Opinión

Guardando las distancias: Hablemos de cultura, no de industria

Ante la crisis, el capitalismo obligó al sector cultural a comprar su argumento

Es una realidad que la cultura crece cuanto más lo hace el hecho creativo.

Es una realidad que la cultura crece cuanto más lo hace el hecho creativo. / EL PERIÓDICO

Daniel Monserrat

Daniel Monserrat

No es un tema nuevo pero sí me parece relevante en estos tiempos en los que parece que galopamos a bordo de una nueva crisis, plantearnos la utilidad de la cultura y analizar los continuos mantras a los que está sometida. Que la cultura es necesaria para crear una sociedad de personas cultas, sanas mental y espiritualmente, y, sobre todo, responsable, no es algo que creo que a estas alturas esté en duda por alguien que sea consciente de lo que significa estar en el mundo.

Así, no creo que sea poca cosa lo que nos jugamos cuando debatimos sobre la necesidad de mantener una estructura cultural donde los creadores tengan cabida en la sociedad para, como poco, poder mostrar el simple hecho de crear que aunque parezca un estado primigenio de la cultura es el más importante.

La cuestión sobre la que hay que llamar la atención ahora que, como decía, nos asomamos a una crisis de consecuencias todavía inciertas, es ese argumento de que la cultura es industria y supone determinado porcentaje del PIB por no hablar del empleo que produce. Algo que para mí es un grave error, no podemos medir la cultura por la economía que produce, el sustento industrial que sea capaz de generar o por la capacidad de empleos que sea capaz de crear. Un fallo que proviene de cuando llegó la gran crisis del año 2008 (en Aragón se retrasó un poco merced al efecto Expo). Llegó la hora de los recortes y todo el mundo se vio en la necesidad de justificar lo necesaria que era su actividad para la sociedad.

O lo que es lo mismo, básicamente, el capitalismo obligó al sector cultural a comprar su argumento y, ante el miedo de quedar relegada a la irrelevancia en las ayudas institucionales, sacó pecho de todo el dinero que generaba, que movía y de la importancia de la industria cultural. Algo que, para mí, es irrelevante. La cultura es necesaria por su propia capacidad de crear, de generar y de confrontar realidades entre los diferentes seres humanos. Solo (como si fuera poco) por eso es fundamental e imprescindible sostenerla (casi) a cualquier precio y no debería entrar en ningún plan de un gobierno serio recortar sus fondos y sus ayudas hasta convertirla en irrelevante a no ser que haya un motivo ideológico detrás (en este mundo ya se ha visto de todo así que no es algo que diga por decir).

Y en torno a esa idea, a la de la creación cultural, debería girar el debate y más todavía, en tiempos de crisis.

Proteger la cultura

Que el hecho cultural tenga una industria potente detrás que sea capaz de darle visibilidad y de potenciar las propuestas es algo a lo que se debe aspirar y tal y como se ha comprobado algo que solo puede soplar a favor de la propia cultura pero, ojo, con considerarla como la causa por la que hay que defender la cultura.

La cultura hay que protegerla para que ese chaval de instituto pueda coger la guitarra, para que los jóvenes tengan esa necesidad de subirse a un escenario a hacer teatro, para que el arte llame a generar obras similares y así hasta el infinito podríamos llegar con ejemplos. Es ese el ecosistema que hay que proteger porque es desde ahí desde donde nace la inquietud cultural, donde se genera el público y desde donde se pueden nutrir las industrias culturales profesionales. Por lo tanto, no nos queda otra que seguir esperando que la Ley de Derechos Culturales de Aragón llegue a buen puerto y, aunque no parece que se vaya a llegar a tiempo en esta legislatura, sea una realidad más pronto que tarde porque cuando se protege al público cultural, la cultura gana. Toda.

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