Guardando las distancias: Los premios que son de verdad

Mi relación con los premios culturales suele estar llena de contradicciones y de peleas internas. Sin embargo, hace algunos años que hay unos premios que me reconciliaron con la dinámica de estas caricias

Gala de entrega de los Premios Cálamo 2023.

Gala de entrega de los Premios Cálamo 2023. / ÁNGEL DE CASTRO

Daniel Monserrat

Daniel Monserrat

Nunca he creído mucho en los premios. No me refiero tanto a que no crea que sean necesarios para dar, como decía Rozalén el otro día al recibir el Nacional de Cultura de Músicas Actuales, "una caricia" al galardonado que le permita seguir creyendo en lo que hace. En lo que no acabo de creer es en la necesidad de que una determinada creación artística sea del tipo que sea me tenga que ser impuesta por un experto de fuera que, desde su conocimiento (no lo pongo en duda aunque no siempre es así), me señale con el dedo a lo que debería acercarme.

Por eso, como decía, mi relación con los premios culturales suele estar llena de contradicciones y de peleas internas que, en realidad, no hacen más que consumir recursos internos. Sin embargo, hace algunos años que hay unos premios que me reconciliaron con la dinámica de estas caricias. Sucedió cuando antes de la pandemia, Cálamo eligió como Libro del año a El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, de la moldava Tatiana Tibuleac. Por alguna razón, justo ese libro pasaba por mis manos y decidí leerlo. Aquel día, aunque suene demasiado pomposo, volví a creer en los premios.

La librería Cálamo cumple cuatro décadas de actividad, de faro cultural en Zaragoza y esta misma semana acaba de entregar una nueva edición de sus premios. En este caso, a tres mujeres (no es un hecho que se debería pasar por alto, por cierto), Brenda Navarro, Pilar Adón y Sara Mesa, en un acto celebrado en Caja Rural de Aragón en el que, una vez más, se respiró, por encima de cualquier consideración, amor a los libros.

40 años de vida cultural y espacio de debate

"Estamos satisfechos porque hemos cumplido los retos que nos planteamos hace 40 años: vender buenos libros y participar de forma activa en la vida cultural, social y política de la ciudad, generando un espacio de debate", subrayaba el gerente de Cálamo, Paco Goyanes, sobre este año tan especial que va a vivir la librería ubicada en la plaza San Francisco zaragozana.

El altísimo nivel de librerías que hay en la capital aragonesa (aunque algunas ya cerraran sus puertas tristemente) es un hecho indiscutible que incluso ha llamado la atención de otros lugares de España. Que Cálamo no se dedique solo a vender libros sino que, además, implique a sus lectores y a toda la ciudadanía con una iniciativa como los Premios Cálamo es algo para lo que prácticamente no hay calificativos. Sobre todo, por un hecho del que no es ajeno nadie que conozca un poco del sector cultural, lo complicado que es mantener una iniciativa de este tipo tantos años seguidos y no solo eso sino que consiga redimensionarse edición a edición para seguir manteniéndose como guía en un mundo cuanto menos complicado.

La importancia de unos premios literarios al margen de cualquier imposición editorial e industrial es la de poder redescubrir libros que merecen la pena a un público más amplio. Dicho de otra manera, que buena parte de los lectores puedan acercarse a obras en las que se van a poder confrontar con uno mismo, van a tener más herramientas para vivir y, sobre todo, van a ser mejores ciudadanos y personas.

Y aunque para todo eso, los premios no son el único camino, yo hace unos años entendí que sí son importantes para tener un prescriptor de calidad a mano. Los Premios Cálamo lo son. Que duren muchos años y, con ellos, que la librería que los auspicia no deje de alumbrarnos, al menos, otros 40 años más.

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