El Periódico de Aragón

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Crítica de Javier Losilla del concierto de Romero Martín: Flamenco electro-perturbador

Gran noche, sí señor, en un encuentro gozoso de raíces y puntas, de tradición y contemporaneidad, de fiesta y compromiso

Romero Martín en el concierto del viernes en el Centro Cívico Delicias. JAL LUX

“Mi hombría es aceptarme diferente / Ser cobarde es mucho más duro / Yo no pongo la otra mejilla / Pongo el culo, compañero”. Este texto, que forma parte del poema Manifiesto (hablo por mi diferencia), del poeta homosexual chileno Pedro Lemebel (1952-2015) se escucha en Nana del culo, una de las canciones más perturbadoras de Romero Martín, dúo que también tomó prestado de Lemebel el título de su disco Manifiesto.

Romero Martín lo forman el gaditano criado en Sevilla Álvaro Romero, cantaor y poeta que proclama con orgullo su diferencia sexual, y el productor malagueño Toni Martín. Juntos han reformulado el folclore, es decir, el flamenco. Álvaro canta con garbo, es un buen conocedor de las variedades de lo jondo y un artista convencido de que las letras de los cantes, salvo excepciones, describen un tiempo ya extinto, de ahí que aporte otras escrituras. Por otra parte, en asunto de músicas conserva la esencia de los cantes, pero en el armazón musical no intervienen los instrumentos tradicionales, sino la electrónica. Y ahí es donde entra la otra mitad del talento del dúo: el cosmos expansivo de Toni, riguroso en el compás, pero voluptuoso y desbordante en los desarrollos sonoros.

El viernes, esa pareja feliz que ha revuelto la cosmología flamenca a la manera de Niño de Elche cuando se pone cantaor, actuó en Zaragoza, en el Centro Cívico Delicias, dentro del festival Flamenco Zaragoza, dejando al personal más feliz que una perdiz y quedándose los artistas igual de venturosos por la respuesta del mentado público. Gran noche, sí señor, en un encuentro gozoso de raíces y puntas, de tradición y contemporaneidad, de fiesta y compromiso.

Recuerdo para Remedios Amaya

Comenzó la cosa con la Saeta del pirómano, como habría hecho el Morente más último, y continuó con la Granaína de la herida. El recuerdo para Remedios Amaya llegó, en clave electro-flamenco-pop setentero, con Que sí, que no, y el tributo al músico catalán Juan Viladomat (1885/1940), autor de Tango de la cocaína, con Tango de la coca (“Soy una flor caída del vicio fatal esclava, por el destino vencida. Sola en el mundo, nacida del pecado. Y un desalmado me hizo mujer”), a golpe de electrónica industrial, todo un recuerdo a la Barcelona de las grandes factorías. La zambra Nací como quise yo, de Carmen Amaya, pero con letra de Romero, dio paso a la ya comentada Nana del culo, y ésta, a una colombiana amarchenada, con texto inspirado en un poema del zapoteco Elvis Guerra. La Rumba 1914, con ecos de Pepe de la Matrona (1887-1980), nos trasladó a los cantes de ida y vuelta (“De La Habana te traigo un recao y me han dicho que yo a ti te lo dé / Si me pides pescao te lo doy”) y el hipotético final llegó con Mora la cantaora, de la extremeña La Marelu.

Ahí estaba el adiós, pero el inevitable y solicitadísimo bis no se hizo esperar Tangos del Titi de Triana y La mujer que quiere a un chino, que popularizó El Cojo Pavón, cerró, ahora sí, un concierto canallamente espléndido. El grupo zaragozano D’Colorao abrió la velada, pero no llegamos a tiempo para su actuación. 

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