RESEÑA LITERARIA

Crítica de Javier Lahoz de 'La flor del rayo': Secretos y mentiras

Las novelas de Juan Manuel Gil son inclasificables pero a la vez gozan de una frescura y un ritmo inigualables

Juan Manuel Gil, en su reciente visita a Zaragoza.

Juan Manuel Gil, en su reciente visita a Zaragoza. / ÁNGEL DE CASTRO

Javier Lahoz

Las novelas de Juan Manuel Gil son inclasificables. Me veo incapaz de adjetivarlas a la ligera o de encasillarlas en ningún género. Son mucho más que eso. Porque a la vez gozan de una frescura y de un ritmo que no encuentro en ninguna otra. Y por encima de todo ello de un humor tan palpable, tan directo, tan inteligente, tan despiadado a veces, que pone boca abajo a personajes incansables que sin decir nada lo dicen todo y que, con idéntica falta de mesura y comedimiento, diciéndolo todo no dicen nada. Pero a los que querrías seguir escuchando eternamente. Yo no tengo ni idea de si este hombre se ha convertido en un fenómeno, de si sus escritos resultan cautivadores en los grupos de lectura o de si él y sólo él es la alegría de la fiesta. No obstante, me parto con esos arrebatos únicos que me llevan por caminos que jamás, como lector, pensé que transitaría. Cuando le conocí, me sorprendí que fuera trigo limpio y decidí quedarme para sortear los obstáculos de su cosecha que seguirían llegando a mis manos.

Y en efecto hace poquito tiempo, y convertida en una más de las numerosas novedades que se asoman a diario a la librería, lugar sagrado en el que siempre hay que comprar los libros, ha aparecido 'La flor del rayo', novela publicada por la editorial Seix Barral, en la que el autor repite. Es una historia que, en principio, tiene mucho de él y de sus desventuras cotidianas, de sus crisis creativas, de cómo se relaciona con quienes le rodean, bien para afirmarle, bien para negarle, y de la fascinación que siente por su entorno, clave para el arranque de una nueva y original creación. Hay en estas páginas un caso fabuloso que parece nacer de una casa fabulosa, con señora en el jardín, con palabras que surgen de la oscuridad, con secretos del pasado, con una ambulancia que algo habrá de significar y con abundantes ganas de hacer literatura. Estos diálogos son oro, los entablados con la madre, con la psicóloga o con la misteriosa dama que parece residir entre bulbos, semillas, buganvillas y jazmines y que a priori muestra resistencia a relacionarse con desconocidos. Y cada una de las piezas que componen este puzle permanecen dentro de otras, como los eslabones de una cadena que se necesitan para tener entidad.

Con fiereza, más allá de la firmeza

Juan Manuel Gil escribe con fiereza, que es un paso más allá de la firmeza. Con una prosa ataviada de desinhibición y de astucia, te envuelve y te empuja al interior, de esa mansión o de donde sea, da igual, porque continuamente crea expectación y curiosidad. Nada es previsible, al menos para mí, pues una de mis posturas más habituales es la de insistir en quedarme clavado en el presente, en el instante mismo, y en no plantearme lo que vendrá cuando haya de venir. En esta narración tan diferente a lo que acostumbro a leer, las vueltas de tuerca son abundantes y entre tanto vaivén se define la esencia de quienes intentan hacerle a los demás la vida posible a la par que, sin pudor, se reflejan en el espejo de aquellos que, por el contrario, se manejan estupendamente para hacerla imposible. Juan Manuel Gil construye un universo propio que succiona a los lectores y que les enseña a vivir a caballo entre la imaginación y la realidad. Es un territorio sembrado de literatura que crece en múltiples direcciones, que se ramifica hasta que las miradas se tornan desconcertantes y donde las gentes sobreviven gracias a las palabras, las pronunciadas, las escuchadas, las silenciadas, las que les enfrentan, las que les unen.

La estructura facilita que el narrador salte de un escenario a otro, que discrepe con los que mejor le conocen y que se acerque a los que se ajustan al papel que sueña con atribuirles. No necesitan descripciones porque basta escuchar lo que sale de sus bocas. Tan ingenioso como demoledor. Se establece un continuo juego con los lectores, que a veces no sabrán a qué atenerse. Las dudas que plantea cada nuevo suceso desprenden un olor a chamusquina que ayuda a que el enredo entre en fases irreversibles. Las preguntas sin respuesta se acumulan y aquella señora del escenario florido y hermoso carece de prisas y se toma su tiempo para contestar. Tanto rigor anticipa que ahí hay una historia y que no conviene dejarla escapar. Obviamente, el escritor artífice ha aprendido dicha lección y no ha dejado de dar forma a esta obra que merece mi atención y mi aplauso. Toca disfrutarla y procurar no rayarse. 

‘LA FLOR DEL RAYO’                       

Juan Manuel Gil       

Seix Barral

416 páginas

20 euros          

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