Las 'Turbulencias' de Javier Losilla: El cuerpo sin órganos
Regreso a esta página tras meses de obligado retiro. En ese tiempo de silencio mi constitución emocional ha sufrido dos ausencias. Hoy, de vuelta, las recuerdo

Toumani Diabaté, mago de la kora, una de las grandes ‘voces’musicales de África. / Paco Valiente

Regreso a esta página, después de tres meses de ausencia, como el homicida retorna al lugar del crimen. Ha sido un retiro más físico que anímico, y vuelvo como un cuerpo al que le han extirpado algunos de sus órganos. Para el poeta, dramaturgo y creador del teatro de la crueldad Antonin Artaud, «El hombre está enfermo porque está mal construido. /Hay que decidirse a desnudarlo para escarbarle ese animálculo que le pica mortalmente, /dios /y con dios /sus órganos (...) Cuando le haya dado un cuerpo sin órganos, /entonces lo habrá liberado de todos sus automatismos y devuelto a su verdadera libertad». Y el filósofo Gilles Deleuze, que retoma a Artaud para generar una definición analítica del deseo, anota: «El cuerpo sin órganos se opone menos a los órganos que a esa organización de los órganos que se llama organismo. Es un cuerpo intenso, intensivo».
Mi cuerpo sin órganos es, por un lado, más prosaico, por otro, más emocional. Del primer aspecto los detalles es necesario explicarlos, el segundo hace referencia al desasosiego de la ausencia: el 7 del pasado julio falleció el poeta cartagenero José María Álvarez; el 19 del mismo mes dijo adiós el músico maliense Toumani Diabaté. Ambos creadores formaban parte de mi sistema orgánico cultural y pasional. Ya no están: el cuerpo sin órganos.
Poeta, políglota, traductor, viajero ... José María Alvárez nació y vivió para la literatura y el arte. Castellet lo incluyó en ese cajón de sastre que llamó 'Nueve novísimos poetas españoles', pero Álvarez escapaba a cualquier taxonomía. Llegué a él a través de unas de las primeras ediciones de 'Museo de cera', poemario que comenzó a escribir en los años 60 del siglo XX en París y cuyo primer fragmento publicó en 1971 (el año pasado, la editorial Balduque editó la que ya tendrá que ser obra definitiva: 1281 páginas repletas de citas en las que cartografió todas las formas del amor, del deseo, de la belleza, del pensamiento... De la vida, en definitiva, repleta de significaciones estéticas). Sus escritos en prosa, no tan brillantes como los poemas, en los que contó su formación, desplegó conferencias y ensayos y destiló su indignación con una forma zafia de entender el mundo (nunca disimuló cierto elitismo) no le proporcionaron muchos amigos en algún sector de las letras. Su rebelión contra el ocaso de un tiempo adornado de vigorosos estímulos culturales no tenía por qué ser compartida, pero sus poesía , culta y directa a la vez, es su verdadera biografía. Y 'Museo de cera' («una catedral a la que se van incorporando diferentes partes») es como un espejo en el que se reconocen los audaces. La primera y última vez que lo entrevisté me advirtió: «Escribir un poema es como pegar un polvo». Parece que no todos lo entendieron.

Una gran orquesta panafricana para el siglo XXI. / El Periódico
Toumani Diabaté fue, entre otras cosas, el gran latido de la música africana. En las 21 cuerdas de su kora, gozoso instrumento del que fue gran hechicero, reunió, además del pulso de la africanía, todos los sonidos del mundo. Porque no importaba la pieza que estuviera tocando Toumani, ni si la interpretaba en solitario, con Ballake Sissoko, con Ali Farka Touré, con la Symetric Orchestra, con Ketama, con Björk, con Eliades Ochoa, con Béla Fleck, con su hijo Sidiki o con la Orquesta Sinfónica de Londres; lo fundamental era la magia, el embrujo, la emoción, la atmósfera creada por sus robustos dedos pulsando las cuerdas. Se dice, y con razón, que no se aplaude a un tenor cuando se aclara la garganta; Toumani arrancaba los aplausos incluso cuando únicamente explicaba al público cómo se toca la kora. En 2008 actuó en la Expo de Zaragoza. Lo hizo el día de su cumpleaños arropado por Bjork, Eliades Ochoa y otros amigos. En la fiesta posterior al concierto me regaló una tela africana con la que más tarde, en Senegal, me confeccionaron un traje. Fue un hermoso detalle. El atuendo se desgastó con el tiempo, pero su música es eterna.
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