DANZA
Del tablao a la 'rave' y de la tradición a las artes vivas: si Rosalía fuera bailaora sería La Chachi
La bailaora malagueña María del Mar Suárez, La Chachi, estrena en Conde Duque ‘Lâs alegrías’, su segunda pieza en torno a los palos del flamenco

La Chachi (delante) y Lola Dolores presentan 'Lâs alegrías' en Conde Duque. / Cedida
Marta García Miranda
Abrió Taranto aleatorio en un escenario vacío, sentada junto a la cantaora Lola Dolores, vestida con un chándal azul de táctel y comiendo pipas, en silencio, durante siete minutos, como si estuvieran sentadas en el banco de un parque, sin nada que hacer, viendo la vida pasar. En Los inescalables Alpes, buscando a Currito llevó su cuerpo al límite en una peregrinación en romería, del suelo a la vertical, mezclando flamenco y krump y con el himno de la Hermandad de Triana a la Virgen del Rocío interpretado en bucle hasta el delirio, el trance y la rave final. Formada en el Conservatorio de Danza y en la Escuela de Arte Dramático, María del Mar Suárez, La Chachi (Málaga, 1980) comenzó a bailar con cuatro años. Antes de cumplir los 18 se irá a recoger fresas a Inglaterra y vivirá en una okupa. Después, bailará en las calles de Barcelona, montará raves en camiones y vivirá en una fábrica vacía.
En 2008 comienza a experimentar y distorsionar el flamenco en colaboraciones con distintos artistas y en 2017 estrena La gramática de los mamíferos, su primer espectáculo en solitario, una pieza sobre la neurosis del amor y la búsqueda del placer que le valdrá el Premio Lorca de Teatro Andaluz a la mejor intérprete femenina de Danza Contemporánea. En 2019 lleva a escena La Espera, una pieza con textos del poeta Ángelo Néstore en la que convivirán la fe, el flamenco y la música electrónica. Teje redes de colaboración con otros artistas malagueños como Alberto Cortés, Luz Prado o Alessandra García, creadores que dieron sus primeros pasos en una periferia artística en ebullición y sin apoyo institucional que, desde hace años, despuntan en la escena contemporánea. En 2021 estrena en el Festival de Otoño de Madrid Los inescalables Alpes, buscando a Currito, galardonada con el Premio Godot al Mejor Espectáculo de Danza 2022, año en el que comenzará un proyecto de investigación sobre los palos del flamenco que inaugura con Taranto aleatorio. Este jueves estrena una segunda entrega, Lâs alegrías, dentro del Festival de Danza y Performance SUPERNOVA del Centro de Cultura Contemporánea Conde Duque de Madrid. Después, la pieza viajará a Málaga, al Teatro Central de Sevilla y, en 2025, al Mercat de les Flors de Barcelona. Al cante, Lola Dolores; a la guitarra y la percusión, Francisco Martín e Isaac García, y como asistente de puesta en escena, el perfomer, dramaturgo y director de escena Alberto Cortés.
Si Rosalía fuera bailaora sería La Chachi. Experimental, gamberra, poderosa, audaz e iconoclasta, María del Mar Suárez es una de esas creadoras que va del tablao a la rave, de la tradición a las artes vivas, una artista que pertenece a esa liga de búsqueda y riesgo de la que forman parte Rocío Molina, Niño de Elche o Israel Galván. Es, también, una de esas creadoras que lo hace todo —la coreografía, la dramaturgia, la música y el cante— y lo hace sola: “Así he estado siempre para lo bueno y para lo malo pero, al final, el universo que me acompaña nace de la intuición y de la entraña. Trabajo mucho en solitario porque es donde mejor me lo paso, cuando no tengo que ensayar lo que hago es entrenar y me pongo a improvisar, a jugar, ese es el mejor lugar que habito con mi arte y ahí nacen las intuiciones que me dicen por dónde ir”.
Cuando habla por teléfono con este diario, La Chachi también está sentada en un banco, en un parque, cerca del centro de creación de danza y artes vivas El Graner, en Barcelona, donde está haciendo una residencia técnica de la pieza, a pocos días del estreno. Dice que es la primera vez que levanta un espectáculo, coproducido por Conde Duque, sin echar mano de sus ahorros o los de su familia: “Para montar Currito ya no me quedaban, así que le pedí a mi familia un articulito a cada uno, lo empeñé todo y la pagué con eso”. Dice también que este 2024 está siendo, al mismo tiempo, feliz y agotador. La Chachi fue seleccionada por la red europea Aerowaves, que elige a 20 de los coreógrafos emergentes más prometedores de Europa y promueve su trabajo durante un año, de ahí que haya compaginado todo el proceso creativo de Lâs alegrías con actuaciones en Suecia, Alemania, Malta, Eslovenia, Países Bajos o Canadá. “Ha sido alucinante, pero lo mío es la investigación y cada vez que volvía de viaje me encerraba solita y fíjate, el domingo pasado le di la vuelta a toda la pieza, una locura”.
