ARTE

El Visor de Chus Tudelilla: Juan Cabré, la fotografía al servicio de la arqueología

Su capacidad de asombro y observación por todo lo que le rodeaba y el deseo de conocer guiaron la trayectoria vital y profesional del calaceitano, en la que se cruzaron personas cuya influencia iba a ser determinante

Enrique Cabré, Antonia Herreros, Juan Cabré y Encarnación Cabré. IPCE Madrid.

Enrique Cabré, Antonia Herreros, Juan Cabré y Encarnación Cabré. IPCE Madrid.

Chus Tudelilla

Chus Tudelilla

Juan Cabré nació el 2 de agosto de 1882 en Calaceite. Aquel día del mismo mes murió en Madrid, en 1947. Su capacidad de asombro y observación por todo lo que le rodeaba y el deseo de conocer guiaron su trayectoria vital y profesional, en la que se cruzaron personas cuya influencia iba a ser determinante. Muy pronto supo el jovencísimo Cabré que lo que realmente le gustaba era dibujar y pintar, y con catorce años abandona el Seminario de Tortosa e inicia su formación en la Escuela de Artes y Oficios de Zaragoza, que continuará en la Escuela Superior de Escultura, Pintura y Grabado de Madrid tras obtener una ayuda de la Diputación de Teruel, en 1901. En Madrid visita el Museo del Prado y se inicia como copista de obras de Velázquez, Tiziano o Rafael, pintores que le apasionan; y es asiduo de la biblioteca de la Real Academia de la Historia, donde conoce al jesuita Fidel Fita, arqueólogo, epigrafista e historiador, que es considerado su primer mentor y quien pudo enseñarle entre otros muchos libros, los ejemplares de 'Aragón histórico, pintoresco y monumental' (1889) de Sebastián Monserrat de Bondía y José Pleyán de Porta, o los de 'Zaragoza, artística, monumental e histórica' (1890 y 1891) de Anselmo y Pedro Gascón de Gotor, cuyos textos se ilustraban con imágenes de obras propiedad del historiador, arqueólogo y profesor en la Universidad de Zaragoza, Pablo Gil y Gil.

Durante sus viajes a Zaragoza, Juan Cabré tuvo acceso a la extraordinaria colección y biblioteca que Sebastián Monserrat atesora en su mansión de la Torre de Bruil. Todo un hallazgo para el joven Cabré que escucharía atento las mil y una historias que Monserrat le contaba, mientras paseaban por los jardines de su finca a las afueras de la ciudad. De regreso a Calaceite, Cabré pintaba el paisaje en un lugar próximo al cerro de San Antonio donde, en 1902, encontró restos del poblado ibérico, un anuncio del gran descubrimiento que haría en 1903: las pinturas rupestres de la Roca de los Moros en el barranco de Calapatà, cerca del municipio turolense de Cretas, primera expresión del arte rupestre levantino del que se supo en España, que cambiaría su vida. En 1907 Juan Cabré conoció a otro personaje fundamental en su trayectoria: Enrique de Aguilera y Gamboa, marqués de Cerralbo, quien, tras contemplar los álbumes de acuarelas que Cabré había realizado de algunos de sus hallazgos arqueológicos, no dudó en solicitar su colaboración en las diferentes campañas de excavación que organizó por todo el país. A través del marqués, Cabré pudo consultar los libros de su extensa biblioteca y establecer contacto con los más destacados historiadores y arqueólogos de su tiempo. A fines de agosto de 1908, el abate Henri Breuil decidió viajar al barranco de Calapatà cuando tuvo noticias, por el artículo que en 1907 Santiago Vidiella publicó en el 'Boletín de Geografía e Historia del Bajo Aragón', del gran hallazgo de Cabré. Con permiso del príncipe de Mónaco, que sufragaba su investigación del arte rupestre en la cornisa cantábrica, Breuil dejó Santander, tomó el camino del valle del Ebro por Reinosa y se dirigió en tartana a Calaceite.

Real Academia de la Historia de Madrid

Aquel descubrimiento le valió a Cabré ser nombrado miembro de la Real Academia de la Historia de Madrid y de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, comenzar a publicar sus trabajos, iniciar una estrecha colaboración con Breuil y otros arqueólogos nacionales e internacionales, y participar en el gran proyecto del 'Catálogo Monumental de España' ideado por Juan Facundo de Riaño, que se promulgó por Real Decreto del 1 de junio de 1900, con el propósito de catalogar las riquezas del país, cuyo estudio y descripción debía acompañarse de planos, dibujos y fotografías. En 1908 el marqués de Cerralbo encargó a Juan Cabré el 'Catálogo Monumental de Teruel', que señala sus inicios en la fotografía.

