Entrevista

Manuel Vilas, escritor: "Soy un depresivo empático, mi gran problema es admitir que me tengo que ir de este mundo"

El celebrado autor de 'Ordesa' publica 'El mejor libro del mundo', una confesión sin filtros que retrata y exhibe sus fragilidades y obsesiones

El escritor de Barbastro Manuel Vilas

El escritor de Barbastro Manuel Vilas

Elena Hevia

Mostrarse sin filtros, escudriñando en las propias obsesiones, las miserias, los miedos y las alegrías. Eso es ‘El mejor libro del mundo’ (Destino), a medias memorias, a medias novela, un artefacto literario cargado de reflexiones, entusiasmos y tristezas en el que Manuel Vilas (Barbastro, 1962) muestra un (auto) retrato directo e inédito de esas zonas que habitualmente suele esconder un escritor.

El libro se abre con un prólogo escrito por la supuesta editora de Manuel Vilas con el relato de cómo el autor se encuentra una mañana en una torre de la ciudad rumana de Bitrita, donde la contemplación de un día maravilloso le hace sentirse pleno y aparentemente feliz y al instante siguiente se precipita al vacío 70 metros más abajo. No se preocupen, es pura literatura, el Vilas que acude a la entrevista no puede estar más vivo.

La imagen del suicidio es muy impactante e ilustra muy bien esa atracción del abismo, de la muerte, que se filtra en el libro.

Es como decirle al lector que lo que se va a contar necesariamente tiene que ser verdad porque quien lo ha escrito ya no está en este mundo. Y ante la muerte nadie miente. Es como una declaración de últimas voluntades.

¿Existió una torre?

Sí, subí allí y vi que era un sitio ideal para suicidarse. Pensé que era un buen lugar para armar esa fantasía. Y se me ocurrió también que podría ser bonito que una editora - porque yo siempre he tenido editoras- hablara de mí con cariño y presentara esta obra 'póstuma'.

La idea del suicidio, de mirar las cosas desde arriba, desde la distancia, y sentir vértigo atraviesa todo el libro.

Empecé a escribir este libro cuando cumplí 60 años y ese seis introdujo una certidumbre matemática en mi vida. Desde ese momento tenía más pasado que futuro. Yo me había llevado muy bien con el cinco. Porque el cinco es una edad en la que sabes que aquello que te hizo sufrir cuando tenías 20 o 30 años era una tontería. Has aprendido que todos los sinsabores laborales, sentimentales o familiares tienen también un fondo cómico. Y además a los 50 hay margen para poner en práctica lo que has aprendido. A los 60, si eres escritor, te preguntas cuántos libros te quedan por escribir.

Hace no tanto tiempo los 60 se consideraban una edad aceptable para hacer el mutis final.

Tuve una conversación sobre eso con Juanjo Millás. Me dijo que entre los 60 y los 70 la gente cae como moscas. Eso me hizo pensar que me podía permitir un libro que no tuviera filtros. Y si no lo hago ahora, no lo haré nunca.

Es curioso que un 'memento mori' como este tenga tanto humor.

Hombre, al lector no le puedes dar 600 páginas de catástrofes. Por eso hay un tono variado y estudiado que oscila entre la comedia y las pesadumbres de la vida.

Y habla sin ambages de sus propios vaivenes emocionales. Dice que la depresión no es un estado sino una forma de ser.

Eso lo he descubierto con el tiempo porque la normalidad psíquica no existe. Hay mucha gente con problemas de ansiedad y depresión y es, de puertas afuera, es absolutamente funcional. El que no se deprime es un psicópata porque no hay más que ver un telediario en el que asistes en directo a cómo se está matando en Gaza para que se tambalee tu equilibrio. A eso súmale el ver morir a tus padres, ver morir a tus amigos. ¿Cómo no te vas a deprimir? Además, hay muchos tipos de depresión.

¿Cuál es la suya?

Yo soy un depresivo empático. Mi gran problema es admitir que me tengo que ir de este mundo. Pero, ¿quién no tiene ese problema? Frente a eso solo cabe la angustia. Sientes cosas intensas que no son la alegría de la huerta.

¿La depresión le ha ofrecido alguna enseñanza?