Alegría de vivir y un picnic
Lâs alegrías, explica la creadora, “nacen de seguir desarrollando el terreno del Taranto aleatorio sobre estructuras tradicionales de flamenco para tablao y de seguir con aquel open the door, trabajando sobre la estructura, el cante y el baile. Pero a la hora de habitar y construir la pieza empezó a primar la improvisación y lo no pactado: Lâs alegrías no se han compuesto con una coreografía y un cante marcados, sino con unas pautas de juego entre Lola Dolores y yo, entre el cante y el baile, y hemos desordenado y roto completamente la estructura. Si en el Taranto aleatorio el punto de partida eran las pipas, aquí es un picnic con su tortilla”. ¿Por qué un picnic? “En el proceso aparecieron la comida y esos lugares en los que también se dan los encuentros flamencos y la comunidad, y la pieza se va fraguando en terrenos lúdicos porque en este momento en el que me encuentro como creadora tenía claro que me lo quería pasar bien. Ya la propia idiosincrasia del palo y la bahía de Cádiz te transportan a un lugar fresco, de guasa, descabellado, disparatado y con esos puntos de partida del palo y de la rítmica podía proyectar que el universo iba a ser así, juguetón. Para mí esta pieza es un canto a la alegría, al viva la vida”.
Ese viaje, en el que La Chachi y Lola Dolores irán improvisando al cante y el baile sobre pautas de juego y lo que ella llama “colchones de materiales” pactados, comenzará por el final: “Arrancamos con la escobilla, la escobilla se difumina con el silencio, nos vamos al picnic, después va la entrada del tirititrán distorsionada, las letras y, al final, las bulerías de Cádiz. En la escobilla me doy rienda suelta, pero no me vuelvo loca ni me voy al extremo del descontrol como hacía en Currito, pero sí es un recorrido de taconeo, con la falda que empieza a dominarme, la falda me lleva y cobra vida, los pies se me van chiquitillos como si me poseyeran y no paro de taconear, pero también hay otra parte que va más cantada y más taconeada, entera en improvisación, en una constante que no se para”.

La Chachi y Lola Dolores, en una imagen promocional de 'Lâs alegrías'. / Cedida
“Me interesa generarme nuevas posibilidades de viajar el escenario y me gusta encontrarme en nuevos precipicios, colocarme en abismos nuevos cuando genero una pieza, descubrir otras posibilidades de estar en la escena”, dice La Chachi sobre ese intangible que construye trayectorias artísticas. En su práctica escénica, además del riesgo, estarán la performatividad, la distorsión y la deconstrucción de las formas: “Yo tomo el flamenco como una herramienta de expresión que pongo al servicio del contexto y la acción dramática y, al perder su protagonismo, se transforma otra cosa”. También el humor y la ausencia de ese virtuosismo que tantas veces acompaña a la danza y al flamenco, algo que ella explica como si lo estuviera bailando: “Yo aquí construyo un discurso flamenco en el que no hay pacto, en el que no hay esa virtud de tico tico tico pam pam y se cierra todo, ese pacto que genera un virtuosismo inherente al flamenco. Si eso te lo llevas a la improvisación, la virtud está en nosotras y en el juego que planteamos en el cante y el baile con toda su grandeza”.
Después de levantar piezas con ahorros y empeños, La Chachi parece vivir, por fin, un lugar de reconocimiento, no solo dentro de España: “Cuando se te abre el circuito internacional, evidentemente tienes más lugares de visibilidad porque en España la estructura que sostiene la danza es limitada, no puede acoger la gran cantidad de creadoras y creadores que hay. Nosotras hemos tenido suerte y aquí hemos pasado por circuitos y festivales como Danza a Escena, Cádiz en Danza, Dança Valencia, el Festival TNT… Pero todo eso caduca porque no existen tantos lugares para que tu espectáculo tenga una vida larga. Y es verdad que con Taranto aleatorio tuvimos bastantes bolos y eso pasa cuando estás un poquito de moda, pero cuando no lo estás puedes tener un bolo cada tres meses”. ¿Cree que ahora empieza a estar de moda? “Ahora mismo el trabajito está formando parte de las programaciones más interesantes, pero al final ves que se repiten las mismas compañías en las programaciones de los festivales. Te das cuenta de que eres un pelín tendencia porque estás en casi todos los sitios y qué bien cuando te toca, pero a la vez también te resulta extraño porque cuando deje de suceder, qué va a pasar”.
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