El Periódico de Aragón

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Reseña

Crítica de Javier Lahoz de 'Igual que ayer': En la ciudad sin límites

Eduard Palomares acaba de publicar la segunda novela del detective Jordi Viassolo, en la que aborda también los problemas de las grandes urbes

El escritor Eduard Palomares. Libros del asteroide

No conozco en persona a Eduard Palomares, pero le tengo muchas ganas. Me lo pasé bomba con su primera novela y de nuevo la estupenda editorial Libros del Asteroide acaba de publicar la segunda, una nueva aventura del detective Jordi Viassolo titulada Igual que ayer. Las andanzas de este personaje suponen una diversión sin descanso a la que no pienso renunciar, de ahí que le haya dado prioridad a su lectura. No sé si es un héroe o un antihéroe, a mí eso de poner etiquetas en absoluto se me da bien, pero lo que está claro es que resulta fácil reconocerse con sus torpezas y dejarse llevar por sus impulsos, a veces nacidos de deducciones precipitadas que anuncian que la cosa se va a enredar y que va a tomar direcciones inesperadas.

Viassolo es un gran personaje que acapara la atención del lector. Creo que ahí radica su verdad. Es un tipo cotidiano, ingenuo, divertido sin caer en estridencias, ajeno a protagonismos en los que tanto se recrean otros y al colgarse las medallas. Ni siquiera tiene trabajo estable, situación que ocasiona que vaya por ahí buscándose la vida y agarrándose a lo que puede. Solicitado a menudo por las mujeres, solo tiene ojos para su novia, que anda como loca intentando encontrar algún piso que lo merezca y decidirse por la convivencia de una vez. No parece tarea nada fácil, más aún cuando él anda aturullado en descubrir la verdad en los asuntos turbios en los que habitualmente mete las narices y que suelen ir disfrazados de normalidad.

A Viassolo lo lían de mala manera. Cualquier persona que se cruza en su camino, entre las que cabe una aprendiz de criminóloga que necesita aplicar sus conocimientos, busca comprometerle y hacerle sentir fuera de su objetivo inicial. En esta nueva entrega de sus peripecias comparte piso con un grupo de compañeros diseñados a su imagen y semejanza. Con la confianza que de inmediato se advierte en un permanente colegueo, le recuerdan las tareas domésticas que él mismo invita a cumplir a rajatabla y para las que ahora se despista. Es esa convivencia otro de los puntos fuertes de la historia, pues además de la trama detectivesca su vida da para multitud de argumentos, a cual más apto para la comedia.

Una visión de los problemas de las grandes urbes

Esta novela muestra también una visión panorámica de algunos de los problemas a los que se enfrentan las grandes urbes. En este caso, Barcelona. La especulación con la vivienda y la proliferación de los narcopisos suponen el punto de partida que lleva a Jordi a infiltrarse en una asociación de vecinos a investigar, lo que de repente le conducirá por un interminable sendero de drogas, de quienes las convierten en un auténtico trapicheo y de quienes las consumen. Y en eso está, dominado por la paranoia, carcomido por el temor, embutido en un chándal que llama la atención a kilómetros de distancia y con un corte de pelo que espanta.

Eduard Palomares añade un elemento inesperado. Se trata de un viaje al pasado para equiparar lo que hoy puede ser con lo que en otro tiempo fue. Cuenta una historia que quizá se asemeje al caso en cuestión y de ese modo ayude a resolverlo. Es un recurso que añade agilidad a la trama, que se hace cálida y amable en todo momento, que huye de la sordidez que suele contener el género negro. No obstante son numerosas las alusiones al clásico, tanto en lo que respecta al cine como a la literatura, un deseo soterrado de Viassolo de verse convertido en un Philip Marlowe que sabe mirar como Bogart sin salir de ese cochambroso despacho, decorado en blanco y negro, que se distingue tras la cortina de humo que viaja por encima del cigarrillo.

Se lee rápido y con la sonrisa en la boca, con diálogos que fluyen y saben a poco, porque parecen disparos de lo fulminantes que son. Me gusta el tratamiento que reciben los personajes secundarios, porque hay una extraña manía bastante generalizada de darles muchas más páginas de las que merecen, y aquí ocupan el espacio exacto. A Eduard Palomares hay que descubrirlo y leerlo. O al revés, no lo sé, supongo que aquí no importa el orden. Echo en falta a autores que sepan dotar a sus criaturas celestiales de humor. Y no conformes con eso, que no es poco, que consigan que dichas criaturas celestiales contagien ese humor al público. Allá donde va, Viassolo, mientras busca rastros, deja impresa sus propias huellas. Viassolo, menudo personaje.

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