Juan Cabré en el yacimiento de Arcóbriga en Monreal de Ariza. IPCE, Madrid.

Yacimiento de Arcóbriga en Monreal de Ariza. IPCE, Madrid. / JUAN CABRÉ

La experiencia del abate Breuil, que acompañaba sus estudios con dibujos, calcos y fotografías, influyó decisivamente en el método de trabajo de Cabré. En su autobiografía Breuil recuerda que fue la inmejorable impresión que le causó el joven Cabré, por su entusiasmo, por sus dotes como dibujante y también por su naturalidad, lo que le animó a pedir su colaboración en las investigaciones rupestres para el Institut de Paléontologie Humaine de París; tras aceptar, Cabré solicitó un aparato fotográfico y Breuil le envió de Francia una cámara Carl Zeiss que se convertiría en un instrumento indispensable por el rigor que aportaban las imágenes, aliadas siempre con el dibujo. Cabré nunca dejó de aprender y atendió los consejos de J. R. Mélida, director del Museo Arqueológico o del famoso investigador J. Déchelette, no sólo en la realización de las fotografías sino también y, fundamentalmente, en los criterios de catalogación e inventario.

'El arqueólogo Juan Cabré. La fotografía como técnica documental'

En 2004 el Museo de San Isidro de Madrid acogió la exposición 'El arqueólogo Juan Cabré (1882-1947). La fotografía como técnica documental' y, con tal motivo, se editó el catálogo a cargo del museo, del Instituto de Patrimonio Histórico Español y de la Universidad Autónoma de Madrid, cuya consulta continúa siendo una referencia obligada en el conocimiento de la trayectoria arqueológica de Cabré y de su aportación a la fotografía como herramienta al servicio de la ciencia. Susana González Reyero, autora del artículo que aborda la experiencia fotográfica de Cabré, atiende a los aspectos técnicos y a la diversidad temática de sus registros, entre los que destacan las fotografías de los objetos y las del yacimiento.

En las primeras, son numerosas las imágenes con varios objetos organizados en composiciones de evidente naturaleza pictórica, y las que presentan piezas individualizadas, convenientemente separadas del fondo mediante una tela que actúa de pantalla; en ocasiones, y con el propósito de mostrar todos los detalles, Cabré manipulaba los negativos uniéndolos en una sola lámina. Y cuando se trata de una estructura arquitectónica, el ángulo siempre era oblicuo, nunca frontal, para dar idea del volumen. La actividad diaria de los yacimientos es el tema de un abundante número de fotografías: vistas generales que señalan la localización geográfica y ubicación de los yacimientos, infraestructura empleada, actividad de la campaña, visitas ilustres y grupos de obreros cuya presencia permitía, además, indicar la escala, a falta de otros métodos. Y retratos de su familia, cómplice siempre y a su lado: su esposa Antonia Herreros, compañera de viajes y campañas; su hija María Encarnación, primera arqueóloga española –a quien dedicaremos un próximo Visor–, y su hijo Enrique. La fotografía fue para Cabré un elemento indispensable en toda investigación científica, aportaba veracidad y evitaba explicaciones farragosas. Y Cabré aprendió tanto de fotografía, de su concepción y usos en la arqueología que, como señala González Reyero, sus imágenes tuvieron enorme repercusión en su época; por supuesto, su formación y experiencia pictórica no pasa inadvertida en todas las composiciones.

Juan Cabré en el yacimiento de Cabezo de Alcalá en Azaila. IPCE, Madrid.

Juan Cabré en el yacimiento de Cabezo de Alcalá en Azaila. IPCE, Madrid.

Dotado de gran intuición

Cabré fue un trabajador incansable dotado de una gran intuición. Entre otras muchas tareas, además de las ya reseñadas, realizó el 'Catálogo Monumental de Soria' que le fue encargado en 1911 junto con el 'Catálogo Monumental de Zaragoza' que no llegó a terminar; presentó resultados y avances de sus numerosas excavaciones en congresos nacionales e internacionales; formó parte de la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas; colaboró en el Centro de Estudios Históricos que dirigían Manuel Gómez-Moreno y Ramón Menéndez Pidal, y en el Museo Arqueológico Nacional. En 1922 fue nombrado director del Museo Cerralbo, cuyos fondos logró salvar durante la guerra, por lo que recibió las felicitaciones del marqués de Lozoya, director general de Bellas Artes, a las que siguieron el cese y un expediente de depuración en 1939.

En Calaceite sobrevive en silencio el Museo Juan Cabré que se inauguró en 1987 con las donaciones de María Encarnación y Enrique Cabré al Gobierno de Aragón.