con el flamenco mismo. Pero sobre todo, mencionan su generosidad artística y con los compañeros. Las felicitaciones les han llovido desde que se conoció la noticia del premio el pasado jueves, sin que se haya levantado una voz en contra del sobrado merecimiento. "Yo creo que ambas son ya referentes en sus disciplinas", valora Antonio Zoido. "Hay muchísimo de Carmen Linares en Rocío Márquez, uno de los máximos exponentes del cante actual, aunque a lo mejor ni Rocío lo sepa, y lo mismo ocurre con María Pagés: Patricia Guerrero, Olga Pellicer... Hay muchas bailadoras y coreógrafas que están siguiendo esa misma línea, esa misma escuela".

Carmen Linares, además, ha sido una pionera y un modelo para la profesionalización de muchas cantaoras, referente para otras que han triunfado después como Esperanza Fernández o Estrella Morente. Tradicionalmente, el espacio de la mujer en el flamenco estaba reservado para el baile, y aunque hay grandes cantaoras anteriores, casi ninguna se dedicó profesionalmente al cante con una larga carrera, y su repertorio era muy limitado (salvo alguna excepción, como la Niña de los Peines). Pocas dominaban tantos palos, o estilos, dentro del flamenco, antes de Carmen Linares.

"La de Carmen es una trayectoria siempre encarnada, diríamos, en lo más clásico. Pero ha sabido hacer de todo y eso la convierte en sabia. No se somete a ninguna regla, y mantiene siempre un grado altísimo de excelencia", explica Zoido. "Su 'Antología de la mujer en el cante' (Mercury Records, 1996) es la piedra de toque por la que reconsiderar la historia feminista del flamenco y más allá", añade Romero. "Pero además, el temple de su voz ha hecho inteligible el cante de forma prodigiosa. Yo con Carmen he llorado por 'seguiriyas'", concluye. Aquella antología, igual que el hecho de cantar a Miguel Hernández, entre otros poetas, la convierte además en una cantaora que siempre ha reivindicado a los olvidados de la sociedad. "Ella sola ha restituido el cauce que une el flamenco del posfranquismo con el de los años gloriosos republicanos", explica Romero.

Linares, que también desarrolló una faceta como cantaora para el baile, y Pagés son amigas desde que coincidieron en el ballet de Antonio Gades, cuando la sevillana comenzaba su carrera. "María Pagés ha convertido lo rupturista en algo absolutamente clásico, con obras que estoy seguro de que van a pasar a ser espectáculos que representarán otras compañías dentro de 50 ó 100 años, de la misma forma que ocurre hoy con los montajes de Antonio el bailarín o Antonio Gades", valora Zoido. Pagés no tiene antecedentes artísticos familiares. Se formó académicamente y arrancó su carrera en la estela de la escuela sevillana, un modo de bailar flamenco que iniciaron bailaoras como Matilde Coral. Un baile con gran protagonismo del braceo, más cadencioso que otras corrientes que conviven con esta en el baile flamenco, más enérgicas o con mayor énfasis en el taconeo. "Yo creo que María ha acabado siendo plástica a base de ser lo más rompedor del mundo", añade Zoido.

Arte culto de origen popular

Romero y Zoido coinciden en que la clave de esta histórica falta de reconocimiento al flamenco como un arte culto, ahora compensado con este Princesa de Asturias, tiene que ver con su origen popular. "Todavía el común piensa que el flamenco es una especie de folklore andaluz. Hay un problema de conocimiento, han evolucionado más los artistas que los sabios de la tribu", apunta Romero.

¿Pero no tienen origen popular otras artes más reconocidas, como el jazz? Zoido explica la diferencia: "En Francia o en cualquier otro lugar de Europa, cuando nace el teatro moderno, el de Beaumarchais y todo ese teatro nuevo que irrumpe a principios del siglo XVIII, es un teatro popular, muy popular. De ahí es de donde sale Molière y el teatro moderno posterior. Ya no era el teatro del Siglo de Oro, ya no eran los autos sacramentales. Pero ese fenómeno no tuvo lugar en España, precisamente porque los frailes habían prohibido el teatro en casi todas partes", explica. "El flamenco no da el salto a los grandes escenarios, como sí ocurre con las artes escénicas populares en otros lugares de Europa".

Todos los grandes festivales europeos y de otros lugares del mundo programan con naturalidad artistas y espectáculos flamencos. Carmen Linares ha actuado en escenarios como el Carnegie Hall de Nueva York, la Ópera de Sídney o el Teatro Chaillot de París, pero no es un caso aislado. Rocío Molina es artista asociada al Chaillot desde 2014 y ha recibido los premios más prestigiosos de baile en Reino Unido o Venecia, por citar algunos. El también bailaor Israel Galván ha sido distinguido con la insignia de Oficial en la Orden de las Artes y las Letras de Francia; Enrique Morente fue nombrado Caballero de la Legión de Honor en Francia... Bailarines de prestigio mundial como Mikhail Baryshnikov se han postrado -literalmente- ante el arte de Rocío Molina, y el propio Baryshnikov invitó a bailar en su centro de danza en Nueva York a María Pagés.

La receta para acabar con esta falta de reconocimiento está en ocupar los espacios. "Vamos a ser honestos", dice Zoido, "no todos los años van a darle el Princesa de Asturias al flamenco, tampoco sería justo. Pero los grandes gestores culturales, es decir, los ministros y los consejeros de Cultura, tendrían que pensar cuál es su responsabilidad en darle a todos estos grandes creadores la posibilidad de que creen. Esa es la cuestión. En España hay muchísimos teatros, muchos grandes escenarios y hay que darle una oportunidad a lo identitario, que es el flamenco, tienen una gran responsabilidad en acoger las grandes ideas de estos grandes creadores y en permitirles que se estrenen en España, que sea un arte escénico más de prestigio, como la ópera o cualquier otro".