Fue en el siglo XX, en el ya lejano 1994, cuando el gran Salif Keita (Djoliba, 1949), la voz de África pisó por primera vez el escenario de Lanuza en el Festival Pirineos Sur. Siete años antes, este descendiente directo de Sundiata Keita (1190-1255), fundador del imperio Malí, había editado 'Soro', álbum que ha pasado a la historia de la música (no solo africana) como una de las creaciones más brillantes. Salif ya no volvió al festival hasta 2006. Repitió más tarde en 2013, y regresó el sábado pasado, un lustro después de que grabase 'Un autre blanc', del que dijo iba a ser su último disco. De momento ha cumplido. Afortunadamente nada dijo sobre abandonar los escenarios. 

Con una banda renovada, numerosa y potente, Keita se presentó en Lanuza con un repertorio de canciones que transitaron entre 1989 ('Primpin', del álbum 'Ko-Yan') hasta 2018 ('Lerou Lerou', de 'Un autre blanc'). Un puñado de piezas que, sin perder su carnet de africanía, mostraron una vigorosa paleta de colores sonoros (del funk a la psicodelia), gentileza del director musical y guitarrista del grupo. Músico, por cierto, muy dado a los solos instrumentales, pero, a diferencia de los guitarristas franceses que durante años han acompañado a Salif, no pierde de vista la negritud (sus guiños al bikutsi camerunés y al soukous congoleño fueron espléndidos). Percusiones, programaciones, bajo, batería, kora, ngoni y dos espléndidas coristas que ejercieron vigorosamente de solistas, por separado, en un par de canciones, completaron una formación compacta y cañonera, en la que, en el turno de mostrar cada uno sus habilidades, el intérprete de ngoni transmutó momentáneamente en Jimi Hendrix. Y en medio de ese cosmos sonoro, el príncipe Salif, septuagenario al que tal vez le fallan un poco los movimientos (ya no camina de un lado a otro del escenario), pero no su voz espléndida y arrebatadora.

Kokoko también formó parte de la noche del sábado de Pirineos Sur. Jaime Oriz

Atmósfera envolvente

Salif atrapa con solo abrir la boca, y sigue imprimiendo a las canciones una atmósfera envolvente, casi onírica, en la que reconocemos tanto el alma de sus ancestros como sus búsquedas en otras tradiciones musicales. Aún con las pausas necesarias para tomar aliento (de ahí esas dos canciones que dejó que protagonizaran las coristas), Salif estuvo inmenso, vital y emocionante. Además de las mencionadas, composiciones como 'Mama', 'Dery', 'Yamore', 'Nyanyamama' (que interpretó en solitario acompañándose con la guitarra), 'Laban', T'u va me manquer', 'Papa' y 'Madan' conformaron el programa. Y de propina, 'Nous pas bouger', que escribió en 1986 como protesta por la expulsión de 101 malís de Francia (toda una advertencia): "No nos movemos / Devuélvenos lo que cogiste antes de la independencia / No me toques / No nos movemos". Salif grabó esa canción en 1989, en 'Koyan', y la regrabó en 2007 con los raperos franceses L’Skadrille y los senegaleses Daara J. En 1970, junto con Mory Kanté y Djelimady Tounkara, Salif formó en Malí el grupo Super Rail Band, también conocido como Super Rail Band de Bamako o Super Rail Band du Buffet Hotel de la Gare de Bamako. El sábado, aunque lógicamente sin sus colegas de antaño, diríamos que puso en marcha, la que podríamos llamar La Super Bateau Band de Lanuza. Sin barcos, pero navegando a toda vela.

La velada la abrió el grupo Kokoko, de Congo, convertido ahora en dúo (Xabier Thomas, antes conocido como Débruit, y Julien Makarabianko Matumona Nzaku). Kokoko actuó en Pirineos Sur por primera vez en 2018, y sus componentes se mostraron entonces como gozosos chatarreros de ritmo y furia (así titulé la crítica del concierto). Con sus monos amarillos, como unos Devo subsaharianos, confeccionaban sus instrumentos con chatarra, botellas de plástico y otros desechos, armamento que completaban con voces y generadores de música sintética e incluso con una tostadora. Su música, de difícil taxonomía, combinaba lo ancestral con lo contemporáneo; un latido de la aldea global, del pulso de las grandes urbes: ruido, ritmo y furia. Puro futurismo. El sábado, sin embargo, Kokoko, menos agitador que antaño, ya no marcó esa diferencia con otras formaciones que trabajan con las raíces y la electrónica. El dúo se ha instalado ahora en una redundancia que sí, puede hacerte bailar un rato, pero no muy largo. Lástima.