Muchísimas. La depresión es visionaria en muchos casos. Te hace ver la esencia de las cosas. Eso probablemente es lo más insoportable. Porque percibes el paso del tiempo de una forma muy directa y la caducidad de tu existencia. A través de una depresión lúcida percibes todas las supersticiones que alimentan la vida. Ves como la gente se aferra a creencias religiosas, políticas o familiares para no derrumbarse. El depresivo inteligente percibe que son construcciones sociales, pero que no son verdades importantes.

En el libro expresa su admiración por Annie Ernaux, una mujer de origen humilde 'bendecida' por el premio Nobel y que, sin embargo, sufre por sentirse desclasada.

Gran tema, el desclasamiento. Hace un año me cambié de coche. Yo tenía uno hace 17 años y me compré otro de alta gama. Pensé que un coche así mi padre no lo habría podido comprar nunca. Sentí que ya no pertenecía a la clase social de la que procedo. Me pregunté a mí mismo quién era.

¿Y qué sintió: orgullo, odio de clase?

Miedo, a que no me mereciera todo aquello.

Puro síndrome del impostor.

El síndrome de la clase media baja de los 60, que nos persigue a todos los que somos de esa generación. 

¿El éxito le ha llegado en la madurez, en qué medida le ha cambiado la vida?

El éxito me ha asustado. Mi psiquiatra me dijo que yo tenía una personalidad adictiva y es verdad. El éxito me ha hecho adicto a la complicidad con los lectores, que con ‘Ordesa’ se acercaban diciéndome que esa novela les había cambiado la vida.

¿No es peligroso exponerse de forma tan directa a los lectores?

Sí, creó una tara en mi cerebro. Lo normal es que tus libros gusten o no y ahí queda todo, pero provocar que la gente te diga que tu libro les ha servido para solucionar un problema familiar, eso va más allá de la literatura.

Eso es la vida.

Para mí, la literatura es un servicio a la defensa y a la celebración de la vida, con todas sus oscuridades.

Habla de las miserias sociales del escritor.

Empiezo esta novela explicando cómo en los saraos literarios alguien se acerca a saludarte y te deja con la palabra en la boca para hablar con otro autor, que es mucho más importante que tú. 

Hubo amigos que se quedaron por el camino.

Ser mayor te hace tolerante. Yo no juzgo a nadie. A mí no me genera rencor si hay alguien que era muy amigo tuyo y de repente cuando te ha ido bien considera que ya no puede serlo. Me parece algo cómico. Procuro no enfadarme porque el rencor es una mierda. A mí me puede el humor y en el fondo este es un libro profundamente aragonés.

¿Por tozudo?

No, porque el aragonés acaba riéndose de todo. “Mira este que tanto me saludaba y ahora no me dice nada, será gilipollas”. Eso es humor aragonés, una especie de neutralización de todo a golpe de humor.

A los autores les suele dar pudor hablar de dinero. A usted no.

Yo hablo todo el rato de dinero. Me han dicho que mis libros son como un catálogo de IKEA donde se cuenta lo que vale cada cosa.

Entresaco del libro una frase definitoria de su literatura: “Caer de rodillas ante las cosas que la gente no mira siquiera”.

El libro tiene mística. De repente, contemplo este sofá, por ejemplo, y pienso, joder, aquí hubo un tapicero trabajando horas y horas. Es una idea importante esa del trabajo, porque trabajar tal y como yo lo entiendo es vivir. De hecho, una de las crisis de esta sociedad es que la gente ya no quiere trabajar. Pero si no quiere, ¿cuál es la alternativa para alcanzar un sentido? Porque es el trabajo el de la da sentido a la vida.

Sé que encierra una ironía, pero por qué este es el mejor libro del mundo.

Siempre he pensado que la búsqueda de la excelencia en cualquier profesión te da una alegría interior. Buscar la excelencia es una utopía que evidentemente acaba en fracaso. Este no es el mejor libro del mundo, obviamente. Y probablemente no existe el mejor libro del mundo. Como no existe la mejor tortilla de patata del mundo aunque mi madre sostenía que era la suya. Pero ese deseo genera una justificación existencial para estar en este mundo.

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