Contextos de arte
Cuando la luz no es necesaria

Una biblioteca. / Shutterstock
Ana Diéguez-Rodríguez. Directora del Instituto Moll
Estos días ha habido una importante tormenta derivada del primer temporal de la temporada: Aitor. Un rayo hizo caer todo el sistema eléctrico de una universidad del norte de España provocando que sus instalaciones quedasen sin luz y sin telefonía móvil. Entre los edificios afectados estaban las bibliotecas de las diferentes facultades. Es en estos templos del saber - afortunadamente aún siguen siéndolo-, donde se dieron las escenas, al menos curiosas y dignas de estudio sociológico, que ahora paso a relatar. Estas bibliotecas a oscuras se convirtieron por una tarde en esos lugares de concentración y de interrelación íntima entre el estudiante con su libro o con el escrito que está elaborando gracias a que ninguna pantalla proporcionaba distracción, lo que favoreció que unos jóvenes estudiantes, por lo demás sobre estimulados, encontraran la quietud y, si me permiten avanzar el final de la historia, el placer de una lectura sosegada. Por unas horas, los usuarios de esas bibliotecas vivieron en primera persona lo que era habitual en las bibliotecas del siglo XX. Estamos tan habituados a entrar a través de la computadora en la página de las bibliotecas con un usuario y una clave, hacer una selección de lo que queremos y darle a un botón, que rellenar una por una las tarjetas de petición de libros ¡usando un bolígrafo!, poniendo todos los datos identificativos del libro, fue toda una hazaña que contar para muchos de los nacidos en el siglo XXI. En especial de aquellos que querían más de un libro para consultar.
La sala de lectura, generalmente poco concurrida si no son fechas de exámenes y entregas de trabajos, se convirtió en un lugar atestado de usuarios donde las mesas más cercanas a los grandes ventanales se convirtieron en los lugares más ansiados para la lectura, bueno para algunos, pues eso de que el hombre es animal de costumbres hace que adaptarse a las circunstancias no sea algo prioritario, sino que para otros era el mantener su ubicación habitual dentro de una biblioteca a oscuras. El caso es que los bibliotecarios, dadas las circunstancias, auguraban una tarde tranquila. Nada más alejado de la realidad. Todo el mundo parecía sentir necesidad de pedir un libro, sentarse en la biblioteca, sin luz, y leer. La cosa incluso llegó a complicarse a medida que la tarde iba avanzando y el sol decaía. Las bibliotecas con un horario habitual amplio decidieron, con buen criterio, reducirlo y avisar a los usuarios que a las 19:00 horas se cerrarían las salas, pues la noche se echaba encima. Esta tarea se volvió imposible. Dieron las siete de la tarde y de allí nadie se movía. La concentración lectora era tal que tuvieron que ir mesa por mesa pidiendo a los estudiantes que se fueran, los cuales miraban con cara de extrañeza tal petición.
Esto me lleva a reflexionar ¿en realidad, qué es lo que necesitamos?. En un mundo hiper tecnologizado, en el momento en que esta tecnología no está continuamente en abierto encontramos el momento y el lugar para la concentración y el pensamiento. Si aquello que es una herramienta, como es el acceso ilimitado a todo lo que ofrece internet, en especial para investigaciones pues ayuda a constatar en minutos lo que antes podía llevar días, también es tan importante, o mas, el encontrar los momentos, los huecos, para poder degustar y tener esa introspección del ser humano con uno mismo. A veces ayudado por los escritos de otros, a veces a través de nuestras propias reflexiones.
No es extraño que en el último año se haya constatado una nueva tendencia entre los jóvenes: practicar el JOMO (por sus siglas en inglés Joy of Missing Out), el placer de perderse la cosas en contraposición a esa necesidad de estar continuamente conectados. Parece que gracias a Aitor esto fue posible durante una tarde. Quizá, a raíz de lo vivido, habría que proponer la tarde sin luz en las bibliotecas. Al fin y al cabo, el ser humano busca situaciones diferentes para degustar lo que tiene habitualmente a mano (o si no, que se lo pregunten a los ideadores de las “noches de los museos”).
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