El Periódico de Aragón

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Reseña

Crítica de Javier Lahoz de 'Sueño': Esa cosa llamada amor

Las verdaderas protagonistas de esta novela son las distintas fases por las que pasa una relación, atravesando derroteros que desprenden un ligero sabor a derrota

El escritor Iván Sánchez Zapardiel. Valenti Enrich

Me interesa mucho la narrativa creada por quienes se dedican a construir personajes en sus carnes, intérpretes que se descubren a sí mismos en las palabras y en las ideas de otros y que conocen bien los focos, los escenarios y las cámaras. Es un oficio en el que, intuyo, las pasiones y las contradicciones caminan de la mano y en el que resulta difícil, vuelvo a intuir, separar realidad y fantasía, condenadas a convivir pues los excesos de la una necesitan la moderación de la otra para alcanzar el equilibrio ansiado y evitar que la situación revierta de nuevo.

Ha entrado la madrugada a mi habitación y acabo de rendirme al 'sueño', al de Iván Sánchez Zapardiel, así, con los dos apellidos en mayúsculas coronando la portada, pues imposible resulta obviar a quienes, además de todo lo demás, le inculcaron el amor por la lectura. Su contenido es apabullante, un testimonio que anima a pisar el acelerador aun sin conocer el destino. Se trata de un viaje o de muchos viajes, no lo sé, porque lo hay exterior e interior. Se trata seguramente de un periplo muy diferente de aquellos que por su trabajo el autor está habituado a hacer desde muy joven. Se trata en realidad de una aventura con sabor a odisea que le conduce a recorrer episodios que suenan desafiantes, a analizar actitudes que contribuyen a sus desvelos, a parar y a observar con detenimiento, y sobre todo se trata de una travesía que le permite licencias para callar porque no son pocos los momentos en los que lo onírico manda.

Las verdaderas protagonistas de esta novela publicada por la editorial Planeta son las distintas fases por las que pasa una relación de pareja, atravesando derroteros que desprenden un ligero sabor a derrota, cosa que ocurre entre los letargos y las pesadillas que mantienen al narrador inmovilizado e inmerso en una especie de desahogo vital. Distintos escenarios, de entre los que asoma la magna Grecia, y distintos personajes se pasean por su arrebatada, quizás arrebatadora, mente mientras dura su inconsciencia, casi un delirio que ha emergido exigiendo el profundo clamor de su voz, y son numerosas las reflexiones que se le escapan en voz alta, premisas con las que intenta sofocar el desorden y bucear en la esencia del compromiso con uno mismo y con sus circunstancias.

No es una trama elaborada al uso, nada de ajustarse al clásico planteamiento, nudo y desenlace, sino más bien un estallido que surge y no cesa de fluir, un ajuste de cuentas con aquellos momentos que preceden a las tormentas, calmas relativas que actúan en silencio con premeditación y alevosía mientras juegan al despiste. Por otra parte, los adolescentes Danae y Theo se encuentran en otra onda, comenzando, saboreando el principio azul obligatorio en toda relación que nace, más aún en esa edad en la que todavía no se han contaminado con los desmanes que nos suelen acompañar a los adultos.

Las alusiones a la literatura y al cine son frecuentes, referentes para quienes viven en la ficción y para los que estamos al otro lado, que sabemos valorar la influencia que tienen en nuestras vidas determinadas creaciones, hasta el punto de homenajearlas en obras que lleven nuestro sello personal y contribuir a que permanezcan como regalo a los que vienen detrás. Luego están esos otros referentes que aparecen soterrados, que figuran porque sí, porque residen en la formación del autor y se plasman con naturalidad y sin artificios. Son los recursos que quizás todavía, a la espera de un proyecto en el que confiar y que acariciar, no habían tenido ocasión de manifestarse y que pueden hacerse tangibles incluso durante la duermevela.

El primer capítulo marca el tono del conjunto de esta historia. Con sutileza nos avisa de que en adelante tendremos dudas sobre la identidad de ese reparto coral que se maneja en el presente sin soltarse del pasado. Escrito con una estructura en la que no cabe el diálogo, la prosa es rápida, casi desafiante, con un ritmo que invita al desasosiego y unas licencias que me llevan a interpretar que Iván Sánchez Zapardiel ha puesto mucho de su propia experiencia, episodios que ha sabido interiorizar y que encierran mil y un matices. No es preciso identificarlos todos, no hay que olvidar que por estos lares se camina a menudo entre pasiones y contradicciones.

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