Dorian Wood, alma errante que trasciende géneros, artista sobrecogedor y catártico, actuó en Zaragoza (ciudad que ha visitado en varias ocasiones y con la que tiene un vínculo especial) en 2019 con un programa de homenaje a Chavela Vargas, con el que reformuló la desolación. La pandemia le ha mantenido alejado tres años de la ciudad, pero el viernes regresó para inaugurar el breve pero intenso ciclo Piano Piano, en el Centro Cívico Universidad. El reencuentro fue especialmente emotivo.
Dorian, sentado al piano, apoyó su propuesta con sonidos pregrabados y una proyección de imágenes. Quiso hacer un homenaje a Zaragoza que tituló 'Zaragozana Zana' (leído en su español de América suena 'Saragosana Sana', aumentando así su polisemia), de ahí que por la pantalla, entre otras, desfilasen grabaciones en vídeo de la fiestas del Pilar (la ofrenda de frutos, especialmente) y que se escuchase tanto el rumor de los oferentes como el resonar de castañuelas joteras. Así, imágenes músicas y voz configuraron una pieza conceptual con grandes dosis de improvisación y fragmentos de canciones como 'Rómpame'.
Hermoso ritual
En definitiva, Wood elaboró un hermoso ritual en el que el tributo a Zaragoza se fusionó con manifestaciones más o menos explícitas de su propia conciencia personal y artística. Una ceremonia balsámica y sanadora, pero también perturbadora y profunda. Sobre un escenario, Wood siempre genera una liturgia que rompe cualquier atisbo de banalidad, obligándose y obligando al espectador a mirar hacia sus propios miedos, sus propias contradicciones y sus propios deseos.
Sí, 'Zaragozana Zana' fue un gozoso canto a la ciudad que tanto lo aprecia, pero, a la vez que musicalmente confeccionó una pieza que fue como un vibrante 'work in progress', Dorian hurgó como un chamán en su percepción y en la nuestra. Ya de cierre, como bis, puso en alma en vilo con 'Amor eterno', la no menos eterna pieza de Juan Gabriel.