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Un libro viaja hasta el extinto Balneario Guajardo en Alhama de Aragón

María Campillo Guajardo acaba de publicar ‘El balneario. Memoria de una educación sentimental’, editado por Xordica

La escritora María Campillo Guajardo en la librería Antígona de Zaragoza.

La escritora María Campillo Guajardo en la librería Antígona de Zaragoza. / MIGUEL ÁNGEL GRACIA

Daniel Monserrat

Daniel Monserrat

ZARAGOZA

El ser humano tiene pocas normas fijas de comportamiento, me refiero como uniformidad, pero una que casi es común a casi todas las personas es ese sentimiento de nostalgia por el mundo perdido, por la historia desaparecida. Y en ese mundo desaparecido que queda en el recuerdo está uno de los balnearios más importantes de Alhama de Aragón donde el termalismo vivió una edad de oro, que ya no volverá. María Campillo Guajardo (Alhama de Aragón, 1953) se acerca en su debut en la literatura al balneario de su familia (Guajardo) de una manera peculiar, ya que lo hace a través de su memoria viva y la de su acercamiento a las diferentes personas que formaban parte de ese negocio. Lo hace en 'El balneario. Memoria de una educación sentimental' (Xordica), que ha presentado este viernes en la librería Antígona de Zaragoza.

Un libro que traspasa la idea de crónica familiar y que retrata de una manera diferente el ascenso y la caída de un balneario que cerró sus puertas en 1991 tras un intento de salvación que no fructificó ante la caída de clientes. Pero con ‘El balneario’, María Campillo Guajardo (su tatarabuelo fue el fundador del negocio), sin dejar de lado una genial utilización de la ironía, hace un repaso por la historia de las mentalidades unas formas de vida que también han desaparecido para siempre al ritmo de la decadencia del termalismo.

Personal de servicio en primer plano

La obra, además, tiene el atractivo especial de que introduce y desarrolla la presencia, además de los miembros de la familia, del personal de servicio, los niños estaban a su cargo durante los veranos que la autora pasaba allí, desde el chófer hasta el jardinero pasando por sucesivos oficios.

Mirar al pasado tiene un peligro evidente, regodearse en la nostalgia y no ser capaz de discernir las bondades (o no) que pueda tener el progreso. Campillo Guajardo desarrolla una defensa inapelable contra esa tentación, marcar una distancia certera desde la reflexión pero, sobre todo, adoptar un tono novelesco para el desarrollo de la obra que al lector le ofrece un viaje que no quiere que concluya

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