Alberto Castrillo-Ferrer: "El teatro público es y debe ser deficitario"

El gato negro, la compañía del director y actor, Premio Max en 2010, Premio Santa Isabel de Portugal de la DPZ en 2023 y Premio Teatro de Rojas a mejor director (2018), cumple 25 años

El director y actor Alberto Castrillo-Ferrer capeando el temporal.

El director y actor Alberto Castrillo-Ferrer capeando el temporal. / MIGUEL ÁNGEL GRACIA

Daniel Monserrat

Daniel Monserrat

ZARAGOZA

-25 años de El gato negro, teatro hecho desde la periferia, otra forma de hacer las cosas…

-No solo… nosotros hacemos producción allí donde se pueda, Zaragoza, Madrid, Francia, Italia, Suiza… etc. Pero sí que es verdad que las obras que se ensayan en la Residencia El Gato Negro de Murillo de Gállego tienen un aroma a teatro cocinado a fuego lento, a emoción, a juego escénico, complicidad y en definitiva a 'troupe'.

-¿Se sienten reconocidos?

-Sí, mucho. No puedo estar más agradecido, tengo los mayores premios a nivel nacional y local, tanto personalmente como compañía, cada aplauso tras la función es sincero y contundente, cualquiera que haya ido a ver alguno de nuestros espectáculos lo sabe. A muchos artistas a los que admiro les apetece trabajar con nosotros. En lo artístico estamos en un momento muy, muy dulce. La economía, es otra cosa… (risas).

-¿Qué se le viene a la memoria de este cuarto de siglo?

-La ilusión de cuando era estudiante de mimo en París. Mis años madrileños creando espectáculos osados y luchando por sobrevivir, haciéndonos un hueco en la cartelera; el encuentro con mi compañera de vida Blanca Carvajal, fundamental para asentar la compañía y para crear la sala El Gato Negro; la construcción de un equipo de trabajo sólido, Marie-Laure Bénard, Eugenio Vicente, Rafa Blanca, Víctor López Carbajales, Manolo Pellicer, Bucho Cariñena, Carmen Carrasco, Pilar Royo… y tantos actores y actrices vinculados a El Gato Negro.

-Cuentan con la joya de la corona, la apertura de la sala El Gato Negro en Murillo de Gállego.

-Era necesaria. Para nosotros y para la zona. Poder ensayar, dar cursos, invitar a compañías para que hagan sus residencias es un placer indescriptible para alguien que cree en el teatro, ese teatro que nos conecta con Molière, Shakespeare, Chejov, Valle Inclán, Arianne Mnouchkine o Darío Fo (estos son mis tótems). La zona del Reino de los Mallos es rica en naturaleza, deporte, gastronomía, patrimonio, gentes… necesitaba este revulsivo cultural.

-¿Con cuántos proyectos abiertos está ahora mismo?

-Tengo nueve funciones recorriendo los escenarios en mayor o menor medida, voy a hacer dos coproducciones internacionales (cruzo los dedos) y como director contratado me han propuesto dos direcciones más en España. Estoy muy ilusionado con todos y cada uno de esos proyectos. Sin hablar del Festival Manhattan y su sexta edición.

-¿Y aquí cuándo le podremos ver?

-En el Teatro Principal hoy por hoy va a ser difícil. En el Teatro del Mercado con 'El Señor Otín y la Señorita Ton' del 27 al 31 de marzo en coproducción con la PAI. Una de las mejores obras que he hecho en mi vida. En el Teatro de las Esquinas con la emocionante '¡Ay Carmela!' el 25 de febrero y en los centros cívicos de la ciudad (que han cogido el relevo de quienes no programan aragoneses ofertando teatro aragonés de calidad) con diferentes producciones, 'Malabrocca', 'Noche de Reyes', 'He venido a hablar de mi libro', 'Ildebrando Biribó', 'Ser o no ser'… Es una pena pero al Teatro del Mercado ya no creo que vuelva hasta que cambie la gerencia.

-¿Por qué lo dice? ¿Tiene algún problema la gerencia con usted?

-Yo no soy psicólogo pero sospecho que tiene que ver con el síndrome del impostor. Yo llevo casi 30 años en la profesión, y aunque me queda todo por aprender, ya he visto pasar muchos programadores de teatros y soy muy crítico con el uso del dinero público. Este gerente llegó sin trayectoria y sin formación en artes escénicas y no tiene nada que perder, puesto que cuando termine su gerencia no seguirá en la profesión. En lugar de rebatir mis ideas me veta. Pueril, sí, pero nada nuevo bajo el sol.

-¿El teatro debe ser un grito de libertad?

-Y educativo. Nos quejamos de que los jóvenes están enganchados a las pantallas, que algunos tienen comportamientos machistas, la violencia, la polarización, que la sociedad no tiene valores… y cerramos la puerta a una de las herramientas más poderosas que existen para agitar conciencias, reflexionar y educar. El teatro es el espejo de la humanidad, el lugar donde la emoción de ver a otros interpretar situaciones extremas en vivo se graba a fuego en nuestras almas. También es diversión y entretenimiento, pero no solo. Somos la mayor hemeroteca de la humanidad, 3.000 años de historia reflejando el comportamiento humano. Lo que me pasa a mí con el señor Turmo ya le pasaba a Aristófanes con Cleón. Al final todo esto es un buen material para la comedia.

-¿Pero debe renunciar a los espectadores un teatro público?

-La calidad de un programador público se demuestra cuando consigue la confianza de la ciudadanía para que llenen la sala viendo otros tipos de espectáculos. Fijémonos en Madrid: desde el Teatro Español hasta el Teatro del Matadero, pasando por El Teatro de la Comedia o Teatros del Canal… ¡llenan! Y llenan programando teatro, a veces convencional y a veces arriesgado. Han creado público ¡y público joven!. ¡Qué envidia! He de reconocer que en Zaragoza, el Teatro de las Esquinas, Arbolé y el Teatro de la Estación lo han hecho. Tienen una fantástica cantera de jóvenes y de aficionados. ¡Hombre! Es que es muy fácil programar sin riesgo tirando con pólvora del gobierno. Esta misma programación en un teatro privado yo la alabaría y defendería, no te quepa duda. Yo tengo un teatrito privado (y en zona rural) y sé lo difícil que es el equilibrio. Si lo que se busca solamente es rentabilidad económica alquílenselo a Amancio Ortega, porque, no nos engañemos, el teatro público es y debe ser deficitario. Para eso pagamos impuestos

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