El Periódico de Aragón

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CRÍTICA LITERARIA

Crítica de 'Puente de Hierro': Luces de la ciudad

Como todos los libros de Miguel Mena, 'Puente de Hierro' propone rutas en las que la emoción está garantizada

El escritor y periodista Miguel Mena. ANGEL DE CASTRO

Siempre he pensado en lo importantes que son para mí los referentes. Me ayudan a elegir, a valorar y a caminar con mayor seguridad porque algunas de sus frases o actitudes se me han quedado grabadas como si de un lema se tratara. A través de ellos he descubierto música que en mí nunca dejará de sonar, películas inolvidables o parajes que jamás había pensado que estaban ahí, tan cerca, quizás la razón principal por la que tardé a reparar en su existencia. Hay que mirar y escuchar, hay que callar y cerrar los ojos, hay que sentir y seguir adelante, sumando proyectos, vivencias, experiencias y personas. No recuerdo con exactitud cuándo y dónde fue la primera vez que coincidí con Miguel Mena. Supongo que sería en aquellos ochenta en los que yo vivía a unos cascos pegado, escuchando radio al amanecer, al atardecer y entre horas.

Tuve la fortuna de zambullirme en su día en la lejana parafernalia para continuar, poco a poco, disfrutando de cada uno de sus libros posteriores, en los que caben muchos mundos que en no pocas ocasiones han llegado a conquistarme por su precisión. Ahora termino el que recientemente ha visto la luz, 'Puente de Hierro', una novela publicada por la editorial Pregunta que supone un recorrido exhaustivo por la Zaragoza de las cuatro o cinco últimas décadas, y los hechos y los acontecimientos que se han vivido dentro de sus contornos. La narradora es Carmen, que nos tiende la mano a los lectores y nos presenta con detalle a su familia a la vez que se ubica en lo que respecta a su actividad profesional y a sus decisiones personales. Son los suyos los que componen el mosaico del que ella misma se limita a ser una parte. Todas sus historias se entrelazan, una especie de juego coral que muestra la realidad social del momento.

Hay numerosas referencias a otros lugares que exigen el interés de la protagonista y que, por distintas razones, merecen convertirse en gratos recuerdos, pero es Zaragoza el personaje por excelencia, la ciudad querida que de verdad ejerce de testigo de sus andanzas y la que le habla desde cada rincón con una voz muy reconocible aun cuando queda en silencio. Se suceden las épocas de bullicio en las que la noche se traduce como la mejor aliada, y donde los periódicos nacen, crecen y luchan por mantenerse. También los parques se embellecen y las calles se peatonalizan, escenarios que acaparan miradas, conscientes de que en el continuo tránsito reside a menudo la belleza. Y entre tanto, la transformación del puente de hierro cobra un significado especial, pues de alguna manera se erige en un símbolo que está presente en cada una de las etapas que Carmen atraviesa y en las que, por ende, se obliga a madurar.

Un viaje a los recuerdos

Distintos episodios, en forma de fogonazos, me han venido de repente a la cabeza como si obedecieran a la acción de un resorte. Carmen está obligada a documentarlos, de manera que asiste a los debates enfervorizados o a las tragedias estremecedoras. Tanto aquellos como estas se van sucediendo página tras página como una crónica necesaria que nos ayuda a cada uno de nosotros a comprender cómo hemos procesado y gestionado lo vivido. El tiempo pasa y nos seguimos reconociendo, bien por los avatares sufridos por quienes forman parte del mismo árbol genealógico, bien por el aspecto nuevo que va cobrando la ciudad, bien por eventos que asoman anunciando repercusión internacional, bien por cómo las nuevas generaciones toman el relevo. De nuevo Zaragoza resuena y son sus barrios, sus gentes y su luz lo que la narración defiende. De nuevo el Puente de Hierro, pintado de azul y blanco por decisión de la ciudadanía.

Los libros de Miguel Mena siempre se reservan para el entorno una fuerza especial, como si la línea del horizonte estuviera realmente accesible y no fuera un más allá que se prolonga eternamente. Los libros de Miguel Mena cuentan siempre con humor y con cercanía, porque en ellos resulta imposible no reconocerse. Me encanta que sea conocedor de los orígenes y demás entresijos que han ayudado a que muchos topónimos nacieran porque soy un enamorado de la etimología. Los libros de Miguel Mena proponen rutas en las que la emoción está garantizada. Hay que pasear por este 'Puente de Hierro' que permite idas y venidas al ayer, al hoy y al mañana; a lo que fuimos, a lo que somos y a lo que procuraremos seguir siendo. 

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