Lalo de Almeida (Sao Paulo, 1970) ha dedicado gran parte de su trayectoria como fotoperiodista a denunciar y documentar los abusos contra la Amazonia. Un trabajo, titulado 'Distopía amazónica', que le ha llevado a ganar el World Press Photo 2022 al Proyecto a Largo Plazo. El Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) acoge hasta el 11 de diciembre una exposición con todas las fotografías ganadoras del prestigioso galardón y De Almeida ha recalado este viernes en Casa Seat para explicar su visión sobre la realidad de esta región. Horas antes de la conferencia, ha atendido a EL PERIÓDICO, del grupo Prensa Ibérica.

En alguna entrevista ha comentado que los brasileños conocen más EEUU que la Amazonia. ¿Qué es y qué significa esta región para Brasil?

Brasil es un país continental, de una dimensión enorme, y el sur siempre ha estado desconectado del norte, de la región amazónica. Los habitantes del sur nunca la han reconocido como parte de su identidad. La han tratado como una colonia, donde se extraía todo, madera, oro, energía, etc., sin pensar en las personas que viven allá, en la preservación ambiental. De hecho, la cuestión ambiental nunca ha sido un tema de debate en Brasil, no solo sobre la Amazonia, sino en general. Creo que eso está cambiando ahora. Las personas están notando el impacto de la crisis climática y empiezan a percibir el problema. Cuando hay racionamiento de agua en Sao Paulo porque no llueve, se dan cuenta de que es a causa de la deforestación y cada vez más voces claman contra la destrucción de la Amazonia. Pero culturalmente es una relación muy distante. Viajar a la Amazonia es caro, la mayoría de la gente de Brasil no puede viajar y los que pueden prefieren irse a Miami.

¿En la escuela se enseña la riqueza que supone para el país contar con esta región?

Poco. No hay ninguna conciencia. Esto está cambiando porque la agenda del mundo también está cambiando. Pero no hay una cultura de proteger la Amazonía. Durante muchos años, se la ha considerado como un desierto verde, un lugar salvaje, con indios enfadados, sin valorar la cultura indígena, sin hablar de lo que realmente es. Hay 30 millones de personas viviendo en la Amazonia, más de 500.000 indígenas con culturas muy diferentes, es de una riqueza enorme. Y eso no se traslada a los brasileños, que tienen muchos prejuicios con la cuestión indígena y la cultura de la Amazonia.

En 2012 empezó con el proyecto galardonado con el World Press Photo. ¿Cómo ha sido la evolución de la Amazonia en esta década?

Empecé en 2012 con la construcción de la hidroeléctrica Belo Monte. Fui por casualidad para cubrir el tema para el periódico en el que trabajo y cuando empecé a ver lo que estaba pasando entendí el proceso de ocupación de la Amazonia. Vi con mis ojos lo que había leído en los libros de historia, cómo se estaban repitiendo esos procesos, esa forma de tratar la Amazonia como una colonia, lo mismo desde hace 500 años. Tomé conciencia de los impactos sociales y ambientales. Belo Monte fue mi punto de partida para empezar a fotografiar otros proyectos, otros procesos de ocupación, como la carretera transamazónica. A su alrededor se encuentran todo tipo de crímenes e ilegalidades, la búsqueda de oro, la extracción ilegal de madera…

¿Qué supuso la llegada de Jair Bolsonaro al Gobierno de Brasil en 2019?

El proceso de destrucción no empezó con Bolsonaro, pero él pisó el acelerador. Destruyó completamente las agencias de fiscalización ambiental, las agencias que cuidan de las poblaciones indígenas, y su discurso fue muy dañino. Él ve el medio ambiente como un obstáculo para el desarrollo. Y ha llevado a las personas que viven en la Amazonia a aumentar en gran medida las actividades ilegales. Esas personas se sienten empoderadas, como si tuviesen un salvoconducto para hacer lo que quieran. Si el presidente me apoya, quién estará en contra, se preguntan.

¿Y cuál es el modus operandi de estas personas?

Se trata en la mayoría de los casos de políticos locales que tienen dinero para invertir y se aprovechan de la pobreza y de la mano de obra barata. Es un poco la misma lógica del narcotráfico, que se aprovecha de la mano de obra barata, joven, sin perspectivas de futuro, que encuentran en eso un modo de supervivencia. La mayoría de los trabajadores son pobres, analfabetos que viven en régimen de casi esclavitud. En realidad, el problema de la Amazonia no es ambiental, es social. Si no resolvemos la cuestión de la pobreza, esto va a seguir eternamente.

¿El Gobierno de Lula va a poder revertir todo este daño?

Creo que por lo menos el Gobierno va a apuntar en la dirección correcta. Pero no va a ser un cambio de la noche al día, va a ser un proceso largo. Estos cuatro años, Bolsonaro ha conseguido implantar esta mentalidad en las personas que están allí. Ha conseguido invertir completamente los valores. Las agencias gubernamentales que estaban allí para proteger el medio ambiente o las comunidades indígenas son vistas como enemigos del pueblo. Lo mismo pasa con los periodistas. En cambio, las personas que cometen estos crímenes son vistos como personas que traen desarrollo a la región. Por eso el nuevo Gobierno no debe ir a un modelo de fiscalización que cierre negocios ilegales y deje a la gente sin sustento, hay que buscar un modelo distinto que traiga ingresos para las personas que viven en la selva. Si no solo vamos a estar dando palos de ciego, perpetuando algo que no va a acabar nunca. Pero creo que Lula va a cambiar todo. De hecho, durante los ocho años que gobernó fue el periodo en el que más disminuyó la deforestación en Brasil.

¿Ha tenido problemas para realizar su trabajo debido al señalamiento contra los periodistas?

En los últimos cuatro años la situación se puso mucha muy tensa, no solo con la prensa, había mucho más conflicto en general. Después de trabajar durante muchos años en la Amazonia, empezó a haber lugares a los que ya no era viable ir. Empecé a protegerme evitando algunas situaciones. Y recuerdo una vez tuve que salir corriendo porque un bolsonarista me perseguía con un machete por hacerle una foto a su camión cargado de madera ilegal. Él no sabía que yo era periodista, pensaba que era un trabajador de una oenegé, otro enemigo mortal de Bolsonaro. Y salió detrás de mí al grito de "oenegero, hijo de puta".

¿Cómo vivió la jornada electoral del pasado domingo?

Casi me muero. Fue como una pesadilla. En la primera vuelta parecía que Lula iba a ganar, tenía posibilidades. No ganó pero muchos políticos de Bolsonaro, diputados, senadores, fueron elegidos para las cámaras. Las personas más conservadoras, las más locas, fueron elegidas. Pasamos un mes sufriendo. El día de la elección estaba acabando de recuperarme del covid y pasé 10 horas sentado frente a la televisión siguiendo minuto a minuto el recuento. Cuando se conoció la victoria de Lula fue un gran alivio.

¿Cree que el país ha acabado dividido en dos?

Sí, totalmente. Lo que asusta más no es que haya un loco como Bolsonaro, sino que la mitad del país apoye a ese loco.